Capítulo 1: 16 años y una derrota

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-Papá, ¿cómo te fue en el pueblo?- La niña abrazó a su cansado progenitor mientras éste cerraba la puerta de la vieja casa tras de sí.

-No muy bien, mi angelito. Apenas y conseguí unas monedas de bronce por los troncos que vendí. ¿Cómo sigue tu hermanita?- Alejandro pusó en el suelo a Raquel y se dirigió a la habitación de la pequeña Victoria, que llevaba días con una fiebre y por falta de dinero, no podía hacerla tratar por el alquimista y curanderos de Brighte.

-He estado con ella todo el día, como me dijiste, papi. Le he cambiado los paños seguido y le leí los cuentos de las brujas del campo para hacerla dormir.- Raquel, emocionada, se trepó en la cama de su hermana cuando Alejandro abrió la puerta, y éste miró a su hija más pequeña, que lo recibía con una sonrisa de oreja a oreja, feliz de verlo en casa.

-¡Papi! ¡Llegaste!- La dulce chiquilla estiró los brazos para que su padre la cargara, y Alejandro la levantó y la abrazó con fuerza, sintiendo el calor que su cuerpecito emanaba.

-No te baja esta fiebre. No sé que más hacer para conseguir dinero, y lo necesitamos de urgencia.- Alejandro, preocupado, besó las mejillas de "Vicky" y la acostó una vez más, acariciando su cabello de color rojo intenso. Victoria era la que más se parecía a su difunta esposa, en cambio Raquel llevaba el legado de su madre en la mirada, ya que sus ojos eran de un azul cielo muy brillantes.

-Papi, tranquilo. De seguro las cosas mejorarán, ya verás.- Su hija mayor así lo intentó animar, y Alejandro también la beso en la frente.

-Ve a preparar algo de comer, Raquel. Yo iré a traer leña para la lumbre.- La chica obedeció de inmediato, tarareando feliz mientras se dirigía a la pequeña cocina, dando saltitos.

Alejandro tomó su hacha de un lado de la entrada y se la puso al hombro. Era un hombre corpulento de unos 50 años, viudo, ya que Laia, su esposa, había fallecido dando a luz a Vicky. De cabello y barba castaños y ojos canela, su semblante era duro, pero jamás levantaba la voz a ninguna de sus niñas y ante ellas era el mejor papá del mundo. Raquel, en cambio, tenía un rostro que reflejaba la ternura de sus pensamientos, a pesar de ser ya una mujer, pues contaba 16 años. Su cabello, castaño como el de su padre, le llegaba a la cintura, y su piel, blanca como las nubes, era suave como el algodón. Vicky traía su cabellera corta, del rojo carmesí que llevaba su madre, y los ojos canela de su "papi". A diferencia de Raquel, no conoció a su mamá, y por eso su hermana mayor la trataba con mucho cariño, para que no sintiera jamás que le faltaba algo. Vicky tenía 6 años.

Alejandro regresó al poco rato y encendió la chimenea, donde Raquel colocó una gran olla llena de agua con verduras y hierbas que crecían por el bosque y que ella había buscado, alrededor de donde vivían, junto con la última gallina del corral. Cuando la sopa estuvo lista, ya cuando estaba anocheciendo, sirvió un poco a su padre, que moría de hambre, y a su hermanita le llevó el preparado en su cuenco favorito. La chica se sirvió y fue a comer junto a Vicky, dejándo a Alejandro sólo con sus pensamientos.

La noche llegó, cubriendo con su oscuro manto todo bajo el cielo. Por la ventana, el hombre pudo ver moverse el pasto, danzando junto a los fuertes vientos que solo salían al anochecer. Pensaba cómo conseguir más oro, pero ya no tenía ideas, y si no se hacía con oro rápido, Victoria podría no ver el siguiente año. En la soledad de la estancia, sentado sobre su mueble de piel roída, Alejandro lloró en silencio, sintiendo la impotencia y el dolor de estar sin opciones para salvar a su hija más pequeña.

-¡Oh, Laia! No tienes idea de cómo te necesito en estos momentos...- Así decía el agotado hombre, hablando para sí, pero envuelto en la capa del susurro, pues no quería que sus hijas escucharan sus lamentos: debía ser fuerte por ellas, y pelear por ellas.

Una brisa entró por la ventana, abriéndola suavemente y secándole las lágrimas de las mejillas. Una agradable sensación lo llenó de pronto, como si sintiera el abrazo de alguien que no podía ver, y entonces se puso en pie, decidido a resolver el asunto del oro de cualquier forma, por el bien de sus hijas. Miró al cielo estrellado y sonrió, seguro que su amada lo observaba y que de alguna forma había escuchado sus penas, y entonces apagó las velas que iluminaban la pequeña sala. Cuando cerraba la ventana para ya mandar a las chicas a dormir, sin embargo, un trueno iluminó todo por un segundo, y con un escándalo de tempestad, el rayo golpeó un árbol al borde del bosque, callando incluso al viento, que dejó de soplar al instante.

Alejandro observó el roble caído y sintió un calor anormal en el corazón, seguido de miedo y estupor. Tomó su hacha de donde reposaba, expectante, cuando las niñas salieron de la habitación, asustadas por el ruido súbito.

-Papá, ¿qué fue eso?- Vicky, tomándo la mano de su hermana, miró a Alejandro, que intentó no mirarla, pues no quería asustarla más.

-Solo fue un rayo, querida. Vayan a su cuarto y no salgan, ¿si?

Las niñas obedecieron enseguida. Alejandro veía sombras moverse en el borde del bosque, y entonces estuvo seguro que el rayo no era natural: era magia oscura. La magia estaba prohibída ante Dios y sus practicantes eran cazados por todos lados del continente, y era bien sabido que robaban a grupos aislados de personas por comida, dinero, he incluso niños que sirven de esclavos. El hombre apretó su hacha mientras veía multiplicarse las sombras en el borde del bosque, y se juró defender su hogar hasta la muerte. Frunció el entrecejo cuando observó a una figura humana que caminaba a paso ligero hacia la casa, y decidido, Alejandro abrió la puerta y se paró en frente, listo para recibir al invasor.

-¿Quién sois, extraño, que vienes hasta aquí cubierto de la luz de las estrellas?

-No importa quien soy, pero os debe importar que vengo por tí y tu familia, hijo de Dios.- El extraño, encapuchado, hablaba con dificultad: parecía enfermo. Alejandro no se inmutó y dio un paso en frente, levantando su hacha amenazadoramente.

-Si no os retiráis de aquí, tendré que dejar que mi hacha hable por mí, y ella es más ruda de trato, extraño. ¡Saca tu asquerosa magia de este lugar!

Detrás del encapuchado, aparecieron 10 más, todos cubiertos y con cuchillos ensangrentados en las manos. Alejandro no veía nada bien lo que sucedería, pues lo superaban en número. De reojo observó la puerta de la casa y el pánico lo quiso ahorcar, pues sus hijas no sabían lo que pasaba, y no tenía como advertirles sin dar alarma a los atacantes.

-Jaja, no tienes opción, hijo de Dios. Tú estás muerto y claro... tus hijas serán nuestras.... jajajajaja.- Al oír aquellas palabras, Alejandro no pudo evitar que la rabia lo llene, y entonces gritó con fuerza:

-¡¡Chicas, huyan!!- Se giró y mientras cerraba la puerta, vio el rostro de Raquel que había espiado por la ventana, y llevaba a su hermana en brazos. Los ojos azules se encontraron con los canelas, y fue la última vez que ella vió a su padre vivo, cuando la puerta cerró con estrépito, y gritos de cólera llenaron el ambiente.

La niña echó a correr con su hermana, tratando de no llorar y haciendo oídos sordos al escándalo que se podía escuchar por todos lados. El pasillo llevaba a la parte de atrás de la casa, donde podían salir al corral y de allí huir hacia Brighte para pedir ayuda. Victoria abrazaba fuertemente a su hermana mayor, pues estaba asustada y lloraba, presa del miedo.

-Tranquila Vicky. Papá... Papá estará bien. Él se llevará lejos a los hombres malos... y vendrá... c-con nosotras.- Raquel intentaba animar a su hermanita, pero también tenía miedo y su esperanza se desvanecía.

De pronto, un estallido sobresaltó a las hermanas, y la casa entera parecía haber sido sacudida. El temblor hizo que perdieran el equilibrio y entonces otra detonación colapsó el techo, y lo último que escuchó Raquel fue el grito lastimero de su padre, y la viga de madera cayendo sobre ella y Victoria, antes de perder el conocimiento.

Raquel: La Venganza de Cabello CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora