Christine
Octubre de 2013
Llovía en Barcelona. Llevaba quince minutos esquivando paraguas y balanceando las bolsas de la compra, las zapatillas se me habían empapado a causa de los charcos y tiritaba de frío porque había olvidado coger el abrigo del despacho. Lanzando mil maldiciones, me colé en el edificio principal de Globality First Industries y empapé el suelo inmaculado del hall, ganándome una mirada reprobatoria de la recepcionista. Dejé caer el brazo con el que me había cubierto el rostro y al reconocerme, la expresión de la mujer cambió del enfado al reparo.
¾Señorita Fillol. ¾Saltó del asiento como un resorte, moviendo la cabeza de izquierda a derecha, buscando algo que ofrecerme¾. Regresa tarde.
¾Subo al ático ¾le aclaré.
Hizo ademán de añadir algo más, pero finalmente, volvió a tomar asiento y yo me dirigí hacia los ascensores. Pulsé el interruptor e ingresé rápidamente, mientras las puertas de metal se cerraban y hacían desaparecer la recepción. Suspiré, algo agobiada por el inesperado chubasco e introduje la llave en la ranura. Todos los edificios del complejo constaban de veinte plantas, pero en dos de ellos se podía acceder a un ático superior, gracias a una llave como la que estaba en mi poder.
Me giré hacia el espejo a contemplar la imagen proyectada en el reflejo. Me devolvió un rostro mortalmente pálido, con unas ojeras extremadamente marcadas y los pómulos hundidos. Se me habían resecado los labios a causa de la humedad y los ojos, de un azul cobalto intenso, destacaban más de lo normal por motivo de la pérdida de peso.
Suspiré, retocándome el pelo húmedo y estirando la camiseta de deporte arrugada, pegada al torso a razón de la lluvia. Debería haberme cambiado de ropa mientras trabajaba, pero la última sesión de entrenamiento se había alargado más de lo habitual y necesitaba concluir el último informe comercial sobre la patente en Japón.
Fruncí el entrecejo al recordar la carta de negativa de patentabilidad emitida por la JPO. Orión se pondría furioso cuando averiguara que los funcionarios no eran capaces de distinguir entre un mechero Bunsen y el Prometeo.
Sonó una campana de aviso y las puertas del ascensor se abrieron. Salté fuera y avancé un par de metros hasta la puerta principal. Pulsé un código de acceso y me coloqué enfrente del escáner de retina.
¾"Bienvenida a casa, señorita Fillol" ¾pronunció una voz invisible, surgida del sistema de seguridad.
La puerta se abrió con un "click" y penetré en el recibidor, depositando el manojo de llaves sobre una bandeja de plata, encima de un pequeño mueble. En un segundo, las luces inteligentes se activaron y aspiré el olor a café que todavía se respiraba por toda la casa.
Avancé por la vivienda hasta ingresar en una enorme estancia circular y acercarme hacia las cristaleras que dibujaban el sombrío atardecer de Barcelona, ensanchándome la ciudad en un mosaico de tonalidades grises y violetas, muriendo en las profundidades de mar y montaña. El cielo, aciago en su totalidad, representaba la tristeza más provocativa de mi alma, inmersa en la soledad devastadora que acusaba cada día, cuando regresaba a aquel hogar vacío y sin luz, tan sobrio como helado.
Me había costado dos semanas convencer a Orión y a Alexandra de que me permitiesen vivir sola. Únicamente habían accedido a cambio de grandes medidas de seguridad y una fuerza de voluntad esgrimida por mi parte, en los entrenamientos impuestos por la reina.
Tras el primer episodio nefasto, mi evolución había resultado considerable y todos parecían complacidos y satisfechos, pese a que intuía que los logros eran notables para un humano, pero insuficientes a la hora de enfrentarse a vampiros. Sus alabanzas llevaban la marca de la hipocresía, pues yo sabía que Alexandra albergaba la esperanza de que cambiara de parecer y que en algún momento decidiese convertirme en uno de ellos.
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CRISTAL
WampirySAGA ÍNDIGO 2 - ¡Ya a la venta! A Christine se le agota el tiempo. Ahora que Claude la ha encontrado, no le queda otra opción que enfrentarse a sus demonios internos y superar todos sus miedos mientras se recobra de la pérdida. Pero Ízan resulta un...