Parte 3

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Vendí fácilmente el collar en el barrio, me habían dado mil pesos, mil pesos había costado la vida de esa mujer, mil pesos por destruir la vida de una pequeña niña de seis años.

Llegué a casa por la tarde, casi entrada la noche, mi hija me esperaba jugando en la sala. Le había comprado unas masitas dulces que recibió muy contenta. Su sonrisa, me recordó la otra que me regalaron antes.

La abracé fuertemente y me fui hasta mi pieza. Me senté en la cama y maldije al mundo por no darme una oportunidad, y me maldije a mí mismo por, no sabía por dónde empezar, la lista era larga, así que solo maldije mi nacimiento.

Encendí la radio, no quería escuchar mis pensamientos en ese momento. Interrumpieron la transmisión de música para dar un mensaje urgente, esa mañana, un delincuente conocido por la policía por sus antecedentes, habría asesinado a una mujer frente a su hija, nada más y nada menos que la mujer del alcalde, aparentemente para robarle. El autor del crimen estaba plenamente identificado y la policía pronto daría con su paradero. Y al final, me nombraron.

Se terminó, pensé. Le había fallado a la persona por la que me había esforzado tanto, por la que dejé las calles y busqué una vida sana; sé que lo hice por ella, pero le fallé y no tenía excusas. Crecería ahora también sin su padre, y no tenía derecho de hacerla sufrir más, viendo a su padre en prisión, del lugar donde seguramente nunca más saldría.

Me dirigí hasta la sala, mi pequeña seguía jugando con sus muñecas. Nunca había tenido alguien por quien dejar mi alma, y ahora, por mi hija quería dejarlo todo y ya no tenía nada. Ya no la tendría a ella, que era lo que más me dolía. Desde el marco de la puerta, la observé, tan joven, con tantas posibilidades, desde allí la vi, y por primera vez en mi vida, llore. No conocía el sabor salado de las lágrimas, pero me gustaba. Siempre creí que llorar era para los débiles, pero me sentía más fuerte ahora; fui un idiota, un cobarde, un iluso.

Me vio, y vino hasta mí, preguntándome porque lloraba, y me abrazó cuando me arrodillé frente a ella. Tan pequeña, tan frágil, y con un abrazo terminó de destruir la fortaleza que erigí entorno a mí durante años; mi niña, me derrumbó.

–Te quiero hijita –dije, ya soltando cuantas lágrimas tenía –Te quiero mucho.

La llevé hasta su cama y arropándola le besé la frente. Salí de la habitación apagando la luz tras de mí. Sabía que no era la última luz que apagaría en la vida de mi pequeña, eso me pesaba más que nada en el alma.

Salí a las calles oscuras del barrio, todo estaba en calma y el frío se había apoderado del ambiente. Levanté la cabeza, y susurré: "ojalá no vaya contigo esta noche, porque de ser así, muchas religiones se quedarán sin quien adorar." Y salí al camino, rumbo a la comisaría más cercana.

Eran unos cinco uniformados apuntándome. Algo gritaban acerca del piso, no les presté atención, el último recuerdo que quería llevarme era el de mi hija abrazándome. Saqué el arma y segundos después sentí el frío de las losas en un costado de mi cara. "Nadie puede culparme, yo tenía mis razones." Fue mi último pensamiento.

<<Pero esas niñas tienen ojos para juzgarte.>>

Fue lo que una voz me respondió, cuando todo se puso oscuro.  

El valor de una vida.Where stories live. Discover now