El cadaver.

5 0 0
                                    

Relato basado en experiencias reales de Saúl Romero (Médico y Lic. En Ciencias Forenses)
Escrito y Adaptado por Eduardo Liñan

La primera vez que entré en un anfiteatro, fue cuando tendría unos 15 años. Mi padre era el médico forense encargado de realizar las prácticas para determinar la causas de la muerte de una persona, tenía muchos ayudantes y practicantes que lo auxiliaban en esta labor. Yo me había interesado en seguir los pasos de mi papá ya que el trabajar con muertos e investigar en sus cuerpos en aras de descubrir quiénes habían sido y de qué manera habían muerto me parecía fascinante.

De tal suerte que me metí a estudiar Medicina en la UNAM y gracias a la facilidad que mi padre trabajara en ese ambiente no tuve problemas en realizar prácticas y observar de cerca los procesos, desde el levantamiento hasta las necropsias. Durante el tiempo que lo acompañé nunca vi nada extraño que no fueran las causas de muerte de las personas. Siempre escuchaba a los médicos en la escuela platicar acerca de hechos extraños e increíbles sobre algunas muertes y otros contaban historias tenebrosas acerca de fantasmas y muertos que de pronto mostraban una vida llena de maldad. Para mí solo eran historias para asustar... hasta que me tocó a mí ver un caso por demás extraño.

Ya había casi terminado la carrera y asistía a las prácticas forenses como observador. En ese entonces la sala de necropsia y la morgue donde laboraba mi papá, eran muy antiguas y con pocos recursos. Al estar en un edificio viejo , la humedad y el olor a formaldehido te inundaban la nariz, era quemante y nauseabundo al principio; pero con el tiempo te acostumbrabas a ese olor, aunque de pronto se percibiera un sutil aroma a putrefacción proveniente de los cadáveres que se almacenaban en la morgue.

Había dos estaciones de trabajo muy viejas, las mesas donde depositabas los cadáveres para disección eran de concreto forradas con azulejo, las juntas ennegrecidas indicaban que muchas personas muertas habían "descansado" ahí. Aunque todo era muy austero mi padre me decía que era lo mejor para aprender. Quizá a mí me tocaría una sala moderna; pero en tanto eso sucedía había que trabajar con lo que se tenía. Había otra sala que no conocía paralela a esa y que utilizaban para las necropsias de alto riesgo o cadáveres en estado de putrefacción avanzada. Nunca me tocó ver una hasta una tarde que regresaba de la facultad y como era costumbre me dirigí al trabajo de mi padre.

En esa ocasión vi a un médico toxicológico que no conocía, a mi papá y un médico legista que se preparaban poniéndose las calzas. La sala de necropsias riesgosas estaba abierta y la mesa de trabajo dispuesta. De igual forma todo el equipo se veía muy viejo y rudimentario. En la estación que también era de cemento y mosaico blanco estaba lo que parecía ser un cadáver, cubierto con una sábana azul. Lo miraba atento cuando mi papá me dice: "Prepárate vas a ver algo nuevo hoy..."

Así lo hice, me puse la vestimenta y entré en la sala, en ella había un par de gavetas para los cadáveres y una estaba abierta; supongo que había sido ocupada por el cadáver de aquel hombre. Al quitar la sábana una oleada de hedor a muerte me invadió, el aspecto del cadáver era aún más perturbador, se notaba que tenía días de muerto, la piel estaba ennegrecida de pies y manos y en algunas partes se había desprendido por la necrosis; pero el rostro era lo peor, no tenía. Parecía que había sido arrancado con todo y cabello, mostrado una dentadura amarillenta y las cuencas de los ojos vacías, aun se podían ver los restos de los gusanos muertos que otrora se habrían dado un festín con la carne putrefacta.

Mientras el legista le daba una lectura a la averiguación previa, el toxicológico tomaba algunas muestras de esa piel ennegrecida de los dedos. Mi padre preparaba el instrumental para abrir el cadáver y yo comencé a tomar las medidas antropométricas. De primera impresión vi que se trataba de un hombre caucásico de mediana edad; pero me llamaron la atención los tatuajes que se podían observar a través de la piel pardosa y podrida. Eran raros no eran con formas comunes o dibujos. Eran garabatos y nombres raros. Aunque mucho después de esa experiencia me di a la tarea de investigar y supe que era "transitus fluvii" un abecedario para entender los símbolos salomónicos y sellos para demonios. Estaban en pecho, brazos y piernas suponía que en espalda también habría algo interesante; pero yo no podía voltear el cadáver.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jul 17, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

💀Horror Stories💀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora