· Capítulo 2:
El gran acontecimiento:
-De acuerdo, no hagas nada. Recuerda que nuestro propósito es que no nos descubran. Mantén los ojos bien abiertos y avísanos de cualquier novedad – La voz de la chica había recuperado esa energía inicial, se notaba que adoraba su trabajo y que le producía mucha adrenalina estas situaciones.
-De acuerdo, mantendré mi posición hasta próximo aviso – iba a cortar la comunicación cuando la oí llamarme.
-No. Vas a infiltrarte. No podemos permitirnos el perderle de vista dentro de su madriguera. En cuanto bajes, tras el edificio hay uno de seguridad que trabaja para nosotros, es un infiltrado, que ha conseguido ropa del servicio, serás un camarero. Tendrás una cámara que grabara todos los movimientos del gobernador.
-¿Qué? – Susurré lo más alto que me fue posible. Estaba atónito ante lo oído.
-Son órdenes. Debes cumplirlas, no lo olvides. Estaremos aquí protegiéndote, tranquilo. – Y, sin poder reclamar, la comunicación se corto.
Suspiré y di un golpe en el suelo. No podía creer que mi trabajo fuese infiltrarme. Lo mío eran las alturas, el pasar desapercibido, la soledad, la distancia…
Me alcé deprisa y bajé hasta la posición indicada.
No fue difícil evitar a la seguridad, no para mí.
Tras una pared, con un pequeño, comprobé la parte trasera del edificio. Para mi sorpresa, estaba totalmente despejada.
Me arrastre por el suelo, milímetro a milímetro, sin despegarme de la oscuridad que brindaba estar pegado a la pared.
-Levántate gusano – la voz hosca de aquel hombre tan robusto, me hizo alzarme de un salto y ponerme en estado de defensa.
Le observe detenidamente, hasta comprobar que era el tipo que iba a infiltrarme.
Cuando me aseguré por completo, retomé la posición normal y comprobé que no había nadie a nuestro alrededor.
Fijé mi vista en su rostro serio, con sus años marcados y el cansancio depositado bajo sus ojos apagados.
-Al menos, no soy un gusano ansioso por convertirse en mari posón – ladeé una sonrisa de victoria al ver como contraía su rostro molesto.
A pesar de parecer que iba a continuar la batalla de comparaciones, abrió una puerta que había tras él y sacó mi uniforme.
-Ten, espero que sea de su gusto “majestad” – su rostro se relajó y se permitió sonreír fugazmente.
Recogí el uniforme, asentí y me encaminé por la puerta que había abierto anteriormente el de seguridad.
-Y recuerda – volteé al oírle - los camareros también reparten entre los de seguridad – su sonrisa se ensanchó y desapareció dejando una carcajada maquiavélica resonar en el pequeño cuarto.
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-Maldito segurata – maldecí a ese hombre por su poca lealtad con su trabajo.
Como era de esperar, era el centro de atención y no era para menos, el muy bastardo me había proporcionado un uniforme dos tallas inferiores, consiguiendo que el pantalón no tapase ni siquiera los tobillos, que la parte superior me impidiese moverme con agilidad y, lo peor, que no pasaría desapercibido.
Gruñí molesto al oír una suave risa, proveniente de un grupo de mujeres que conversaban a escasos centímetros de mí.
Mi trabajo era simple, recorrer la sala con una bandeja, ofreciendo a los invitados todo tipo de comidas y bebidas.
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