Cuando se quiere ser ingenioso, es preciso mentir algo. No he sido muy honesto al hablaros de los faroleros. Me estoy arriesgando a dar una falsa imagen de nuestro planeta a aquéllos que no lo conozcan. Los hombres ocupan muy poco sitio en la Tierra. Si los dos mil millones de habitantes de la Tierra se pusieran de pie, un poco apretados, como si asistieran a una asamblea, cabrían con facilidad en una plaza pública de veinte millas de largo por veinte millas de ancho. La humanidad podría ser amontonada en el islote más pequeño del Pacífico.
Doy por hecho que los adultos no os creerían. Se imaginan que ocupan mucho sitio y se creen tan importantes como los baobabs.
Entonces les aconsejaréis que calculen. Adoran las cifras, y eso les encantará. Pero no perdáis el tiempo con ese castigo. Es inútil. Tened confianza en mí.
Una vez en la Tierra, el principito se sorprendió al no encontrar a nadie. Ya temía haberse equivocado de planeta, cuando un anillo del color de la luna se movió en la arena.
- Buenas noches -dijo el principito por si acaso.
- Buenas noches -dijo la serpiente.
- ¿En qué planeta he caído? -preguntó el principito.
- En la Tierra, en África -respondió la serpiente.
- ¡Ah!... Entonces, ¿no hay nadie en la Tierra?
- Esto es el desierto. No hay nadie en los desiertos. La Tierra es grande -dijo la serpiente.
El principito se sentó sobre una piedra y levantó los ojos al cielo:
- Me pregunto -dijo- si las estrellas están iluminadas para que cada uno pueda un día encontrar la suya. Mira mi planeta. Está justo encima de nosotros... Pero ¡qué lejos está!
- Es muy hermoso -dijo la serpiente-. ¿Qué te trae por aquí?
- Tengo problemas con una flor -dijo el principito.
- ¡Ah! -hizo la serpiente.
Y se callaron.
- ¿Dónde están los hombres? -prosiguió por fin el principito-. Se está un poco solo en el desierto...
- También se está solo con los hombres -dijo la serpiente.
El principito la miró largo rato.
- Eres un bicho muy extraño -le dijo finalmente-, delgado como un dedo...
- Pero soy más poderosa que el dedo de un rey -dijo la serpiente.
El principito sonrió.
- No eres tan poderosa... Ni siquiera tienes patas... No puedes ni viajar.
- Te puedo llevar más lejos que un navío -dijo la serpiente.
Se enroscó alrededor del tobillo del principito, como un brazalete de oro.
- Aquél al que toco lo devuelvo a la tierra de donde salió -añadió-. Pero tú eres puro y vienes de una estrella...
El principito no respondió nada.
- Tú me das pena, tan débil, en esta Tierra de granito. Yo te puedo ayudar, si alguna vez echas mucho de menos tu planeta. Yo puedo...
- ¡Oh! He entendido perfectamente -dijo el principito-, pero ¿por qué hablas siempre con enigmas?
- Los resuelvo todos -dijo la serpiente.
Y se callaron.