La chica que murió de soledad

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Todos pasamos nuestras vidas en un círculo de monotonía que nunca acaba. Intentamos algunas veces romper la rutina, pero simplemente no funciona, estamos encerrados en algo que por nuestra propia cuenta no podemos romper. Vivimos apegados a nuestras creencias creyendo que son lo correcto, que es el camino adecuado a seguir, ¿pero realmente lo es?, no lo sabemos, y aun así creemos en ellos con fervor.

Muchas personas creen en el amor, muchas creen en la religión o en la ciencia, algunas creen en la mistad; pero aquella chica también estaba encerrada en su propio circulo, en su propia creencia que era tal vez distinta a las demás. A ella no le importaba la religión, ni la ciencia; tampoco el amor o la amistad, había vivido lo suficiente como para saber que en un mundo actual como ese, eso no existía. Los sentimientos fueron engañando a las personas, provocando un engaño mutuo entre ellas; cuando creías amar, no lo era; cuando sentías ser un buen amigo, luego te encontrabas traicionándolo. Ella sabía todo aquello y por eso surgió su creencia.

Ella creía en la soledad.

Oh, sí, la soledad. Un ente que acompaña a las personas muchas veces, en sus peores momentos, cuando los amigos no están allí. Esa que te seca con sus manos invisibles las lágrimas que derramas por las noches; esa que te canta una canción cuando estas reflexionando sobre tus acciones; aquella que no todas las veces es buena, y que te induce a cometer actos que tu no quisieras hacer.

Para esa chica, era algo más; desde su niñez la había acompañado, pero no la sentía como una compañía, sino por lo que era. Nada.

Había sido una niña muy agradable, era divertida y traviesa, como cualquier infante; pero siempre se sintió distinta, y esto se debía a que nadie se juntaba o se acercaba a ella. A la edad de seis años, la niña empezó a buscar la compañía de otros niños, les invitaba a jugar, pero todos las ignoraban. Parecía no existir; nadie la tomaba en cuenta, nadie se reía con ella. ¿Por qué?, se preguntaba la niña que había empezado a jugar sola con sus muñecas, una pregunta que cualquiera se haría, independientemente de la edad. Empezó a pensar en las posibles respuestas a esa pregunta; olía mal, no les gustaba como iba vestida; tal vez no les gustaba jugar con muñecas.

Pero nada de eso cambió, cuando ella intentó nuevamente acercarse, otra vez fue ignorada y vencida, así que ella misma se alejó. Se sentía extraña y un poco triste; no era fácil ver como todos se divertían y tú te quedabas sola en un rincón, sin que nadie te tomase en cuenta, como si fueras invisible.

Poco a poco, a medida que crecía, empezó a sacar su teoría de que los amigos no existían. Evaluaba a las personas, aprovechaba ser invisible metafóricamente para ellos, para así observarlas. De allí, entendió que todos eran doble cara, tenían múltiples mascaras que usaban a su conveniencia. «Tal vez, no todas las personas son así» se dijo, pero mientras más observaba a las personas, inequívocamente llegaba a la misma conclusión.

Sin embargo, todas esas evaluaciones no las hacia porque quería aprender de ellas, no las hacía por curiosidad ajena; ella se engañaba diciéndose esas cosas, pero en realidad era para no sentirse sola. Mientras crecía había encontrado ese sentimiento perdido en lo profundo de su pecho, una pequeña presión que luego conlleva a la enfermedad de la depresión. Un sentimiento de soledad, de no tener a nadie con quien contar, en quien confiar.

Cuando llegó a la secundaria, decidió que sería un nuevo comienzo, una nueva vida en la que conseguiría amigos; no importa si eran falsos, decidió encajar en algún grupo de chicas o chicos con los cuales llevarse falsamente bien. Porque eso era lo que hacían, usar mascaras que ocultaban sus verdaderas personalidades, únicamente para encajar en el concepto tan errado que tenían de "sociedad". Así que por su parte, tomó la decisión de usar una.

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