Amnesia desolada

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Me despierto sobresaltado, casi asfixiado. Estoy tumbado dentro de una cápsula pequeña, la cual me recuerda a un ataúd. Tiene una ventanita de cristal por la que puedo ver el techo de la habitación en la que me encuentro. Hay muchos cables y tubos colgando, aunque no puedo distinguir dónde me hallo. Empujo hacia arriba y se abre con un gran estruendo. Miro a mi alrededor; es una especie de laboratorio, aunque bastante descuidado. Muchas de las máquinas del lugar están destruidas o apagadas. El sitio me resulta extrañamente familiar, es una sensación extraña.
¿Hola? ¿Hay alguien ahí? exclamo, alzando la voz para que se me escuche más allá de esta habitación, pero no hay respuesta.
Salgo con cuidado de la cápsula en la que estaba. Me agarro a una mesilla que hay junto a ella, los músculos de las piernas me fallan. Cuando alzo la vista, veo una persona en el reflejo del cristal de un armario. Tardo unos segundos en darme cuenta de que responde a mis movimientos; soy yo. No me reconozco. No recuerdo nada. No sé quién soy.
Me fijo mejor en el reflejo y observo que llevo un uniforme de laboratorio y una placa de identificación colgada del cuello. En ella hay una foto mía, junto a las letras    J. R. y una banda magnética en la parte posterior.
Me decido a explorar el recinto. Por el olor del ambiente y la falta de ventanas deduzco que estoy en un lugar cerrado. La puerta metálica que lleva al exterior de la sala está cerrada. A su derecha hay una luz roja, así que paso la tarjeta por encima. La luz cambia de color a verde y emite un pitido al mismo tiempo que se abre la puerta.
Al otro lado hay un largo pasillo, bastante vacío, con varias puertas iguales a los lados.
¿Hola? digo mientras camino hacia el fondo.
Tengo bastante miedo. No por la sensación de soledad que tengo, sino por la falta de conocimiento sobre mí mismo. Intento recordar cosas sobre mí, cosas como mi nombre o mi cumpleaños, pero no puedo.
Abro la puerta de la misma forma que hice con la anterior y descubro una gran habitación, llena de pantallas y ordenadores gigantescos. Un camino se abre paso hacia el centro de la sala, en la que hay una mesa con un monitor encendido y lo que parece un hombre sentado en frente.
Por fin veo a alguien suelto aliviado acercándome a él.
Cuando estoy a su lado me viene un olor putrefacto a la nariz. El hombre, o lo que queda de él, llevaba puesto el mismo uniforme que yo. Su tarjeta estaba en la mesa, cubierta de polvo. Su foto me despierta la sensación de haberlo visto antes, aunque no recuerde dónde ni cuándo. En su monitor, aún funcional, hay un documento abierto:
La misión ha sido todo un éxito, la amenaza ha sido erradicada. Los avances en el proyecto planteados por el científico J. Robert han dado lugar a la perfecta ejecución del plan. Aún seguimos esperando más órdenes.
¿J. Robert? Parece que se refiere a mí. Vagos recuerdos me vienen a la mente, pero no me dicen nada. Parece que hay otro archivo en el ordenador:
Atención, necesitamos ayuda. Las reservas de alimentos y agua están escaseando. No podremos aguantar más de dos semanas. Si no hay respuesta en menos de tres días, procederemos a la evacuación total.
Parece que se marcharon todos, aunque este tipo y yo seguimos aquí. Bueno, ahora sólo quedo yo.
Dejo el ordenador y me encamino hacia la puerta de salida más cercana. Sigo las señales, abriendo puertas con mi tarjeta de identificación.
Una puerta a mi derecha me llama la atención, pues se encuentra abierta. Entro para echar un vistazo. La habitación está repleta de cuadros y vitrinas con trofeos. Parece un museo, aunque las fotos son de este recinto. Una de las imágenes destaca ante el resto por su tamaño, ocupa casi media pared. Hay mucha gente posando en la foto, como si de un equipo de fútbol se tratara, aunque diez veces más grande. En el centro logro distinguir dos caras conocidas. El hombre de antes y yo estamos sosteniendo lo que parece un misil alargado en nuestros brazos, con una pose orgullosa. ¿Sería esto a lo que se refería el mensaje?
Doy media vuelta y salgo por la puerta, intentando recordar lo que ocurrió entonces, pero sigo sin ser capaz. Al final del pasillo veo unas escaleras. Aligero el paso y subo como puedo, aún no estoy del todo recuperado. Cuando llego arriba, no doy crédito a lo que ven mis ojos. Es una gran sala redonda, con un gran telescopio en el centro, con unos grandes ventanales y una cúpula en el techo. Por los cristales se puede ver un terreno desértico y rojizo. Sin duda alguna es el suelo de Marte.
Me pego al cristal para intentar ver más allá del horizonte, pero solo hay más suelo desértico y más cráteres. El sentimiento de soledad me inunda más aún. Sólo en el planeta, sin esperanza de salir.
Me acerco al telescopio y lo examino. Parece que es bastante avanzado y que aún funciona. Selecciono la Tierra en la pantalla y empieza a moverse para encontrar su localización. Una vez se detiene, la observo por el monitor. No se parece en nada a lo que recordaba de ella. No hay ni rastro de los océanos ni de los polos. Tampoco hay nada verde. En su lugar, un gran cráter está situado en el centro del planeta.
De repente, empiezo a elaborar mi teoría. Yo sería un científico que trabajaba en un proyecto para destruir la Tierra. Gracias a mis avances en el misil de la foto de antes, pudieron acabar con el planeta. Es decir, por mi culpa, miles de millones de personas inocentes murieron sin poder hacer nada para salvarse. Dejaron de enviarnos provisiones y, seguramente, al marcharse a otro planeta, nos dejaron al hombre aquel y a mí en tierra por haber hecho posible tal aniquilación. Debido a dicha atrocidad, decidí borrarme la memoria en aquella cápsula donde desperté. Es lo más lógico.
Doy media vuelta y me dirijo hacia el monitor que encontré antes; tengo una idea. Cuando llego al ordenador, edito el archivo que leí antes:
La misión ha sido todo un fracaso, la amenaza no ha sido erradicada. Los retrasos en el proyecto han dado lugar a la fallida ejecución del plan. Aún seguimos esperando más órdenes.
De esta forma, cuando vuelva a despertar, creeré que ocurrió algo muy diferente, por lo que no tendré que cargar con la culpa de nuevo.
Vuelvo sobre mis pasos al lugar donde desperté. No me equivocaba, la máquina está conectada a una pantalla en la que poder programar el lavado del cerebro. La dejo tal cual estaba y pulso el botón de encendido. Me introduzco en ella y cierro la tapa por dentro. Un sonido indica que la máquina se pone en marcha y empiezo a perder el conocimiento.
Justo antes de quedarme dormido, medito sobre algo. ¿Realmente fui yo el culpable? ¿Cuántas veces habré hecho lo mismo? ¿Cuántas veces me habré borrado la memoria? ¿Cuántas veces habré editado aquel archivo? ¿Cuántas veces habré pensado esto mismo?

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⏰ Última actualización: Feb 18, 2017 ⏰

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