Prefacio

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Sobre la banqueta, un poco escondida entre una delgada grieta, una pequeña gota color vino; solitaria, sin propósito, seca, casi imperceptible, pero más que nada, enigmática; saludaba un poco, indicando al igual que una flecha que algo insólito había ocurrido en aquel callejón desértico.

Las paredes de aquella estrecha calle cerrada, estaban entintadas con garabatos mal hechos y de una viscosidad verde que podría ser musgo manchado con hollín. Al fondo se encontraba la parte trasera de una fábrica azucarera; sin ninguna puerta o ventana que permitiera ver tan deplorable calle.

Entre más se adentraba uno en ese callejón, otras manchas carmesí, te daban la bienvenida, guiándote hasta una tan grande como una persona, definitivamente algo había ocurrido, sin embargo, no había ningún cuerpo o arma que de indicios de lo que había sucedido.

La sangre seca daba a notar que había pasado algo de tiempo desde la consumación del acto; tres días para ser exacto. Un gato siamés, con un collar morado y un cascabel colgando de este, indicando que era un animal doméstico; lamia un poco de la gran mancha la pared. Era una acción verdaderamente asquerosa, una que no tardó en desaparecer pues el gato salió corriendo trepando por el descarapelado muro, subiendo así al bajo techo trasero de la fábrica y escurriéndose entre la esquina del techo más alto de la misma fábrica y un edificio descuidado.

Era obvio que algo como esto debía ser informado a la oficina local de la policía — la única cosa que manejaba las injusticias cometidas, supuestamente, en ésta pequeña, apartada y decayente ciudad —. No obstante, los cinco oficiales del lugar tenían cosas más importantes que discutir.

—Empaca tus cosas, mañana mismo te vas a San-eobjidae — dijo el supuesto jefe autoelecto de la oficina policiaca.

—¿Por qué? — pregunté desconcertada — ¿Cuál es la razón por la cual decide eso?.

—Fuiste aceptada aquí porque tú nombre decía que eres extranjera y creímos que eras bonita, pero ahora no te queremos aquí — soltó de manera imperial y con desdén.

Los demás oficiales manifestaron risas ahogadas en burla, acompañadas de uno que otro comentario denigrante.

—Me rehuso — repliqué firme — sin mí, esta ciudad se consumiría en estragos debido a que ustedes nunca hacen nada.

—¡Insolente! — vociferó con fuerza — te dejamos jugar un rato con tu pipa y lupa  porque así no te tendríamos todo el día en la oficina — se mofó descaradamente.

—Mi trabajo no es un juego, soy la única aquí que ha mantenido un orden y que ha logrado hacer respetar la mayoría de las leyes — argumenté tragándome las ganas patearle la entrepierna — en la ciudad sólo sucedían robos ligeros y pequeños asaltos; sin embargo, lo que ocurrió en el callejón es de gravedad, ¿Qué pasará si ustedes me trasladan a otro lugar?, es probable que algo peor suceda y apuesto a que todos se harán de la vista gorda; ¿Cuántos muertos se necesitan para que alguien de ésta oficina haga algo? — expresé sintiéndome impotente pues sabía que mis palabras no les causaría efecto alguno; nunca lo hicieron.

—Ñañaña, no te creas tan importante; tú no eres más que una simple mujer, aquí no vales nada... ¡Sáquenla de aquí! — ordenó e inmediatamente mis supuestos compañeros me arrastraron a la salida tomándome de los brazos.

Sin delicadeza me arrojaron sobre el pavimento, provocándome leves raspaduras en los brazos y rodillas.

—Regresa a tu país si no te agrada estar aquí — comentó uno de ellos con sorna.

—No depende de nosotros el emplearte, tienes suerte de eso — agregó otro con una expresión maliciosa.

Me aventaron un sobre blanco de carta, para después cerrar la puerta sin titubear.

Dentro de dicho sobre, habían un par de documentos que explicaban mi traslado, un pasaje para el tren que me llevaría a San-eobjidae, y el dinero correspondiente a mi sueldo.

Con resignación, me levanté y caminé de regreso a casa para empacar mis cosas.

La pequeña mancha rojiza se presentó nuevamente en el mismo lugar, apuntando diligentemente hacia el callejón de junto. Los extraños ruidos te invitaban a entrar; todo era igual, nada había cambiado a excepción de una cosa. Un trio de gatos callejeros lamía los restos de la sangre con una delicadeza, que parecían comer un fino alimento. Esta vez, en lugar de causar asco, me sentí atraída por esa sustancia carmesí; quería probar y así descubrir la razón por la cual aquellos gatos se esforzaban por degustar.

La mancha grande aparentaba ser sangre, no obstante, los gatos la hacían parecer caramelo de cereza. Estaba tan seca e impregnada en la pared que llevarse un poco era imposible; en los alrededores no había otra cosa más que pelo gatuno, aunque un mechón de estos se veía diferente.

Aquel mechón parecía cabello de un humano, era ligeramente más largo y brillante. Acompañado de otros cuantos mechones, similares, esparcidos en el suelo, daba la impresión de que una persona se arrancó los cabellos por la desesperación; o que el atacador, se los haya arrancado mientras cometía el acto.

De cualquier manera, esto se trataba de un caso grave y por ende, se tiene que dirimir. Los supuestos oficiales de aquí no harán absolutamente, eso lo aseguro; yo lo encontré, así que yo le daré la debida importancia y lo resolveré, aunque esté en otro lugar.








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⏰ Última actualización: Feb 06, 2018 ⏰

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