Timelapse

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Una vez cuando era pequeño había llorado un día entero porque quería volar. Había visto a una hermosa ave negra que extendía sus alas difuminadas de gris a negro en colores metálicos en el cielo. Su madre le había dicho que de grande podría hacerlo y que seguramente iba a ser una experiencia inolvidable.

Pero no esperaba que fuera tan pronto.

Y definitivamente nunca lo iba a olvidar.

El pánico que sintió Jimin no se comparaba a cualquier gran susto que hubiera experimentado antes. Iba a morir. Todas las personas se arremolinaban unas sobre otras, sofocadas, todo era una masa de cuerpos. Unos cayeron sobre él, haciéndole daño, otros desaparecieron, seguramente salieron expulsados del autobús. Se golpeó la cabeza fuertemente con el vidrio de una de las ventanas del transporte mientras éste daba vueltas sin parar y se chocaba con otros autos de la carretera.

Gritó, asustado, mareado. Vio a una pequeña niña con la pierna atorada en uno de los asientos, que chillaba de dolor. Quiso ayudarla, pero ella estaba colgada como una camiseta en un gancho y él estaba en el techo, el bus estaba al revés. Hizo el intento de levantarse pero tenía las piernas inmóviles. El bus se detuvo repentinamente. Miró por la ventana, presa del terror, con el corazón martillando en el pecho, y chilló con una voz desgarradora.

Y voló de nuevo.

     

      

      

Abrió los ojos como pudo, le pesaban, y la luz a su alrededor era demasiado intensa. Sintió un profundo dolor en los hombros y una corriente le helaba en la espalda. Notó la garganta seca cuando trató de tragar y empezó a sollozar. Los recuerdos regresaron a su mente como bombillas encendiéndose y apagándose constantemente: la niña colgada que se despegó del asiento y fue a parar inconsciente a unos tres metros de él, el auto negro que frenó al bus y lo elevó por los aires, el sonido de su cabeza al chocar con el cristal de la ventana trasera del autobús... todo era dolor y horror.

La frecuencia está muy acelerada, su presión está bajando.

Lo estamos perdiendo...

A su alrededor sólo oyó voces, escandalizadas, serias. Murmuraban y gritaban a la vez, desesperadas.

Sédenlo, ¡rápido!

Entonces oyó una leve voz por encima de las demás, a lo lejos. Era débil, delicada, muy femenina. Estaba llorando.

M... ¿Mamá?

Luchó por mantener los ojos abiertos, con miedo a dormir y nunca volver a despertar. Cerró los ojos en contra de su voluntad y se sumergió en la oscuridad.

      

     

     

Volvió a abrir los ojos, con una punzada de dolor de cabeza. Parpadeó un par de veces, tratando de acostumbrarse a la luz de la habitación en la que se encontraba. Era un nuevo ambiente, más tranquilo y acondicionado. Giró lentamente la cabeza a la derecha para examinar. No tenía caso preguntarse dónde estaba, sin duda era la habitación de un hospital.

Al lado suyo había una camilla ocupada por un anciano que descansaba y estaba sumido en un sueño profundo, estaba bien cobijado, pero no lo suficiente como para ocultar las quemaduras de sus brazos; algunas estaban cubiertas por un tipo de gaza que empezaba a mancharse de sangre. Sintió cómo su estómago se revolvía y los ojos se le aguaban, así que desvió la vista. Esquivando las imágenes que su cerebro le mostraba, evitando el dolor.

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