Introducción

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Elescritor llama a estos discursos Los Papalagi, que significa losHombres Blancos o los Caballeros. Estos discursos de Tuiavii deTiavea no habían sido pronunciados aún, pero el extracto habíasido escrito en el idioma nativo, del cual se hizo la primeratraducción alemana.

Tuiaviinunca tuvo la intención de publicar sus discursos para el lectoroccidental, ni en ningún otro lugar: iban estrictamente dirigidos asu pueblo polinesio. Sin embargo, sin su consentimiento y con claratransgresión de sus deseos, me he tomado la libertad de someterestos discursos de un nativo polinesio a la atención del lectoroccidental, convencido de que la gente blanca de nuestra civilizacióndesea saber cómo es percibida nuestra cultura por un hombre que aúnestá estrechamente ligado a la naturaleza.

Através de sus ojos nos miramos y nos vemos desde un punto de vistaque de ningún otro modo podríamos percibir. Ciertamente habrágente, especialmente monstruos culturales, que juzgarán su visióninfantil, quizás incluso ignorante; pero aquéllos que tenéis másmundo y sois más humildes, seréis movidos a la reflexión y a laautocrítica por mucho de lo que se os va a decir. Porque susabiduría es el fruto de la simplicidad, la mayor de las gracias queDios puede conceder a un hombre, mostrándole las cosas que laciencia no consigue comprender.

Estosdiscursos son un llamamiento a todos los pueblos del Pacífico Surpara que corten sus ataduras con la gente iluminada del troncoeuropeo, como se les llama. Absorto en ésto, Tuiavii, eldespreciador de los europeos, se mantuvo firme en la convicción deque sus antepasados habían cometido un grave error dejándose atraerpor la cultura europea. Él es como la doncella de Fagaasa, quesentada en lo alto de un acantilado vio venir a los primerosmisioneros blancos y con su abanico les hizo señas para que sefueran: - ¡Fuera, demonios criminales!». Él también vio aEuropa como a un demonio oscuro, el gran deshojador, del que elgénero humano debe protegerse si quiere permanecer tan puro como losdioses.

Cuandome encontré por primera vez con Tuiavii, llevaba una vida pacífica,apartado del mundo occidental en su diminuta isla, fuera de lasprincipales rutas, llamada ,una de las , en elpoblado de Tiavea, del cual era jefe. La primera impresión que medio fue la de un gran gigante de corazón amable. A pesar de quemedía casi 1'90 metros y de que era robusto como una casa deladrillos, su voz era suave y delicada como la de una mujer, y susenormes y penetrantes ojos, sombreados por espesas cejas, tenían unamirada levemente despreocupada. Cuando le hablabas, se iluminaban ydelataban a su corazón, cálido y soleado.

Enningún hábito exterior era Tuiavii marcadamente diferente de sushermanos. Bebía iba al por la mañana, comía plátanos y y observaba todas las costumbres nativas y ritos. Sólo sus másíntimos amigos sabían qué estaba hirviendo en el interior de sucabeza, luchando para llegar a la luz, cuando se tumbaba, soñando,en la estera de su casa.

Engeneral el nativo vive como un niño, puramente en el mundo visible,sin interrogarse siquiera sobre sí mismo o sobre su entorno; peroTuiavii tenía un extraordinario carácter. Sehabía elevado sobre sus compañeros, porque vivía conscientemente ypor eso poseía esa exigencia interior que nos separa de las gentesprimitivas, más que cualquier otra cosa.

Debidoa su ser, propio de esta clase de hombres, Tuiavii deseaba conocermás de esa lejana Europa. Ese deseo ardía en su interior desde losdías escolares en la misión marista, y solamente fue satisfechocuando llegó a adulto.

Seunió a un grupo de etnólogos que volvían tras acabar sus estudiosy, visitó uno tras otro, la mayoría de los estados de Europa, dondellegó a conocer su cultura y peculiaridades nacionales. Una y otravez me maravilló la exactitud con que recordaba hasta los máspequeños detalles. Tuiavii poseía en alto grado el don de laobservación sobria e imparcial. Nada podía ofuscarle; nunca sepermitía ser apartado de la verdad por palabras. En realidad lo viotodo desde su originalidad, aunque a lo largo de su visita nunca pudoabandonar su propio punto de vista.

