Parte 1

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Amanecía en las calles bajas del barrio, aunque yo llevaba ya un par de horas despierto tendido sobre la cama. Observaba el techo de zinc, una avispa se metió por un agujero en uno de los tirantes de madera. El ventilador zumbaba a mi lado, creí que en cualquier momento el deteriorado mecanismo cedería y las astas se irían rodando por el suelo...

Había estado mucho tiempo meditando mi situación. Sé que nadie podría culparme, yo lo había intentado. Cometí algunos errores en el pasado, lo sé. Las noches en la esquina con lo vagos del barrio, las adicciones y los robos.

Pero todo había quedado atrás para mí, yo lo dejé todo por una razón y aún así esa no era suficiente explicación frente a la sociedad.

Visité muchas instituciones, oficinas, y hasta hice llamadas; pero en ningún sitio me querían ayudar. Apenas ojeaban mi historial, me ponían mil excusas para no darme ni el más mísero trabajo.

Me senté en la cama, alargué el brazo hasta la mesita de noche, busqué en el último cajón y la saqué.

Le quité el polvo que años de desuso habían dejado a su paso. Sentir el peso frío y muerto en mi mano me trajo recuerdos que preferí ignorar; no me hacían sentir orgulloso.

Abrí el tambor y coloqué una sola bala. Inspire lentamente, y solté el aire con las misma falsa calma.

Contemplé el arma un segundo, acariciando con dos dedos el cañón. Le dí varias vueltas a la ruleta y me apoye el metal frío sobre la sien apretando los ojos.

Clic, sentí el aire más pesado, apenas podía respirar y lo hacía en pequeñas bocanadas de aire.

Volví a jalar el gatillo suavemente, otra vez me perdonó.

Pero ahora las posibilidades eran mayores. Baje el revólver un momento, apretando los ojos, creo que así no dejaba mi valor salir; lo volví a colocar en mi cabeza.

Escuché el zumbido de la avispa a mi lado. Mi respiración comenzó a detenerse hasta que ya no entraba aire en mis pulmones. Simplemente deje que mi dedo hiciera presión en la palanca, cuando a un milímetro de la detonación, la puerta se abrió lentamente.

–¿Papá? –era mi niña –Tengo hambre. –dijo con la voz muy débil.

Escondí el arma bajo las mantas y la miré con ojos tristes llenos de vergüenza.

–Buenos días preciosa –le dije –No te preocupes, papá te traerá algo muy rico hoy.

Me levante y la besé en la frente, luego la aupé y la llevé hasta su cama nuevamente.

Volví a mi pieza, tomé el arma y me la puse en la cintura. La ropa que tenía puesta era lo único que me quedaba así que me dirigí a la calle como estaba.

Algunos viejos salían con sus carros tirados por caballos a ganarse la vida; dirán que son maltratadores por tratar así a esos animales, pero si supieran que valen tanto como cualquier pariente querido para las familias que ayudan a alimentar.

Me fui calle arriba, en dirección al centro, tenía cosas que hacer. Si hay un Dios allá arriba, espero que hoy tampoco esté mirando, no lo necesito.  

El valor de una vida.Where stories live. Discover now