CAPÍTULO 10. AL CAER LA NOCHE

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Esa noche, después de haber cenado y darme un baño, me encontraba mirando por el balcón hacia la calle. Hacía una noche muy agradable, con la luna brillando en el cielo estrellado y la tranquilidad de la noche, mientras unas cuantas personas andaban de aquí para allá, los perros ladraban con la llegada de sus amos y los niños se dirigían hacia el parque que estaba unas calles hacia arriba.

De alguna manera, el bullicio me llenaba de una tranquilidad que nunca había sentido antes.

Los recuerdos de aquella extraña noche en la que dormí por siete días flasheaban por mi mente; una parte de mí me decía que había sido sólo un sueño tonto, de esos que de vez en cuando solía tener. Pero la otra parte se aferraba a la triste historia que aquella bola de luz me había contado.

Probablemente era una Nova.

Probablemente mi origen era tan incierto como desconocido, y en realidad sí era la última de mi especie, condenándome ese destino a pasar mis días pretendiendo ser una humana que moriría en la soledad de este gran planeta azul.

La simple idea de imaginar que pasaría el resto de lo que quede de mi vida viviendo como un ermitaño, o como la tía solterona de mis sobrinos, me aterraba.

Una brillante estrella en el horizonte captó mi atención, y en ese momento, una idea cruzó por mi cabeza: ¿y si en realidad no era la única alienígena en la Tierra? Me costaba realmente creer que no había nadie más como yo allá afuera.

De acuerdo al relato de la bola de luz, el universo estaba plagado de vida, ¿significaba eso que, quizás, en la Tierra también habitaban otros alienígenas? Incluso si no fueran como yo, tenían que haber algunos.

El ronroneo sonoro de una motocicleta me distrajo, provocando que los pensamientos sobre alienígenas en la Tierra pasaran a segundo plano: Kevin había llegado a su casa.

Vestía completamente de negro y llevaba puesto un casco que me recordaba mucho a los chicos de Daft Punk. Apenas detuvo la motocicleta y sacó su celular del bolsillo, mirando atentamente.

A mi mente volvió el recuerdo del sueño que había tenía sobre él y su madre.

Y mientras Kevin seguía mirando su celular con mucha atención, yo no podía dejar de mirarlo a él; me resultaba increíble creer que el pequeño niño japonés de brillantes ojos color sol, había crecido para convertirse en ese joven tan... varonil.

Luego, reparé en el recuerdo: el niño japonés era completamente diferente al Kevin que veía en ese momento.

No solamente por el físico, el cual se podía explicar sin problema si hablamos que existen esteroides y los gimnasios, sino también porque el niño del sueño tenía las facciones japonesas más marcadas. Recordé entonces que, en algún momento, Julie había pasado de ser Taka-taka –un apodo realmente ofensivo y desagradable que le habían puesto nuestros compañeros del jardín de niños- a ser solamente Julie, pues las facciones inglesas de su madre predominaron sobre el linaje japonés de tercera generación de su padre.

—Tal vez, es más parecido a su padre... — me dije, todavía mirándolo, preguntándome cómo sería el señor Levine.

Kevin se recargó completamente en la motocicleta, de manera muy casual, mientras seguía mirando su celular, y entonces reparé en el detalle que me había perturbado desde el principio: los ojos.

El niño del sueño tenía los ojos de un brillante color castaño, casi dorado, Kevin, sin embargo, tenía los ojos de un gris brillante, como el mercurio líquido.

—No pueden ser la misma persona... ¿o sí? — dije, mirando cómo guardaba su celular en su bolsillo, dispuesto a encender nuevamente la motocicleta.

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