Sentía gemidos y luces alrededor, se mantuvo en un punto incorpóreo lo que se sintieron como semanas, no era blanco ni oscuro el lugar, ni siquiera era un lugar tal cual. Navegaba en la nada, con ligeras explosiones de luz roja y pequeñas ondas de calor; después, cuando todo se enfrió pudo tocar algo sólido a sus pies.
Escuchó la voz de su padre y fue consciente de su cuerpo, principalmente de su costado izquierdo y su espalda cubierta de algún líquido tibio; metal frío rosaba suavemente su piel de vez en cuando, ¿estaban cortando su camisa?
En la nada el frío se intensificó y las luces pararon, sintió el mundo moverse y lo sólido donde había apoyado sus pies minutos antes desapareció.
El cuerpo se movía con espasmos irregulares y perturbadores, no era epilepsia pero lucía así, una vez que habían retirado la ropa todo se volvió confuso para aquellos que iban dentro de la ambulancia, en un lapso de tres minutos fue como si todos se hubieran perdido en la nada y se encontraran a la deriva.
Afortunadamente regresaron a tiempo para ver sangre saliendo del oído del paciente; el padre estaba totalmente aterrado, sin saberlo todos firmaron un pacto de silencio y fingieron que los minutos no habían pasado.
Al llegar al hospital padre fue separado del cuerpo y los paramédicos avisaron al médico en turno lo ocurrido, guardándose para sí mismos lo ocurrido dentro de las propias mentes.
La nada regresó y todo fue tranquilo desde ese momento, no más agitaciones o molestias a su cuerpo. Con su mundo en paz podía reflexionar acerca de lo pasado... tal vez el macabro reflejo en la vitrina fue sólo una ilusión óptica generada por la falta de sueño de los últimos días, aunque eso no explicaba la cristalería rota y el mueble destrozado.
Pensó también en la mochila que no tuvo oportunidad de abrir para mirar el contenido, el por qué se había peleado con Mía (y lo que había ocurrido en su habitación), y en qué demonios hacía en un pueblo abandonado del que había oído por accidente en una conversación de la psicóloga del instituto con el rector meses atrás. Aún con todo no llegó a ninguna conclusión, realmente nada parecía real y la posibilidad de que lo pasado se tratara de un largo sueño parecía más veraz.
...Apenas va a comenzar, tienes que despertar...
Regresó al estado corpóreo. La cama era cómoda, aunque el olor de lo que sabía era un hospital hacía a la combinación incómoda, limpio y estéril pero sobrio.
Una mano frágil estaba sujetando la suya, gracias a los rezos fragmentados en susurros supo que se trataba de Mía y no de alguna enfermera adoradora de Dios, entonces apretó débilmente aquella mano para tranquilizarla. Habría querido dormir o regresar al estado inmaterial en el que se encontraba antes, sin embargo, los sentimientos de culpa y simpatía se lo impedían.
Obligándose a abrir los ojos miró a Mía y trató de sonreír, la emoción de esta tomó sus finas facciones haciéndola lucir más joven y amable.
"A veces me olvido de que es un ser humano con sentimientos como todos y no sólo una loca casamentera que espera que sigan su voluntad sin chistar" pensó.
La culpa creció más hasta que fue detenida por el dolor de cabeza que trajeron consigo los gritos de Mía. El médico que llegó antes de que el ruido hiciera explotar sus oíos no sabía a quién atender primero, si a la persona que acababa de despertar o a la madrastra joven que parecía poseída por un extraño espíritu de euforia descontrolada. Terminó llamando a una enfermera para que trajera al padre y se llevara a la mujer.
Cuando el padre llegó y se checó que el estado del paciente fuera normal, el doctor fue quien tomó ahora un estado de emoción casi radiando en la excitación.
