En proceso de fábrica

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  El tacto que Len ejercía sobre su piel y la exquisita acción de sus hambrientos pero oportunos labios sobre su cuello, pechos y boca, la hacían liberarse de la molestosa ansiedad de concebir frutos que tanto solía perseguirla en otras ocasiones, dejándose llevar por sus percepciones sensitivas y la combinación de oscitocina y feromonas que arremetían fuertemente contra su raciocinio y sacaban a flote a sus más puros instintos primitivos.

  Len sabía como tocarla y conocía con naturalidad cuáles eran las zonas más susceptibles de su cuerpo. Una de las razones por las cuales ella podía regodearse para sus adentros.

  La estimulación sobre su clítoris la estremeció, haciéndola encorvar levemente su espalda, mientras tensaba sus labios pronta a emitir un pequeño gemido.

  Como acto reflejo enredó sus dedos en los rubios cabellos de su esposo, joven al igual que ella, con quién mantenía un año de matrimonio, y que a diferencia de la fémina no precisaba todavía de la existencia de un primogénito. Él se sentía completamente cómodo con las cosas tal cual estaban sin mayores ajetreos. Y era por esa razón que, con suma confidencialidad, Miku llevaba dos meses sin ingerir pastillas anticonceptivas. Sin embargo, pese a su premeditada decisión de entregarse a las buenas de Dios con las consecuencias de la naturaleza, aflorado en su interior se centraba el pequeño nerviosismo frente a la futura reacción del varón.

Y sentía, con mucho sentido, un  cargo de consciencia enorme por su falta de moral en bien de ser madre, pues estaba planificando al bebé a espaldas del ojiceleste, cosa que podría llegar a ser entendible de no ser porque ese proceso involucraba otro criterioso secreto. Estaba consumiendo hormonas para la fertilidad. Pero no, ése no era el pez gordo del caso, sino que el problemita radicaba en que estaba también haciendo consumir hormonas para la fertilidad a Len, bajo su total desconocimiento y, estaba demás decir, su inexistente consentimiento.

  Las hormonas no eran más que complementos tipo cápsulas que servían para facilitar la concepción. Eventualmente ella solía abrirlas y derramar su polvillo en el té del desayuno o en el jugo del almuerzo que consumía su marido, tal como había sugerido la extravagante de Meiko, íntima amiga del matrimonio.

—Ya no... aguanto... —la jadeante voz del rubio la hizo terminar su autoreproche ético.

  Éste se encimó sobre ella, adentrándose en su interior femenino y derramó inevitablemente su líquido seminal, saliendo luego de una exhalación y recostándose agotado a un lado de su compañera de cama.

—¿Tan pronto, amor? —cuestionó ella, contrayendo sus cejas hacia abajo y mostrando un conmovedor puchero para afirmar el contexto de su exclamación— Sueles durar más.

  El otro, en tanto, trataba de normalizar su respiración.

—Estoy cansado, cariño... Pero, espera, descanso un poco y luego me preparo y sigo...

—Pero pareciera que te quieres dormir... —mencionó ella con la misma modalidad anterior, que al ver la cara del joven, pudo notar inmediatamente su estado somnoliento.

—No voy a dormir, tranquila. Dame cinco minutos...

Del dicho al hecho hay mucho trecho, dice el dicho. Y esos cinco minutos que ella pretendió esperar quedaron finalmente en nada, porque el rubio se entregó al nivel subconsciente de los sueños en pocos segundos de su inferencia.

Lo movió un par de veces para despertarlo, pero éste parecía estar profundamente atrapado en los brazos de Morfeo. Así que, resignándose al acto, Miku no hubo hecho más que desistir, asimilando que el cansancio de su compañero de cama se debía a asuntos laborales y esperando que las ganas se le fuesen de a poco.

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⏰ Última actualización: Jun 15, 2017 ⏰

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