Calcetines y Muñequeras

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Estando ambos en la cama, Musa estiró las piernas desnudas, recostada encima de Riven. Este, a su vez, descansaba la cabeza sobre sus brazos cruzados, en una plenitud pocas veces conocida: lo habían hecho en su habitación de Fontana Roja. Era el Día de la Rosa y ninguno había tenido clases. Sus amigos y amigas habían ido a sus respectivos planetas para celebrar el día junto a sus respectivas madres, así que, sin planearlo, habían aprovechado el momento a solas.

En años anteriores habían decido pasar el día juntos, visitando la tumba de la madre de Musa o simplemente saliendo a Magix; sin embargo, en esa ocasión se habían quedado en Fontana Roja; primero conversando y después deshaciéndose de la ropa con besos, como si con ella se desprendieran de la tristeza que solía teñir la festividad. No había sido precisamente la versión más romántica de ellos, sino la más necesitada. La que necesitaba apoyarse en el otro para olvidar el mundo por un momento. Musa por lo menos lucía más contenta, abrazando el torso descubierto de Riven.

Lo habían hecho tranquilamente, con una plenitud rara vez encontrada el resto de año. Después de todo, siempre había prisa: alguien podía llegar o escuchar; así que ese extraño momento de paz, parecía nuevo. Incluso podían darse el lujo de acurrucarse y dormir una siesta, pero no estaban lo suficientemente cansados.

Riven la observó. Su largo cabello negro cubría su espalda, pero si inclinaba la cabeza un poco, podía ver la curvatura que descendía a partir de esta y también sus muslos. Musa flexionó una de sus piernas, mostrando su pantorrilla y su pie desnudo.

Sonrió.

—Creí que jamás te quitarías los calcetines—comentó el especialista—. No era precisamente erótico verte con ellos puestos.

Ella fingió enojo y le dio un manotazo en el pecho.

Riven rio, satisfecho con la reacción, y acarició la cabeza de su chica, enterrado los dedos en las hebras y masajeando el cuero cabelludo. Musa cerró los ojos, complacida. Él podía ser un chico distraído en su relación y muy poco romántico en sus conversaciones postcoitales, pero si había algo muy interesante dentro de sus virtudes era lo mucho que se preocupaba por que ella disfrutara el momento. Aunque, debía admitir, eso no era una especie de arduo trabajo: entre ellos había mucha química y, en ocasiones bastaba una mirada o un gesto para que uno comprendiera lo que otro quería. Con los ojos aún cerrados, Musa tomó la mano de Riven para besar sus dedos, en un gesto más erótico que tierno.

Algo estaba a punto de hervir nuevamente, cuando Musa abrió sus ojos al tocar la tela que cubría las muñecas de Riven. Se detuvo. Aun cuando él intentara quitarle los calcetines, ella había tenido la costumbre de dejárselos por simple comodidad; pero Riven nunca se deshacía de las muñequeras deportivas. No era algo que le molestara, pero le parecía absurdo que él se quejara, entonces.

—Siempre llevas las muñequeras puestas, incluso cuando duermes. Deberías quitártelas, ya que criticas mis hábitos. ¿No te molestan?

Riven alejó la mano de ella y se encogió de hombros.

—No les tomo importancia.

Musa estiró un brazo para quitársela, pero el especialista lo alejó más, colocándolas sobre su propia cabeza.

—No es necesario que las quites.

Musa arrugó el ceño, estirándose más. Riven bajó rápidamente las manos hasta su cintura, para detenerla. No le molestaba que ella siguiera estirándose y más si su pecho quedaría justo frente a su rostro, pero la detuvo con firmeza y la bajó hasta que sus rostros quedaran a la misma altura.

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