Toda mi vida envidié a esos hombres que se paraban detrás del mostrador, con ese aire solemne y lleno de calidez, que solía ver retratados en las películas que miraba junto a mis padres en mi niñez... Es que simplemente parecían saberlo todo, oírlo todo y acompañarte en cada confidencia, siempre sonriendo gentilmente, sin siquiera poner una pizca de prejuicio en sus miradas y que, sin importar cuán descabellada fuera la historia, escucharán sin hacer preguntas, sin ninguna queja, mientras llenaban el vaso de su agotado cliente... Entonces supe que era justamente porque yo quería ser esa persona, o mejor dicho, quería ser como ellos. Pero lo que más bronca me daba era que, por más que quisiera, no podía serlo, porque no era un hombre...Y eso es lo que yo, a mis mis escasos 7 años, pude entender en ese entonces... "Mas eso no me detendrá", pensé con inocencia.
Así me llené de determinación creyendo en que (algún día) me convertiría en eso sin dudas, en ese hombre al que, en mis recuerdos de antaño, llamaban "cantinero" y comencé a guardar mi "platita", pues mi madre me decía siempre que el dinero mueve el mundo, con la esperanza de ser dueña de mi propia "cantina"; allí, en ese refugio infantil que compartía con mi hermano del alma y mejor amigo: Ren. Ren era bromista y adoraba inventarse historias alocadas (así que fue un gran ensayo para mis planes futuros) y en cuanto corrí a buscarle loca de la emoción para contarle de mi gran sueño, se ofreció a contarme sus ficciones más disparatadas para que cuando tuviera mi cantina no me sorprendiera de ninguna desfachatez futura. Y así fue, sin importar cuantos años pasasen... Mientras, poco a poco, juntábamos la mitad de nuestras monedas en un fondo común que resguardaba nuestros sueños...
Con los años transcurriendo fui aprendiendo diversas cosas, (jamás perdí la curiosidad que me impulsaba a saber, supongo que por eso no perdí de vista mi sueño infantil) entre ellas que mi deseo no era tan descabellado, pues los tiempos avanzaban y ya no era tan inalcanzable como creía por lo que veía en esas películas de "cowboys" de mi niñez... Las mujeres también pueden ser dueñas de sus propios negocios sin necesidad de ser "esposa de..." o "viuda de..." y mi pecho se volvió a llenar de la misma emoción que sentí aquel día hace seis años atrás y corrí a contarle a Ren tal y como lo hice aquel día. Pasaron dos años más y supe que a lo que llamaba "cantina" tan inocentemente en la actualidad se le decía Bar y que el tan enaltecido<<por mi>> "cantinero" era en realidad un Bartender, que sería algo como "la sensibilidad del bar" traducido de su inglés original... Cada nuevo descubrimiento sobre mi anhelada profesión era simplemente fascinante y sólo conseguía arraigar mi deseo. Pero ya no era una niña y no molestaba a mi mejor amigo por cada impulso referido a mi sueño, el tenía el suyo y trabajaba duro para hacerlo real también. Todavía seguíamos reuniéndonos en nuestro refugio para reír y escuchar sus nuevos relatos, que cada vez eran menos infantiles, o para que me leyera algún libro de los muchos que solían llamarle la atención... Y nos quedábamos allí por horas, recostados uno junto al otro, en perfecta armonía.
Poco después de cumplir mis 16 años mis padres se fueron de viaje para conmemorar sus veinte años de casados y yo pasé una temporada viviendo en casa de los padres de Ren, pero cuando venían en el vuelo de regreso a casa, el avión sufrió un accidente ridículo; y así perdí a mis padres... Sin ningún familiar vivo, terminé en un orfanato para adolescentes del estado mientras el padre de Ren, un abogado muy bueno, se hacía cargo de todos los trámites necesarios para poder cuidar de mí. No por mí, sino que sentía el deber de "protegerme" como había prometido a mi padre y amigo de la infancia suyo, mas reconocer ese hecho no me importaba en lo más mínimo, de hecho, desde ese día todo de repente careció de sentido...
Las tres semanas que pasé en ese suplicio de orfanato fueron... No sé ni qué fueron, pero estoy segura de que jamás voy a olvidar las inmundicias humanas que he visto allí dentro, siempre como espectadora ya que yo nunca mostré el más mínimo interés o reacción ante los espectáculos de mis pares y, en vez de ser cómplice o víctima, terminaba siendo el saco de huesos con el que se desquitaban a los golpes los otros internos. Ciertamente en ese tiempo no fui más que eso, un saco de huesos que no tenía ni alma ni conciencia. No me importaba ni el hecho de que los supuestos "tutores" de ese hoyo se me tratasen de insinuar sexualmente a mí y a mis compañeros. Nunca accedí en realidad "Ya aprenderás cómo son las cosas acá" respondían siempre a mis negativas y ahora que lo pienso incluso podría haber sido violada, cosa que era muy normal, allí. Pero yo sólo me limitaba a golpear con todo mi ser a cualquiera que se me acercara por las noches, sin pegar un sólo ojo, sin siquiera comer, hasta el día de mi partida de esa fosa de alimañas; que parecía no llegar nunca...Pero llegó y salí de allí sin mirar hacia atrás ni una sola vez...
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Relatos nocturnos
RandomHistorias cortas que retratan los goces, penas, y anécdotas de distintos HUMANOS que,por distintas razones, se ven atraídos a un bar; perdido entre los suburbios de la ciudad. Un paseo por la vida de cuatro personas que están ligadas al bar de una...