Grotesco pero hermoso.

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Los gemidos resonaban cual sinfonía acompañada de jadeos. Lo batuta era libre de mover a sus músicos en la dirección que él lo deseara. Le miraba con hambre, deseo y lujuria animal. La sonrisa, que se modificaba según los patrones, era cínica o dulce. El éxtasis acompañaba a la euforia ante tal concierto producido y guiado por él. El morbo de ver como los instrumentos se abrían ante su presencia era sublime. Sus oídos recibían las notas musicales con ansias y placer. Su cuerpo constataba el calor producido por sus instrumentos.

– ¡Ah!

El olor tenue de la sangre se empalmaba con el ya existente. Sus ojos no podían apartarse de lo que tenía enfrente, una imagen hecha por y para él. Cansado de sólo admirar, comenzó a tocar, suave, lento, como si se tratara de un instrumento viejo y el último en su clase.

–Ma-más... lento, ve más... lento, mgh...

El sudor corría libremente por aquel cuerpo sumiso, primero en contra, después, entregado en una voluntad total y abrumadora. Cada parte que tocaba se tensaba cual cuerda de violín produciendo un magnífico sonido, nacido de esos labios hinchados y rojos por su causa. Cada terminación nerviosa sabía cómo, dónde y en qué momento tocarlas para provocar la reacción que quería de él. Un hilillo de saliva se escurría por la comisura de la boca al igual que él, salivaba por ello. El pecho subiendo y bajando según los movimientos de su cadera, sus manos no tocaban sus partes íntimas, las ignoraba deliberadamente causando pucheros de segundos de parte del dueño del cuerpo bajo suyo.

­–Me encantas precioso... mgh, aprietas delicioso.

Los ojos reflejaban el deseo por sus palabras y acciones, los labios después de ello gritaban por ser mordidos y sumergidos en un ósculo fuerte, profundo. Animal. Eran esos momentos cuando los dedos contrarios dejaban el soporte de las sábanas para aferrarse a su piel, su espalda terminaría con marcas en un claro mensaje que no pensaba desmentir y mucho menos negar.

Sus dedos se deslizaban cual serpientes en los costados de su compañero mientras sus bocas seguían una batalla que nunca daba por finalizada la guerra. Los gemidos opacados eran deliciosos, sus ojos siempre en una lucha por cerrarse, pero la orden de su rey era clara "se prohibía hasta terminar el acto", ¿La razón? Simple. Quería grabar cada expresión, jadeo y, sobre todo, los iris, esos ojos preciosos cual gemas recién pulidas le fascinaban. Haría cualquier cosa porque estos nunca se opacarán, no de nuevo... no como aquel veinte de septiembre, donde por primera vez, sus hermosas gemas perdieron su brillo marino.

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Él detestaba el calor y él el frío. Amaba el chocolate y él las fresas. Detestaba lo salado y él el dulce. El demostraba sus emociones con palabras o gestos, él con acciones.

Diferentes como iguales.

Fuego y agua. Calor y frío. Negro y blanco.

Todo en un balance que no entendía como lo hacían, el miedo le carcomía las entrañas cada vez que veía la inclinación de la balanza. Sin embargo, su pareja venía, le miraba por segundos eternos para acto seguido sonreí y besarle, algunas veces terminaban en la cama, otras abrazados repartiendo caricias en el cuerpo contrario o simplemente sintiéndose.

Su relación se dio tan natural que cuando menos se dieron cuenta ya se encontraban perdidos en los ojos contrarios, en las acciones contrarias y, sin quererlo, en una batalla de poderío en un ósculo mágico apoyado por la misma naturaleza. La complicidad del acto fue interesante y divertido para ellos, pero no para sus compañeros que, perplejos les miraban sin entender qué pasaba.

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⏰ Última actualización: Feb 18, 2017 ⏰

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