"La edad no sirve de nada sin la madurez pero la niñez siempre nos acompaña"
Anónimo
A ella no le gustaba recordarlo. La verdad, muy raras vez lo hacía, dado que sus ocupaciones de mujer adulta y responsable hacían que sus pensamientos se dirigieran a asuntos, a veces, muchos más felices, en los que no había que pensar demasiado en el pasado. Sin embargo, en absurdos instantes muertos en los que el tedio la inundaba, no podía evitar que su mente empezara a divagar y a evocar antiguas sensaciones que luego la transportaban a aquellos años de pre-adolescente que quisiera que no hubieran existido nunca.
Solo respiraba hondo una vez. El tedio la abrumaba tanto que se quedaba tendida en la cama por horas dejando los pensamientos fluir, hasta que un absurdo sentimiento parecía llenarla de nuevo, sumergiéndola en un extraño sopor que la aturdía.
No era algo real, ella lo sabía. Solo era la extraña imagen de un recuerdo lejano, Las cosquillas en el estómago, la felicidad y el gozo del amor, luego... el intenso dolor de una daga atravesando su pecho de lado a lado. Y entonces... las lágrimas.
¿Cuántas veces había sentido eso antes? Muchas, incontables momentos en los cuales deseó morir... pero ninguno fue como ese, no por lo doloroso, sino por lo absurdo. Y luego del recuerdo sensorial, las imágenes del pasado, tan vívidas que era como si estuviera viviendo de nuevo todo.
Ese hubiese sido el momento exacto de levantarse y obligarse a pensar en algo más lógico, tal vez algo del trabajo... pero no. Tal vez era que necesitaba sentirse estúpida de nuevo para no volver a cometer los errores del pasado... aunque no es que tuviera ocasión de ello... pero bueno...
Hacía años que había sido una mocosa de 13 años, regordeta e ingenua que pasaba la mayor parte del tiempo en un mundo imaginario del que no salía sino solo para asistir a clases en la escuela y recordar un poco cómo se veía la realidad, que odiaba con desespero.
El recuerdo de la infancia solitaria era doloroso, ya de por sí, y ese podría ser argumento suficiente para dejar de recordar, pero su mente no dejó de divagar por esos terrenos pedregosos e incómodos.
Sin amigos y en la luna, la niña vagaba de un lado a otro sin ver realmente a donde la llevaban sus pasos. Solo despertaba de su sueño cuando escuchaba las risas de los niños de su edad, burlándose de sus extravagancias. Sin embargo, ella volvía a su mundo maravilloso en el que ella era reina y destruía a todos sus enemigos de alguna forma dolorosa y humillante. Así era su vida, ridícula y absurda.
Entonces, un día, lo vio. Seguramente ya lo había visto antes, pero nunca con esa nueva visión que ignoraba que existía. Nunca antes se había fijado en la perfección de su sonrisa (En perspectiva... no había nada de perfecto en ella), en su carácter amable y caballeroso, digno de un hombre de honor (Con unos años más encima, ella se preguntó si en verdad, ese hombre conocía el concepto de honor...) y en sus magnéticos ojos de miel que le resultaron dulces (¡Qué original! Dulces... ¡Como la miel! Se permitió reír tristemente ante tal desfachatez).
El único reparo que tuvo fue su edad. Se trataba de un profesor de su escuela de unos 45 años. No era un hombre atractivo, pero ella estaba convencida, en medio de sus delirios fantásticos, que ese hombre era un príncipe que había llegado para defenderla a capa y espada. Para ella, no había nadie más perfecto y se convenció de que le amaba, pese a que ignoraba por completo lo que encerraba esa palabra.
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Auto análisis de una obsesión
Short StoryEn medio del letargo del ocio y la soledad, una mujer recuerda, no sin cierta amargura, una experiencia de la adolescencia que, sin darse cuenta, condicionó su futuro.