En el Horizonte

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Los separaban kilómetros y kilómetros de vasta tierra, tanto era así que, con mucho esfuerzo, solamente se tocaban con la punta de los dedos, aguantando la fatiga que cargaban sus pobres y desesperados brazos. Delirantes, ansiaban más que aquel mínimo tacto pero, sin embargo, era el único que los mantenía unidos. 

No había nada en común entre ellos dos, más que los siglos y la eternidad, la extensión de sus ojos claros y oscuros que lo observaban todo, y el delgado infinito que terminaba cuando comenzaba el otro. Alguna vez, fueron diminutos y débiles, como los humanos, distraídos en ellos mismos. Pero sus corazones, sí es que puede llamarse así a la esencia pura que traían consigo, fueron más grandes. 

Él albergaba claridad y confianza. Su calor envolvía incluso a la vida más débil. Pero ella, era fría, y misteriosa, la oscuridad de su mirada aseguraba el miedo de lo que no conoce nadie. Sólo él se percataba en el brillo lejano, pero curioso, que la rodeaba. 

La desdichada roca, que nació inmóvil y dura, no soportó la envidia que les generaban aquellos seres que lo entregaban todo. Los dividió y los obligó a reflejar sus almas en los charcos, los espejos, las ventanas y en los ojos de la gente que no entiende de amor. Sus grietas formaron largas sonrisas asquerosas y secas con su cometido. Ahora podría disfrutar de la soledad en paz. Y mientras permanecía allí, con el ladrón del viento erosionándola lentamente, los amantes agonizaban desde las alturas, sin comprender a la tierra.  Y la tierra, sin comprenderlos a ellos. Porque ¿qué causaba esa unión tan antinatural? Eran tan distintos.

Y unidos.

Cuando la tierra se quedaba profundamente dormida de pie, la noche corría en busca de su amado, tomándolo de la mano, recorriendo el brazo, aferrándose de sus hombros hasta llegar a su boca. Empujándolo lentamente hacia la espalda de la crédula durmiente. Y en eso beso tan intenso, que moría en el límite del horizonte, la oscuridad recuperaba su brillo y la luz su alegría. 

Entonces, la tierra abría sus ojos y exclamaba contenta. Pues, una vez más, logró moverse. 

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