Pienso en ti, cuando se oculta el sol, pienso en ti y en nadie más que en ti.
Mentira.
Pienso, también, en el suicidio. Dime ¿Cómo es?
No, debo estar loco. No puedes decirme nada, ni yo oírte. ¡Vaya mente la mía! Debe ser eso, locura. Si, debo estar loco por tu falta de ausencia, por las horas sin café, por los paseos no realizados hasta el observatorio de estrellas, por el frío en las mañanas. Por todo eso y más, debo estar loco. Por culpa tuya, sin duda o quizá, por culpa mía ¡No puede ser! ¿Ves? Sigo diciendo locuras. Es que no entra en mi cabeza –en mi pequeña cabeza, como decías –, que te hayas marchado sin decir adiós, sin aventarme un beso en medio de la pista o del otro lado de la ventana de mi alcoba. Y por eso, he de estar desequilibrado, confundiendo los colores con tonos grises. Pensando que las mañanas son noches largas y las noches, son pesadillas reales. Que las personas son almas vagabundas y tú estás caminando por algún lugar entre ellas. Creyendo que yo soy el único muerto y tú, el único vivo.
Dime ¿Dónde andas Yunhyeong?
¿Estás acaso abriendo tus ojos, como yo en ésta mañana fría? En realidad, yo no puedo abrir los ojos, eso pienso. Le he preguntado a Bobby si estoy despierto, él dice que sí, que tengo unos ojos bonitos y que todos lo ven. Pero yo no le creo. Sé que estoy durmiendo, sobre la cama que rompimos a causa de nuestro fallido campamento bajo las estrellas, con el suéter que compramos de viaje a Japón y los calcetines que cortaste por error. Seguramente despertaré, más soñoliento que de costumbre, despegando las pequeñas pestañas húmedas a causa de ésta pesadilla. Eso haré, definitivamente.
No. No se puede hacer.
Era mentira, otra mentira más. ¡Ahora soy un mentiroso, un loco mentiroso!
Es a causa tuya ¡Ven ahora, por favor! Hazme compañía en mi camino desolado, mientras subo las gradas por las que ambos pisamos cientos de veces. Y háblame sobre las alas que inventarás para poder planear en el cielo, sobre las nubes, sobre la lluvia o la nevisca. Cuéntame de tus viejas hazañas de cuando eras niño y grita en el silencio para espantarme con tus malas bromas. Sólo has eso, mientras recupero el aliento y veo los escalones que voy dejando atrás, en la oscuridad tenebrosa. Aparece, aunque sea por un instante y muéstrame tu sonrisa aniñada. O no digas nada, tal cual fue en nuestra primera cita: tan sólo silbando, ocultando el rostro bajo la sombra de tu cabellera castaña, rechinando los dientes y jugando con tus dedos. Entonces, yo, te observaré, risueño por tu timidez y fingiré que estoy molesto. Aunque ahora, lo estoy. Me encuentro furioso, irritado por tu falta de presencia, por el destino, por la realidad, por la vida. ¿Acaso no has notado que estoy llorando? ¿Puedes oír siquiera eso?
¡Qué va! Estoy diciendo otro disparate. ¡Claro que no oyes! Pues si lo harías, habrías tenido compasión de todas mis peticiones desesperadas y me consolarías. Pero no, tú estás lejos de oírme. Quizá estés más allá del cielo, en otra parte del universo al que yo no puedo ir aún. Oculto en algún lugar solitario, para disfrutar de la música que inventas ocasionalmente. Puede que ni siquiera pienses en mí ¡Tal vez ya me has olvidado! Mientras yo sigo rogando por recordar los bordes de tu sombra.
—¡Dónde estás Yunhyeong!
Esta vez grito. He alcanzado el final de los escalones del observatorio. El cielo está más cerca, las nubes parecen rozarme la cabeza y los edificios de la ciudad parecen minúsculas e insignificantes ¿También viste lo mismo que yo aquella vez que decidiste dejarme?