·Los nuevos habitantes·

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Para Grecia la simple palabra de "Familia" comenzaba a repugnarle. Su padre la decía al menos unas quinientas veces en el día, intentando justificar el por qué ahora unos extraños vivirían en su casa, pero aún así jamás lograría convencer a su hija de que esa fuera una buena idea.

"Queremos convivir antes de casarnos" decía "Será divertido, Grecie, hasta tiene un hijo apenas unos años más que tú."

¿Cómo era el nombre del chico? No lo recordaba, pero sí sabía que su progenitor le había contado unas cuantas cosas acerca del mismo que no le interesaron en lo absoluto ya que mantenía una charla por WhatsApp con su mejor amiga Felicite. ¡¿Pues a ella qué le importaba que era bueno en los deportes?! Lo odiaba, lo odiaba sin siquiera conocerlo y no quería saber nada de él.

Esa mujer y su estúpido hijo iban a ir a su casa, SU casa, e intentarían ocupar el lugar que dejó al morir la persona que le dio a luz. ¡Pero claro que eso era imposible!

Chilló, refunfuñó y lloriqueó a su padre, pero la terquedad de Grecia había salido de él por lo cual no logró nada de todo eso. Y cuando el día al fin llegó, el día en el que esos indeseados llegarían a su casa, la blonda fue directamente a lo que sería el sótano, el cual se había convertido en un estudio de baile, y se quedó allí hasta altas horas de la noche practicando su pieza de ballet tan amadas.

El baile, oh el baile, eso era lo único en el mundo que lograba calmarle. Ella aprendió a bailar antes de caminar, porque el baile estaba en su sangre, era una parte de sí misma. Casi tan necesario como el aire mismo. El tiempo pasaba en un pardadeo cuando se encontraba allí abajo.

Al comenzar a dolerle los pies, Grecia decidió que había sido suficiente por esa noche, así que subió las escaleras hacia su habitación con cuidado, intentando no hacer ruidos que pudieran despertar a los nuevos habitantes para evitar verles, y aunque una voz en su cabeza le decía: "No podrás evitarlos para siempre" a ella no le importó. Iba a intentarlo al menos por un tiempo más. ¿Qué tan difícil sería? Comer en el cuarto, ir más temprano a clases, practicar la noche, no sonaba complicado en lo más mínimo.

Pero su plan cayó a sus pies cuando a la mitad de camino una corta cabellera de oro se cruzó en su camino, provocando en la muchacha un sobresalto de casi otro mundo, porque claro, no estaba acostumbrada a algo así, antes sólo eran su padre, la ama de llaves, y ella. Ésta acción a su vez también logró llamar la atención del masculino, que al parecer se asustó de igual manera al encontrársela.

—¡¿Qué mierd...?! —exclamó él, retrocediendo con una expresión de sorpresa implantada en el rostro, pero sus palabras fueron interrumpidas por la chica dejándolas en el aire.

—¿Q-qué haces despierto a ésta hora?

En respuesta a su pregunta sólo consiguió un repaso. ¿En serio lo estaba haciendo? Iba a llevarse la mano al pecho, ofendida, pero en cambió se encontró con otro sentimiento.

Al sentir la mirada del ajeno sobre ella se sintió completamente desprotegida; desnuda e incómoda, pues era completamente avergonzante sentirse así de pequeña por el simple hecho de que ese desconocido se estuviera dando el atrevimiento, y vaya atrevimiento, de mirarla de aquella forma. ¡Era la primera vez que le sucedía algo así! Cruzó los brazos sobre su pecho y levantó el mentón, tomando aire para así no perder la compostura nuevamente, teniendo la idea de que tal vez eso pudiera ayudar.

—¿Tu eres Grecia? Soy Daniel...

Lo odiaba, lo odiaba, lo odiaba.

Sus ojos recorrieron cada centímetro de piel en el rostro del masculino, mas no bajaron. Tenía que grabarse ese rostro para sí, era maravillosamente hermoso, pero tampoco la belleza le quitaría el odio hacia el mismo. Algo en si interior se prendió, un recuerdo, estaba segura de ya haber visto ese rostro en algún lado pero no podía recordar dónde.

—Sí, ella misma.

Soltó mordaz. ¿Qué hacía él en la cocina? ¿Iba a robarles algo? Barrió el lugar con la mirada para asegurarse de que nada faltara y paró en un vaso de vidrio que había en la mesada. La idea cruzó rápida por su mente como una estrella fugaz y dejó su rastro de maldad en el camino. No iba a hacerle la vida tan fácil a alguien que invadía su zona.

Extendió el brazo y empujó el vaso hacia la orilla lentamente, hasta que éste cayó al suelo y se rompió en pedazos.

—Oh, Daniel, ¿qué hiciste?

Dijo, más alto que antes. Su padre y aquella mujer parecían haberse despertado por tanto escándalo que estaban creando allí, y cuando llegaron, pudieron ver el pequeño destrozo del que Grecia culpaba al masculino.

Daniel entrecerró los ojos y apretó los dientes, remarcando su angular mandíbula mientras clavaba una mirada llena de odio en la hija del nuevo novio de su madre.

—Zorra.

Masculló en forma baja, y aquella fachada fue reemplazada por una completamente asustada mientras se sostenía la nariz a la vez que dejaba escapar un fingido tono de dolor. Rápidamente se levantó y cuando los mayores llegaron el blondo volvió a quejarse.

—Yo... Lo siento... Es que Grecia... Auch, ha pensado que soy un ladrón y me golpeó en la nariz... Derramé el vaso y se calló, me asustó mucho...

Nuevamente se quejó, y cuando su madre corrió hacia él éste tan sólo susurró que había ido por un vaso de agua ya que no podía dormir. La mujer le arrulló en sus brazos muy pese a que Daniel era más alto, y el hombre le dedicó una mueca de lástima por lo sucedido. Cuando ambos mayores se voltearon a la chica, el rubio le dedicó una sonrisa de triunfo absoluta, pues su padre le regañó por no haber estado para ayudar a desempacar y comportarse de aquella forma con su futuro hermano.

Aquello le sentó a Grecia como un balde de agua fría, ¿hermana de ese idiota? ¡Ni en sueños!

Su rostro oscureció de completo odio mientras veía a los mayores ayudar al masculino en su actuación barata. ¿Cómo podían creerle? Era un maldito imbécil, y si así sería el juego pues ella daría todo de sí para ganar. Grecia Wright jamás se iba a dejar vencer por ese inepto como él.

—¡Pero papá! ¡¿Cómo no iba a pensar que era un ladrón si el se acercó a mi como si quisiera violarme?! Pervertido, no te quiero cerca otra vez.

Y luego de sus palabras para explicar el por qué del supuesto golpe, la muchacha dio un giro y se dispuso a marcharse del lugar. No quería ver ni un segundo más aquellos rostros, no merecían estar allí, su padre no podía hacerle eso. ¡No era justo!

Sus ojos ardían, quería largarse a llorar, necesitaba a su madre, la extrañaba con la intensidad de mil soles y no podía hacer nada para recuperarla. Una y otra vez se preguntaba en su mente ¿Qué es lo que había hecho para merecer esto? Pero la respuesta brillaba por su ausencia.

Al llegar a la puerta de su habitación, colocó el letrero de "No molestar" y entró, dando un fuerte portazo para dejar en claro su disgusto. Sí, era una niña mimada y caprichosa cuando quería, y sí, de ahora en más le volvería la vida imposible a los nuevos habitantes.

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⏰ Última actualización: Feb 22, 2017 ⏰

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