Fuisu vecino durante algo más de un año, siendo un miembro de lacomunidad de su pueblo, pero Tuiavii sólo me tomó como confidentecuando llegamos a ser amigos. Después de haber superado, inclusoolvidado, al europeo que hay en mí, cuando él se hubo convencido deque yo estaba maduro para su sabiduría sencilla y de que no mereiría de él (algo que nunca hice), solamente entonces decidió quemerecía la pena que escuchara algunos fragmentos de sus escritos.

Melos leyó en voz alta, sin ningún patetismo, como si fuera unanarración histórica. Aunque solamente fuera por esa razón, lo queestaba diciendo trabajaba en mi mente y daba origen al deseo deretener las cosas que había oído.

Sólomucho después me confió Tuiavii sus notas y me dio permiso paratraducirlas al alemán. Pensó que yo quería usarlas para misestudios personales y nunca supo que la traducción sería publicada,como sucedió.

Todosestos discursos no son más que toscos borradores y juntos no formanun libro bien escrito. Tuiavii no los ha visto nunca en ninguna otraforma. Solamente cuando tuvo todo el material archivadocuidadosamente en su cabeza y todas las ideas claras, quiso empezarsu "misión", como él la llamaba, entre los polinesios. Yo tuveque abandonar las islas antes de que empezase su informe.

Aunqueme he sentido obligado a hacer la traducción tan literal como mefuera posible y no he alterado ni una sílaba en la composición delos discursos, me doy cuenta de que la original franqueza y elextraordinario vocabulario han sufrido profundamente. Cualquiera quehaya intentado alguna vez transformar algo de un idioma primitivo auno moderno, reconocerá inmediatamente los problemas que se planteanal reproducir la expresión infantil de modo que no parezca estúpidao disparatada.

Tuiavii,el inculto habitante de la isla, consideró la cultura europea comoun error, un camino a ninguna parte. Esto sonaría un poco pomposo sino estuviera dicho con la maravillosa simplicidad que traicionaba ellado débil de su corazón. Es verdad que pone en guardia a suscompatriotas y les dice que se libren de la dominación europea peroal hacerlo su voz se llena de tristeza y delata que su ardormisionero nace de su amor por la humanidad, no del odio. «Vosotros,compañeros, pensáis que podéis mostrarnos la luz", me dijocuando estuvimos juntos por última vez, pero «lo que realmentehacéis es tratar de arrastrarnos a vuestra charca de oscuridad".

Élmiraba el ir y venir de la vida con honestidad de niño y amor por laverdad, y por eso encontraba discrepancias y defectos morales que, yal acumularlos en su memoria, se convirtieron en lecciones de vida.No entiende dónde radica el mérito de la cultura europea, quealinea a su propia gente y los hace falsos, artificiales ydepravados. Cuando resume lo que la civilización nos ha aportado,empezando por nuestro aspecto, descrito como el de un animalcualquiera; lo llama por su propio nombre, con una actitud muyantieuropea e irreverente, describiéndonos de forma incompleta perocorrecta, de manera que acabamos sin saber quién es el que ríe, elpintor o su modelo.

Enesta aproximación infantil a la realidad, a corazón abierto,reside, pese a su falta de respeto, el verdadero valor para nosotroslos occidentales de los discursos de Tuiavii; por eso siento que supublicación está justificada.

Lasguerras mundiales nos han convertido en occidentales escépticos connosotros mismos; empezamos a preguntarnos sobre el valor intrínsecode las cosas y a dudar de si podemos llevar a cabo nuestros ideales através de nuestra civilización. Por ello deberíamos considerar queno estamos, quizá, tan civilizados y descender de nuestro nivelespiritual al pensamiento de este polinesio de las islas de Samoa,que no está aún agobiado por una sobredosis de educación, que estodavía original en sus sentimientos y pensamientos y que quiereexplicarnos que hemos matado la esencia divina de nuestra existencia,reemplazándola por ídolos.


ErichScheurmann

Los Papalagi (El hombre blanco de Europa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora