Prefacio

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El imponente atardecer era testigo de lo que le sucedía a Dante. Con un pie sobre la acera y el otro sobre la vía del tren esperaba angustiosamente su destino.

—Son las seis en punto —se decía a si mismo mientras controlaba su reloj de pulsera—, en diez minutos llegará.

Sabía el horario en el que cruzaba exactamente. El bocinazo del tren lo sobresaltó. Cada segundo le parecía eterno en la estación.

—¡Llegó la hora! —exclamó sin tener un receptor de sus palabras—. El recuerdo se apodero de él, era tan nítida la voz de su madre hablándole, que casi podía percibir su perfume en el aire.

La alegría de la evocación, la calidez de los brazos lo reconfortó de la gota fría que recorría su espina dorsal.

Tan apresurado estaba en terminar con lo que le ocurría que no tuvo en cuenta con qué se iba a encontrar, valga la redundancia, el que lo encontrara. ¿Podrían reconocerlo rápidamente? ¿Pasarían muchos días hasta que notaran el cuerpo? ¿Lo extrañarían?

El tren avanzaba por el carril a toda marcha. Dejó caer su mochila a un lado. Palpó de inmediato su bolsillo trasero, en busca de la billetera. La abrió con desesperación, los dedos le temblaban ante el crítico momento. Con ansiedad tomó el documento de identidad. Inesperadamente una foto voló hasta sus pies, posándose en sus zapatos. La levantó y miró detenidamente.

—¿Qué habrá pasado? —Con la foto entre sus manos.

Era una fotografía que tomó su padre, en la cual inmortalizó del tiempo la felicidad de su hijo al obtener el título. Sus ojos estaban más vivos que nunca. Recordó las palabras que dijo exactamente al salir del examen:

—¡No lo puedo creer! ¡Soy profe! —esbozó una sonrisa de felicidad mezclada con temor—. ¡Qué feliz era!

El tren estaba a sólo cien metros. Sus pensamientos se arremolinaban.

—¡Maldita sea! —Se dijo colocando el otro pie sobre la vía. Extendió sus brazos imitando a un pájaro en pleno vuelo. Sus pulsaciones incrementaron y toda su vida pasó por delante a gran velocidad.

Tomó una profunda bocanada de aire, hinchando sus pulmones, inflando su pecho que agitaba intermitentemente. Apretó sus puños y se decidió saltar.

—¡Adiós!

Y el suspiro se lo llevó el viento, no se puede garantizar que la palabra logró salvarse del mismo destino. Dante cayó pesadamente en las vías apretando sus parpados para no ver el triste final. El tren continuaba su marcha, las bocinas no daban tregua, un maquinista afligido realizaba todo tipo de maniobras, tratando de detenerse.

Pero eran inútiles.

Lo sabía el corazón, lo sabia el conductor y lo sabían los pájaros que en bandada se retiraban. Pero sobre todo lo sabía él.

Sus pensamientos atontados reaccionaron ante el peligro, y el sabio corazón se aferro a otro amor, uno más grande y sincero que el que lo había destruido. ¡El amor a la vida! Su vida.

—¿Perderlo todo?

Abrió sus parpados enormemente y divisó el tren que se aproximaba:

—¡Tengo que salir de acá!

El instinto de supervivencia espabiló: intentó correrse de las vías rápidamente. El tren estaba muy cerca, trepó al andamio desaforadamente. Una mano resbaló, y él tambaleó. Ladeó su cabeza, viendo por el carril el vehículo acercarse, sus ojos se humedecieron.

—¡Sálvame!

TUS OJOS COLOR MAR (DISPONIBLE EN AMAZÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora