Y esa playera, qué había sido mi preferida tanto tiempo, la que a pesar de cada lavada yo le seguía sintiendo su tacto, su olor, su pecho. Hoy me quemaba la piel al tacto, a pesar de qué hacía frío. La playera era cómoda, pero yo no resistía tenerla más. Decidí quitarmela, tirarla y ponerme una blusa mía, chiquita, de tirantes. Por el frío, mis pezones se pusieron duros. Me pare frente al espejo y me observé un buen rato. Tan chiquita, tan gordita y a la vez tan delgada. Tan bonita y a la vez tan desgastada. ¿Quién de los dos era el qué realmente estaba perdiendo en esto?
Moría de frío, pero tenía mucho qué no me sentía tan cálida.