Se cubrieron de egoísmo. Se olvidaron que quizás era más fácil amarse sin rodeos. Pero a él jamás le gustó lo fácil. Y ella jamás tuvo opción: nunca nada le fue fácil.
La pibita miraba un cuadro de Cortázar y sonreía. Esa famosa foto del gran Julio que sonríe - con dureza, es cierto - con los, pero de boca hostil. Porque claro, le escritor nunca supo mostrar sus intenciones a primera mirada.
Como él, como ese chabón del que se había enamorado, que miraba el cuadro del Che, el de la sonrisa pícara, el de las manos agrietadas sujetando el mentón, con la mirada en el horizonte, o en cualquier punto fijo que sólo podemos inferir. Seguro el chaboncito diría que miraba el camino hacia la revolución y la Patria Grande. Ella, sin embargo, puede pensar que simplemente podía admirar un árbol, un libro, una muchahcha.
Pero no pudieron comentarlo, porque si ella empezaba a habñar de libros, él iba a hablarle de causas y jamás le daría la razón en que en realidad estaban diciendo lo mismo.
¡Qué lejos estaban! La pinita no lo tocabab por miedo a un rechazo que jamás le habían mostrado sus ojos. Hasta esta tarde.
Se cubrieron de egoísmo. Y con un dolor cargado del amor más profundo y febril, ella le dio un beso en la frente y rompió a llorar.
Él ya no quería mirar los mismos cuadros que miraba ella. Ella no le quiso epdir que volteara la cabeza.
Y así viven, lastimándose por no ser capaces de amar cediendo, de ceder amándose.
24 de enero.