Mi sangriento valentín

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Oh, mi amor. Por favor, no llores.

Lavaré mis manos ensangrentadas y podremos empezar una vida nueva.

  Los truenos resonaban en mis oídos, no tanto como el sonido de tu risa junto a la suya. Caminaba bajo la lluvia intensa que me hacía tiritar de frío,  mas el odio no podía disiparse. Tenía en mi mente la figura de tu cuerpo bailando alrededor de aquel inmundo ser que cautivaba todo tu entorno. Escupía al ennegrecido asfalto cada vez que la cara de ese sujeto se aparecía en mi mente.

  Un auto casi me lleva por encima y maldije con furia. Se estacionó a una cuadra y media de donde me encontraba. Cobarde no, perspicaz sí: eras tú y aquella sabandija. Me escondí para verte ingresar a tu casa pero antes le diste un beso a quien te acompañaba, y sentí la fugaz ilusión de que era yo aquel ser inmundo. Un relámpago iluminó mi cuerpo, al igual que una idea se proyectó en mi mente. El sujeto ahora subía a su auto, despidiéndote con la mano. Qué forma más patética. Me aseguré que ya no estarías al tanto de quién pasease por tu calle así podía seguir a tu enamorado.

  Fue cuestión de minutos en que di con el domicilio. La lluvia seguía cayendo con gran fuerza, cubría mis pasos. Él todavía estaba en el auto, así que esperé a que fuese lo suficientemente ingenuo como para irse a dormir. Lo espié tras un arbusto, ansiando el momento en que podría ingresar por su ventana. Y cuando lo hice, ¡vaya susto que se pegó! Estando ya encima suyo, me suplicó que no hiciera lo que yo sabía que tenía que hacer. Pobre ingenuo, no se imaginó que estaba lo suficientemente enamorado de ti como para eliminarlo de tu vida.

Arranqué su garganta y te llamé por teléfono para quitarme el disfraz,

justo a tiempo para oírte llorar.

Corté. Miré mis manos, cubiertas de la sangre de quien te juraba amor eterno. Reí por la hipocresía de quien ahora yacía en la cama donde el placer los envolvía en aquellas tardes en las que no te podía ver.  Huí despavorido, con la lluvia que limpiaba el gran pecado que acababa de cometer. Era de noche, un catorce de febrero que jamás podrás olvidar. Me regocijé en la oscuridad de un callejón sin salida, ocultándome de los demonios que aún atormentaban en mis pensamientos.

Allí había policías y luces intermitentes. La lluvia caía con tanta fuerza aquella noche...

Y en los titulares leí: un amante murió. Ningún corazón delator fue dejado para encontrar.

La tormenta nos dejó a un lado, perdiendo fuerza con el pasar de los días. Sentí la necesidad de observar cuán duro había sido para ti la pérdida de aquella alimaña. Me sorprendí al no encontrar policías en la entrada de tu casa, sino flores, flores en ramos con cintas negras. Tomé uno y toqué timbre. Esperé hasta que apareciste, con tu belleza pálida y resquebrajada. Tu semblante se volvió tenso, gritaste sin darme palabra. Extendí las flores pero las apartaste del camino, tirándolas con potencia. Por un instante, una ráfaga de moral refrescó mis pensamientos. Sentí tu dolor, lo saboreé y su gusto era amargo.

Estás de luto por la muerte de tu sangriento valentín, la noche en que murió.

Estás de luto por la muerte de tu sangriento valentín, una última vez.

Te pedí que dejaras de llorar. Ahora me tenías a mí para secar tus lágrimas, ahuyentar tus tristezas, abrazar tu cuerpo. El corazón se me paralizó en cuanto me diste la cachetada que me merecía, y pegaste un portazo cuando volviste a refugiarte en tu hogar del dolor.

No sé mucho en absoluto. No sé distinguir el bien del mal.

Todo lo que sé es que te amo.

Mi sangriento valentínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora