¨Un Viejo Que Leìa novelas de Amor¨

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Primer Capítulo. 

Una tarde, en el pequeño pueblo de “El Idilio”, el dentista Rubicundo Loachamin, se encontraba atendiendo a sus paciente en su “consulta”, que era solamente un antiguo sillón de peluquero que estaba ubicado al aire libre, cerca de el muelle donde estaba el “Sucre”, la embarcación que navegaba por el río Nangaritza y que traía al pueblo cerveza, sal, aguardiente Frontera, gas y al doctor Loachamin, este iba solo dos veces por año a el Idilio. Rubicundo Loachamin era de un carácter muy fuerte, y cada ves que un paciente se quejaba, este lo hacía callar con sus retos y le decía que el Gobierno tenía la culpa de que sus dientes estén podridos, el dentista odiaba a todojiji lo que le sonara autoridad, ya que heredó se su padrastro un fuerte odio hacia todos los gobiernos. Los Jíbaros, indígenas rechazados por su pueblo, los shuar, miraban al doctor muy curiosos cerca de la consulta, Rubicundo Loachamin terminó de atender a su último paciente y subió a la embarcación para limpiar sus utensilios y botar los dientes que ese día había sacado, cuando vio pasar a un shuar sobre su canoa tratando de decirle algo al patrón de el “Sucre”, cuando aquellas dos personas pasaron al lado del doctor, el patrón le dijo al médico que tendría que esperar ya que traían aun gringo muerto, a Loachamin no le agradó la idea ya que sería incómodo viajar con un muerto abordo. El dentista caminó hacia un extremo del muelle donde lo esperaba su amigo Antonio José Bolívar Proaño, se saludaron y mientras recordaban el pasado tomando aguardiente Frontera vieron acercarse dos canoas, donde en una de ellas se asomaba la cabeza de un hombre rubio. 

Segundo Capítulo. 

El alcalde del Idilio era un hombre obeso que sudaba mucho, que siempre traía con él un pañuelo para secarse la transpiración del cuello y la frente, por eso se había ganado el apodo de “La Babosa”, estaba casado con una indígena a la que golpeaba acusándola de haberle embrujado, hace siete años que “La Babosa” había llegado al lugar ganándose el odio de todos los lugareños por la obligaciones que impuso. El alcalde llegó al muelle obligando subir el cadáver del desgraciado gringo, la Babosa miró la herida del difunto dándose cuenta que era un desgarro que comenzaba del mentón hasta el hombro derecho, la autoridad acusó a los shuar de haberlo matado con un machete y a uno de ellos le propinó un golpe con un arma al haberse negado. Antonio José Bolívar entró en escena diciéndole al alcalde que estaba equivocado ya que la herida era de cuatro tajos abiertos en fila, o sea que no pudieron haberlo matado los shuar porque no existen machetes de cuatro hojas, además el muerto tenía orina de tigre hembra así que un tigre fue lo que lo habría matado. Rubicundo Loachamín revisó el bolso del cadáver y encontró cinco pieles de cachorros de tigre, o sea, la hembra lo mató por haber cazado a sus crías. El alcalde no respondió nada y se fue a escribir un parte en el puesto policial de El Dorado. El viejo y el dentista se fueron a sentar frente al río mientras Loachamín le entregaba dos libros de amor, de sufrimiento, tristes y con finales felices, ya que esas eran las preferencias del vejete. Las campanadas del “Sucre” anunciaba la partida del dentista. El anciano permaneció en el muelle mientras apretaba los libros contra su pecho, al desaparecer el barco tragado por una curva del río, este se dirigió hacia su choza. 

Tercer Capítulo. 

Antonio José Bolívar Proaño sabía leer a duras penas con la ayuda de una lupa, la segunda cosa más querida para él, después de la dentadura, pero no sabía escribir. Habitaba una Choza de cañas donde ordenaba su escaso mobiliario, en un muro colgaba el retrato de él junto a su mujer Dolores Encarnación Del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo, se conocieron desde niños en San Luis, tenían trece años cuando los comprometieron, el matrimonio vivió en la casa del padre de la mujer, al morir el viejo, heredaron unos pocos metros de tierra y escasos animales, pasaron los años, vivían apenas con lo básico y nunca pudieron tener hijos, Antonio José Bolívar intentaba consolar a su mujer llevándola donde curanderos para dar solución a su problema. Decidieron dejar su casa, llegaron al puerto de El Dorado, luego viajaron en bus, camión o caminando, luego navegando en canoa arribaron a un recodo del río. Allí vivían en una choza que servía de vivienda a los recién llegados colonos, eso era El Idilio. Al llegar el invierno, aislados por el ventarrón se consumían en la desesperación a esperar un milagro. Ya, sin esperanza de vida les llegó la salvación, eran los shuar que se acercaban a echarles una mano, de ellos aprendieron a cazar, pescar, levantar chozas estables y resistentes, etc, y sobre todo a vivir en armonía con la selva, Dolores del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo no resistió mas de dos años consumida por la malaria. Antonio José Bolívar aprendió el idioma de los shuar y con ellos aprendió a perder el pudor, andaba semidesnudo y evitaba el contacto con los colonos que lo miraban como un loco, de los shuar aprendió a desplazarse por la selva atento a todos los murmullos y sin dejar de balancear el machete, en un instante de descuido lo clavó en el suelo y al quererlo tomar de nuevo sintió unos colmillos enterrándose en su muñeca derecha, mató a la serpiente a machetazos y tambaleándose se dirigió donde los shuar. Despertó después de varios días de inconciencia, los shuar al verlo totalmente repuesto se le acercaron con obsequios, le pintaron todo el cuerpo ya que al ser un sobreviviente de una mordedura celebraron la Fiesta de la Serpiente, ahí bebió por primera ves la natema un dulce licor alucinógeno, compartió la bebida con su compadre Nushiño, llegó un día con una herida de bala en la espalda. Nushiño era fuerte, de cintura estrecha, de hombros anchos y siempre estaba de buen humor. La vida en la selva de José Antonio Bolívar lo hizo parecerse a un shuar, por eso debía irse cada cierto tiempo, los shuar le explicaban que era bueno que no fuera uno de ellos. Conoció los ritos y secretos de aquel pueblo, los homenajes a las cabezas reducidas de sus enemigos y los anents, poemas cantos de gratitud por el valor 

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