En gris y negro.

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La noche ya hubo caído cuando me instalé en la casa... Aunque instalar, no sería la palabra adecuada, pues ni siquiera había abierto los arcones de mis ropas.
Por suerte, la casa llevaba escaso tiempo cerrada y aún había lámparas de queroseno casi en cada una de las habitaciones y la leña, tiempo ha cortada, permanecía en las leñeras. Encendí varias lámparas y la chimenea de uno de los salones del primer piso, pues el frío arrecia los huesos y todo abrigo es poco, debido al impetuoso clima rural. Me maravillé como un niño con zapatos nuevos; la arquitectura era magnífica, con hermosos frescos en las pechinas de yeso que sostenía los techos ligeramente abovedados. Las lámparas de araña, de plata, según pude ver, se alzaban en pedestales desde el suelo y su columna vertebral se enroscaba sobre sí misma, esculpida con elaborados motivos florales, las velas, por su parte, formaban coágulos de cera amarillenta en la base y pequeñas costras en el suelo. Me pareció extraño que no lo limpiaran, casi parecían que los criados hubieran abandonado la casa despavoridos por la muerte de su señor. Achaqué esos tenebrosos pensamientos a la sugestión de estar solo en un lugar tan grande y completamente nuevo para mi.

No tengo empacho en decir que, a pesar de la decadencia, la casa era hermosa, aunque la encontré escasa de color... Todo era negro, gris o blanco: negro por las sombras, que se extendían por los rincones allá donde las lámparas no alcanzaban o por que las paredes, revestidas con madera de roble oscuro, eran terriblemente asfixiantes y desalentadoras: gris porque el cielo encapotado que se adivinaba entre las gruesas cortinas de desdibujados estampados no aportaba buenos presagios a la razón: blanco por las esculturas, que se deshacían en deliciosas posturas para deleita del corazón del espectador, todas ellas, eran de mujeres labradas en mármol sin ninguna beta de color que las salpicara. Estaban a unos y otros lados de los corredores, asomando por los dinteles de las puertas que, por otro lado, daba pavor detectarlas por el rabillo del ojo en la penumbra del atardecer.

En uno de mis primeros paseos de exploración, pude ver algo que, estoy seguro, jamás olvidaré. Algo que parecía puesto ahí por la mano de lo divino...O de lo infernal.

La reina roja.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora