PRÓLOGO

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Tras varias vueltas por la habitación, aquel hombre de piel blanca y barba algo descuidada, miró la pantalla de su teléfono una vez más, el mensaje había sido claro.

Las palabras "es la hora de la ejecución" se habían clavado en su mente. Ya habían pasado diez minutos del recibimiento de ese mensaje, sin embargo, el hombre alto, no sabía que hacer exactamente. Había planeado esto desde hace unas semanas, incluso se había alejado de su familia y se instaló en una casa que tenía por herencia familiar para que nadie le molestara y arruinara sus planes. Tenía todo a la perfección, sorprender a su víctima, vendarle los ojos y llevarla al sótano de la vieja casa en la que se encontraba en esos instantes para someterlo a un pequeño interrogatorio y, luego de unos días hasta recibir ordenes, deshacerse del individuo en algún prado lejos. Pero ¿qué era lo que le hacía dudar en lo que debía hacer? No era solo el que su víctima a penas fuera un muchacho de 22 años, si no que sabía que, si alguno de los puntos de su plan fallaba, el único perjudicado sería él, mas no la persona que se encontraba detrás del mensaje.

Se miró al espejo intentando encontrarse, pero solo veía a una marioneta movida por el rencor y la ira. Sacó una vez más su teléfono, pero esta vez se dedicó a mirar la foto de la persona que había mandado ese mensaje.

Era un señor de unos 54 años aproximadamente, él lo había visto en persona, bajito y gordinflón era la descripción exacta de aquel tipo que se encontraba en pantalla.

Miró el nombre asignado al número, "Arthur Roberts". Un hombre de mucho dinero que poseía varias empresas del país e invertía en otras con el objetivo de aumentar al máximo su capital.

Bloqueó el teléfono, no entendía cómo llegó a este punto. Él era un hombre tranquilo y feliz con una familia perfecta. Siempre se había esforzado en su trabajo para darles lo mejor a sus amados hijos, pero todo cambió hace un mes, cuando su trabajo se convirtió en "imprescindible" en la empresa a la cual daba sus servicios. Él estaba dolido por los años de esfuerzo y dedicación que había brindado, los viajes que tuvo que hacer para poder estrechar la mano y hacer negocios con otras empresas, casi sin descansar y teniendo que ocupar días vacacionales, en eso consistía su trabajo, pero jamás se quejó, a pesar de los malos tratos que a veces recibía por parte de su jefe.

El mismo día que lo despidieron, el gordinflón había llegado a la empresa para reclamar cierta deuda. Había escuchado rumores por parte de la secretaria de su jefe, pero nunca antes se había presentado ese personaje a reclamar directamente a su jefe...ex-jefe.

Mientras el recogía sus cosas, escuchaba ciertas vociferaciones del despacho del Señor Anderson. Cuando salía con su caja hacia su coche, vio salir al hombre de hace un rato, pero con un enfado bastante percatable. Se miraron por unos segundos y la cara del señor se suavizó. Poco a poco, el señor regordete se acercó a él con algo de dificultad, cuando estuvo a su lado le sonrió cínicamente.

- Buenos días, veo que Benjamim te ha echado, dime, ¿te ha pagado una buena liquidación?

- Bueno señor, tengo que volver por ella en una semana, el señor Anderson me dijo que en este momento no... - una fuerte carcajada lo interrumpió, se sentía desconcertado.

- ¿En serio eres tan tonto como para creer que ese capullo te va a pagar lo que te debe? - ya había oído antes que no pagaba las liquidaciones, pero se negaba a salir con las manos vacías a la empresa en la cual había estado por 15 años. - lo único que hará será marearte hasta que te termines olvidando de ese dinero.

Miró hacia las cajas que había metido en el coche, la rabia y la tristeza empezaron a inundarle. ¿Qué diría a su familia?

- No te pongas así hombre. Quiero proponerte algo, pero esto debe quedar solo entre tú y yo. Voy a ayudarte. - el hombre miró extrañado al señor bajito, pero bien vestido que estaba frente a él.

- ¿Por qué querría usted ayudarme? No entiendo su interés.

- Benjamin Anderson me debe dinero al igual que a ti, a diferencia de que a mí me debe grandes cantidades. - se cruzó de brazos y escuchó con atención al hombrecillo. - necesito que me devuelva mi dinero, y si es posible, con intereses mayores al veinticinco por ciento. Para eso, tengo cierto plan que va a resultar un tanto peligroso, pero conveniente tanto para ti como para mí. Esta vez Benjamin no se saldrá con la suya, y por culpa de él, tendremos que integrar a su querido hijo al plan para que no pueda escapar de lo que nos dará. - su sonrisa era maliciosa, el hombre sabía exactamente a lo que se refería.

- Y ¿Por qué piensa que yo ayudaré a que se lleve a cabo ese plan?

- Porque tú quieres justicia para ti, a demás de que te llevarás una gran recompensa. Tu familia ni si quiera notará que te han despedido y vivirás como un rey el resto de ti vida.

La propuesta le resultó tentadora, por lo que aceptó sin protestar más.

- Buena elección, mi nombre es Arthur Roberts y creo que haremos un gran equipo.

El hombre sacudió la cabeza volviendo a la actualidad, maldiciéndose por no poder volver atrás y evitar estrechar la mano con Arthur, evitar toda esta locura. Un secuestro no es cualquier cosa, y sabía que era aún más peligroso cometerlo en su casa, la cual planeaba habitar con su familia desde hace tiempo atrás, pero el enano le había prometido que todo iría bien y nadie se percataría de que el chico estuviera metido en aquel sótano.

No podía echarse atrás, su familia pensaba que estaba en un viaje de negocios muy importante y que se tardaría un largo tiempo, pero les prometió que después de eso estaría mucho más tiempo en su casa.

Se miró una vez más en el espejo, cogió el pasamontaña y una pistola que le había proporcionado Arthur. No pensaba utilizarla, sabía a la perfección cómo usarla ya que su padre le había enseñado a disparar cuando el era joven, pero solo la utilizaría para atemorizar al chico.

Salió del cuarto y bajó las escaleras con cuidado, abrió la puerta y con paso firme se dirigió al coche que también le había dado Roberts para que no sospecharan de quién había secuestrado al hijo del enemigo común.

Se dirigió sin mucha prisa hacia la ciudad, tenía una dirección de la discoteca a la que el chico iba habitualmente, sabía que era allí porque había estado espiándolo para no cometer fallos.

Aparcó unas manzanas atrás de la discoteca y esperó a ver la silueta del chico.

Pasaron cerca de los cuarenta y cinco minutos y el muchacho no aparecía. La paciencia se le estaba acabando y daba por abordada la misión hasta que vio salir a un chico algo borracho, llevaba una camiseta blanca, pantalones negros, zapatillas negras y una chaqueta de cuero en la mano. Miró su rostro, a pesar de ser un chico de 19 años, tenía facciones de alguien más maduro y varonil. El era su víctima, tenía el mismo color de pelo que su padre y su misma altura, era innegable.

Salió del coche con el pasamontaña puesto y se metió la pistola en el pantalón. Esperó a que el chico estuviera más cerca de él y una vez que pasó de largo, lo siguió hasta un callejón donde lo acorraló fácilmente.

- Si gritas o haces algo te mato aquí mismo chaval- dijo poniéndole la pistola en la cabeza.

Invisible AcompañanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora