La tia Ana

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Esto le ocurrió a mi padre. El no es de hablar de estas cosas, es muy pragmático y lo que no entiende prefiere no gastar energías en pensar en ello. Por eso, cuando nos contó lo que le había pasado resultó más impactante.

Mis padres nacieron en un pueblo pequeño de Extremadura, en España, donde las grandes extensiones de tierra eran explotadas por los campesinos, aunque en pleno siglo XX no se les llamase así. Eran gente de pueblo dedicada a las labores del campo.

Un día de invierno en que mi padre salió con los amigos del pueblo, había bebido un poco más de la cuenta y no se atrevía a ir a su casa por lo que decidió irse al campo. Ninguno de sus amigos lo acompañó y él, en su embriaguez y más que nada por instinto, logró dar con el refugio. Hacía bastante frío y más allí donde no había nada que resguardase del viento.

Al entrar en la casa, se fue directo a la chimenea, cogió una caja de cerillas pero fue incapaz de encender el fuego. El creía que estaba bien para hacerlo pero tras varios intentos en que la cerilla no tocó la caja y casi se va al suelo, decidió resolverlo yendo a la cama y envolviéndose en las mantas.

Se encontraba cara a la pared, tiritando de frío y sin poder pegar ojo, cuando siente que la puerta se abre, cómo el viento se cuela por el hueco hasta que la puerta vuelve a cerrarse. Alguien entró en el refugio arrastrando los pies. Mi padre permaneció en el catre, cubierto hasta las orejas, no tenía ganas de moverse, el frío era incluso más intenso que antes.

El ruido era bastante descriptivo, el rascar de la cerilla en la caja, cómo prendía en la paja con sus chisporroteos, y lo que más le gustó, el puchero de hierro chocando contra la plancha encima de la chimenea, donde se hacía la comida. El olor a café pronto impregnó el refugio.

Mi padre respiró hondo, debía de tratarse de su tía Ana, una mujer acostumbrada al campo desde que enviudó. Ya casi no veía a nadie de la familia, se dedicaba en cuerpo y alma al campo y al cuidado de los animales. Quería preguntarle que qué tal estaba, y decirle que la familia le echaba de menos… Cuando sintió una silla correrse. Entonces se incorporó para hablarle por fin cayendo de golpe en una oscuridad profunda. Se apoyó en los codos intentando adaptar los ojos a esa oscuridad. Todo era muy raro. A pesar del fuego que había visto reflejarse en la pared la estancia estaba muy fría. ¿Dónde estaba su tía?

Se levantó tanteando en la oscuridad, la mesa, la silla… fue hasta la chimenea y allí no había habido ningún fuego. Entonces se incorporó de golpe, todo el alcohol que había bebido se evaporó de su cuerpo de golpe. La realidad le golpeó como una bola de demolición. Hacía más de un mes que fue al entierro de su tía Ana. Allí no había nadie. El no se había dormido debido al frío por lo que no había sido un sueño. ¿Qué demonios había pasado?


Con el corazón golpeándole las costillas arrastró los pies hasta la puerta, le quitó el cerrojo que siempre echaban cuando estaban dentro y salió a la oscuridad de la noche corriendo como un animal envuelto en llamas. Tropezó, se calló, gritó y casi se desmaya cuando llegó al pueblo sin voz, sin aliento y sin nadie que le viera.

Se fue a su casa traumatizado pero decidió no contárselo a nadie, y si lo contó en esta ocasión, al cabo de más de 30 años desde que le sucedió, fue porque le pillamos bajo de defensas.

¿Sería realmente su tía Ana quien fuese al refugio repitiendo la misma tarea que hacía estando en vida, como un bucle infinito?

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