Epílogo

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Epílogo


En su elegante despacho del club Diógenes, Mycroft Holmes se encontraba bebiendo su té en completo silencio. Aunque beber no era la justa palabra para definir lo que hacía.


Llevaba más de 15 minutos removiendo su taza sin darse cuenta, mientras su vista permanecía clavada en el folder abierto sobre su escritorio. Dentro no había gran cosa, unas pocas hojas con recortes de periódico adjuntos, y en la parte superior, la fotografía de un hombre que, a decir verdad por su pose y expresión, no tenía idea de que aquella foto le había sido tomada.

Mycroft había leído ese informe de manera repetida. Una vez le basto para memorizarlo con perfección fotográfica, las demás fueron más como un acto reflejo, como si buscara la respuesta que claramente no se contestaba entre esas líneas. Era gracioso como unas simples letras impresas podían representar un problema infranqueable, inclusive para él.

En verdad, un misterio digno de Sherlock Holmes, Sherlock...

Suspiró dejando en paz su cuchara, llevando sus ojos nuevamente a la imagen impresa, donde John Watson caminaba, estático para siempre.

Holmes conocía de memoria a aquel hombre. Simple, si, lo suficiente para hacer que en cualquier otra circunstancia lo ignorara. Solo su asociación con su difunto hermano menor le había valido un espacio dentro de sus archivos, además de una estrecha vigilancia.

Si había algo de lo que Mycroft Holmes estaba orgulloso, era del manejo riguroso y disciplinado que se mantenía bajo su dirección dentro del servicio secreto británico. Los cabos sueltos se seguían con constancia casi religiosa, y John Watson no se contaba entre ellos.

Al menos no hasta esa tarde.

A Mycroft aún le costaba creer lo que había ocurrido. Luego del lamentable fallecimiento de su hermano Sherlock, había considerado que lo más prudente era redoblar la vigilancia sobre el doctor Watson, al menos durante los primeros meses, y solo como medida precautoria. Todo marchó según lo previsto. En un hombre tan sencillo y recto como lo era John, era cosa de niños prever cuál sería su actuar a corto y largo plazo.

Menos de 6 meses después se hizo evidente que nada fuera del plan iba a suceder, y bajó la vigilancia sobre él. No era necesaria cuando el ex soldado había comenzado a contactarlo, luego de un largo año, solo para echarle en cara su culpabilidad en lo sucedido.

Al principio las llamadas eran amargos reclamos, sin embargo, en poco tiempo se tornaron en mensajes cordiales, aunque distantes. Cualquier tipo de chispa que hubiese existido entre Sherlock y John no se extendía hacia el otro Holmes. Y estaba bien, era lo menos que podía esperar.

Había considerado que ese sería el punto final para la tortuosa serie de acertijos que Sherlock perseguía al lado de John, sin embargo, parecía que el buen doctor no había podido resistirse a inmiscuirse en un último caso, uno que parecía ir mas allá incluso de la privilegiada mente de Mycroft.

John Watson había desaparecido sin dejar rastro. Su departamento se halló abierto, sin nada que indicara que la cerradura hubiese sido forzada, aunque las ventanas y demás puertas lucían como si el hombre hubiese querido atrincherarse.

Nada faltaba, todas las pertenencias de John seguían en la que fuera la habitación de Sherlock. No había signos de pelea, ni nada digno de ser mencionado. Habían hallado el arma descargada en la mesa, y el celular en el suelo, con la información de contactos, mensajes y llamadas en blanco.

Era tal la cuantiosa falta de pistas que parecía un chiste.

Mycroft suspiró tomando con lentitud su taza, bebiendo su té frio. Debió haberlo visto venir. Luego de aquella última llamada furibunda de parte de John en la que le pedía que dejara de vigilarlo, el comportamiento del doctor había sido algo errático y paranoico; sin embargo, suponiendo que era una simple etapa de duelo, tal y como decían los registros del psiquiatra del rubio, lo único que hizo fue pedirle a Lestrade que hablara con él y mantuviera un ojo encima suyo.

Cerró el folder, dejando la taza vacía a un lado. Recargó los codos sobre la mesa, entrelazando los dedos y apoyando sobre ellos su frente, volvió a suspirar. De nuevo era su culpa. No había podido proteger a Sherlock de sus tendencias autodestructivas, y ahora había ocurrido lo mismo con John.

Se había prometido que por lo menos se aseguraría que la persona a la que más amó su hermano tuviese una mejor vida, y había sido todo un fracaso.

Mycroft tenía la plena certeza de que John no se había suicidado. Lo conocía lo suficientemente bien, de haber querido hacerlo, tenía un arma a la mano que jamás usó. Sin embargo, tenía la plena certeza de que ya no estaba con vida.

Lo que fuera que había sucedido en el 221B de Baker Street, John se lo había llevado a la tumba consigo. Su equipo seguiría buscándolo, a pesar de todo. Y mientras no apareciera un cuerpo...

Cuando Mycroft Holmes se levantó de su asiento, empuñando la sombrilla con decisión, deseó con todo su ser que dónde quiera que estuviese John, al fin se hubiese reunido con Sherlock.

Fin

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