El despertador sonó sin previo aviso despertandome de mala gana. Bostecé de manera casi inmediata al compás del abrir de mis ojos y agite mi cabeza desorientado en mi propia habitación, buscando en las paredes la misma que portaba un antiguo reloj en números romanos, el cual me diría amablemente a que hora me había despertado ese maldito cacharro infernal. Odiaba que interrumpiesen mi sueño de manera artificial, mientras que cuando me despertaba por causas naturales, aunque casi no hubiese dormido esa noche, me conseguía despertar de buen humor.
- Son las tres menos cuarto...
Conseguí musitar justo antes de bostezar nuevamente y de parar el despertador. Me levanté de la cama a regañadientes, portando unos boxers de un gris oscuro y una camiseta sin mangas de color blanco, tengo veintitrés años y no soy muy musculoso, es más, soy un flacucho sin casi fuerza alguna, pero a menudo lo compenso con mis capacidades intelectuales, digamos que en un escuadrón militar yo sería el que coordinaría todo detrás de una pantalla en lugar de los que van al campo de batalla.
Conseguí abrirme paso hasta la cocina atravesando todas las cajetillas vacías y rotas de tabaco que habían por el suelo, además de las latas de cerveza ya gastadas hace varios días. Tanta cerveza desperdigada provocaban en la habitación un olor cuanto menos, peculiar.
Una vez atravesada la puerta de la cocina, me giré a la izquierda para verme las pintas frente a un espejo rectangular de tamaño mediano que había colgado hace unos meses, lo rescaté de una tienda en liquidación, los surcos que alberga en el marco me parecieron bonitos, es una especie de columna que se enrosca en si misma.
- Madre mía... Que pintas llevo
Fruncí un poco el ceño y restregué mi mano derecha por mis mejillas, llevandola de una a otra pasando primero por la barbilla. Dejé escapar un bufido.
- Va siendo hora de meterme otra afeitada, en estos días tengo aquella reunión y se supone que debería ir presentable...
Pausé el tiempo durante unos instantes mientras me observaba detenidamente en el espejo, hacía dos días que no lavaba mi lisa melena color gris ceniza, la cuál tapaba mi ojo izquierdo con el flequillo, dejando ver solamente los piercings de la oreja derecha. Los cuales eran tres argollas en el cartílago seguidos de una dilatación negra de dieciocho centimetros en el lóbulo.
Cuando terminé de analizarme con asco y tras decidir que necesitaba una ducha y un arreglo general, me acerqué al fregadero, abrí el grifo, junté las manos y esparcí el agua en mi rostro para terminar de espabilarme. De repente mis sentidos se alteraron y para mis adentros pensé mientras apartaba las manos del agua, aunque esta seguía cayendo por el grifo.
- Me despertó el despertador... Sin embargo yo no lo puse, es más... No recuerdo si quiera el haber llegado anoche a casa cuando salí de fiesta...
Tragué saliva y de repente mi mente se nubló de mil y una historias que podrían haber sucedio anoche, y un extraño miedo se adueño de mi durante unos cortos pero intensos momentos hasta que pude recobrar la calma y pensar con algo más de cabeza
- Seguro que no ha sido nada, seguro que anoche me pasé bebiendo y eso es todo
Sin embargo este pensamiento se disipo enseguido en cuanto un súbito grito llego hasta mí desde el fondo de mi pasillo. Había alguien más en esta casa, y fuese quien fuese, estuviese ahí por lo que quiera que estuviese, no estaba solo. Había algo o alguien que le había asustado de una manera subrealista, o por otra parte que le estaba dando una paliza de muerte. Fuese lo que fuese, estaban en mi casa y como podréis comprender, no es una situación demasiado alentadora ¿verdad?
