Guardianes del Día ---- Serguéi Lukyanenko

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Serguéi Lukyanenko

Guardianes del Día

PRIMERA HISTORIA

SE PERMITE LA ENTRADA

A PERSONAS NO RELACIONADAS

CON LA OBRA

Prólogo

La entrada del edificio dejaba mucho que desear. La cerradura con código digital estab estropeada y el suelo era un mar de colillas de cigarrillos baratos. Las paredes del ascensor rebosaban de grafiti cuya

autoría sólo podía ser de analfabetos y en los que la palabra "Spartak" aparecía con la misma frecuencia que las expresiones más soeces. Los botones tenían las negras huellas de cigarrillos y los emplastos de

goma de mascar minuciosamente aplastada.

La puerta del apartamento en la cuarta planta se correspondía perfectamente con el estado de la entrada del edificio. Recubierta de un mísero cuero artificial, seguramente desde los tiempos soviéticos, tenía

los números de aluminio apenas sujetos con unos tornillos colocados con impericia.

Natasha tardó un instante en llamar al timbre. Haber ido allí con esperanzas era francamente absurdo. Si había llegado a estar tan loca como para apelar a la magia, mejor hubiera abierto un diario,

encendido el televisor o la radio y así se habría enterado de cuáles eran los salones con empaque a los que acudían los mediums con más experiencia... De todos modos, estaba claro que todo aquello era una

tomadura de pelo, pero al menos de esa manera habría estado rodeada de gente fina y en un ambiente agradable. Algo muy diferente de ese antro de perdedores al que había ido.

No obstante, acabó por llamar a la puerta, porque tampoco era cuestión, pensó, de desperdiciar todo el tiempo que había dedicado al viaje hasta allí.

Por unos instantes le pareció que no había nadie en el apartamento. Después, se oyeron unos pasos apresurados, que la hicieron pensar en alguien que se daba prisa intentando no dejarse las zapatillas por el

camino. La mirilla encastrada en el centro de la puerta se oscureció fugazmente, la cerradura chirrió y la puerta se abrió de par en par.

—Eres Natasha, ¿verdad? Adelante, entra...

Nunca le habían gustado las personas que se pasan al tuteo de inmediato. Y no porque le desegradase tratar a los demás de "tú" o que lo hicieran con ella, pero al menos había que pedir autorización para

hacerlo, ¿no?

Entretanto, la mujer que había abierto ya tiraba de su brazo hacia el interior del apartamento sin más ceremonias, mostrando, en su rostro maquillado en exceso y distante ya de la juventud, una expresión de

la más sincera hospitalidad. Era imposible resistirse.

—Mi amiga me dijo que usted... —comenzó a explicar Natasha.

—Ya lo sé, cariño. Ya lo sé —la hizo callar la mujer agitando los brazos—. No hace falta que te descalces, ya ves lo sucio que tengo esto... justamente hoy me disponía a fregar el suelo... o, bueno, sí,

ahora te traigo unas zapatillas.

Natasha miró alrededor sin poder evitar una mueca de asco. No era que el recibidor fuese pequeño: era, sencillamente, minúsculo. Del techo colgaba una bombilla de la que emanaba una luz tenue; no

tendría más de treinta vatios, pero ni siquiera eso ayudaba a disimular la miseria circundante. En el colgador había una montaña de ropa, includio un abrigo de piel de rata almizclera, que dejaba mucho que

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