Hostage

1.5K 134 11
                                    


Regina empujó el enésimo mueble haciendo caer al suelo todo lo que había encima.

«Maldición» susurró frustrada mientras las lágrimas que intentaba mantener escondidas continuaban luchando por salir.

«¡Maldición...maldición!» gritó empujando el pequeño mueble al lado de la puerta de la entrada.

Lo escuchó caer al suelo y se giró hacia el otro lado intentando concentrarse.

Maldición, era su casa, debería conocerla de memoria, ¿no? Golpeó con fuerza la espalda contra un ángulo de la pared e imprecó. Harta, cansada y humillada comenzó a golpear con los puños la pared hasta que las manos comenzaron a entorpecerse y los brazos a doler por el esfuerzo. Se dejó caer al suelo y lloró.

Aquella situación le traía a la mente malos recuerdos ligados a la madre. La oscuridad que la rodeaba y la madre que le hablaba desde un punto impreciso de aquella pequeña estancia, los tacones sobre la fría piedra, las cadenas que se arrastraban por el suelo para después ser golpeadas contra su piel marcándola de por vida.

Cierto, no era la misma situación, pero era fácil hundirse en aquella oscuridad. Hacía semanas que no salía de casa, no salía, no comía, no dormía. Incluso tenía miedo de caminar por su casa. El dolor de los recientes acontecimientos todavía quemando en su piel. Había estropeado todo, alejado a Henry. El miedo a no poder ser más la madre que merecía, sin embargo a él no le importaba.

Se levantó, quería acostarse en su cama.

Regina llevó las manos hacia delante para sentir el pasamanos bajo ellas, lentamente, dando pasos a veces más cortos, a veces más largos, se encontró en la planta de arriba.

Las lágrimas que no dejaban de caer.

Después de Neverland pensaba poder recomenzar. Casi todos la habían perdonado, o por lo menos, la toleraban bastante para dejarla en paz. Después de aquella noche en Neverland con Emma, la morena pensaba de verdad poder recomenzar y amar.

Se equivocaba.

Desembarcados en Storybrooke, Emma comenzó a evitarla como la peste, dejándola sola con sus estúpidos sentimientos, mientras que por culpa de aquella maldita batalla con Pan ella había perdido, definitivamente, todo.

¿Cómo podía seguir adelante?

Se sentía una carga para todos, para sí misma.

Estaba cansada de tener que sufrir siempre, hacía el mal y sufría, hacía el bien y sufría.

Tras varios golpes y rasguños, llegó finalmente a su habitación, tocó la cama e intentó subir y echarse, con el único resultado de caer desastrosamente al suelo, entre la cama y la mesilla.

Allí, gritó, gritó con todo el aliento que tenía en la garganta, para después continuar llorando y abrazándose como obligándose a no hacerse pedazos.

«¿No podemos hacer nada por ella?»

«Por desgracia, durante la batalla contra Pan algo le ha quemado las retinas, solo un milagro puede devolverle la vista. Lo que se puede hacer es estar cerca de ella y ayudarla a desarrollar los otros sentidos»

Una lágrima cayó por el rostro de la mujer echada en la camilla, no muy lejos de la conversación.

«Estoy ciega»

Emma se balanceaba, pasando el peso de un pie al otro, mientras se mantenía inmóvil en el umbral de la casa Mills.

Había llegado hacía más de un cuarto de hora, pero no lograba tocar y enfrentarse a la morena, seguramente de un humor de perros.

Six days of Swan and her QueenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora