Cárcel

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-¿A qué te refieres?- me miró extrañada.

-Tus ojos, son brillantes, son de un verde brillante.

-¿Y? No es mi culpa tener estos ojos, nací con ellos.-Respondió secamente.

Mi padre entró en mi cabaña.

-Hijo, ven.

La chica hizo un saludo extraño.

-¿Qué mierdas haces?- la miré extrañado.

-Lo que deberías hacer tú.- me dijo mi padre. -¿A qué esperas? Venga hazlo.

Saludé de la misma manera que ella hizo.

-Bien, ahora vente conmigo.- Seguí a mi padre que me llevó hasta un laboratorio. –Creo que aquí de desarrollarás bien.

-Padre, soy un negado para los estudios.

-Aquí te encargarás de fabricar armas y probarlas para mayor seguridad de los militares que las usen después.

-Pero... si un arma está fallida y la pruebo, puedo llegar a morir.

-Pues no lo hagas mal.

-Traéis a niños de parte de todo el mundo, les ponéis a trabajar sin ni siquiera pagarles y con posibilidades de morir... ¡¿Y METES A TU PROPIO HIJO EN EL SACO?!

-Respecto a eso ya hablaremos, Álex te explicará todo lo que necesitas saber sobre cómo montar las armas, cuándo y dónde probarlas.- señaló a un chico muy alto que estaba con un rifle en la otra punta de la larga mesa llena de cachivaches. Seguidamente se fue.

-Supongo que tú eres el hijo mimado del general.- no respondí a eso, puesto que evidentemente no se refería a mí. Algo me golpeó en el brazo.

-¿Por qué me tiras cosas?- le miré.

-Porque no me contestabas.

-¿Acaso me decías a mí?

-¿Acaso no era obvio?

-No. A ver, es cierto que soy su hijo, pero... ¿de dónde has sacado eso de mimado?

-Es lo que se comenta.

-¿Lo que se comenta? Pero si he llegado hará menos de 2 horas.

-El chulito que se mete con los monitores, sabiendo que tendrá la protección de su padre.

-¿Por qué la gente es tan asquerosa?

-¿Perdón?

-¿Por qué juzgan sin conocer? Por lo menos se podrían tomar la libertad de conocerme antes de ir malmetiendo sobre mí.

-¿No tienes muchos amigos, verdad?

-No, no soy muy sociable.

-Bienvenido al club.- me extendió la mano, ¿se supone que debo estrechársela, chocar o qué? Después de un pequeño debate interior se la estreché. –Bueno, te voy a enseñar unas cuantas cosas básicas para esto.- Estuvo enseñándome algunas cosas sobre como montar las armas. Cuando me quise dar cuenta, ya pasó la hora de ir a cenar, estuvimos toda la tarde juntos, me enseñó muchas cosas. Pero como ya era tarde decidí volver a mi cabaña, donde estaba aquella chica de cabellos rubios estaba sentada sobre un escritorio, mirando a la nada, pensando en todo.

-Bien, estás aquí, quería hablar contigo de una cosa.- le dije.

-¿A sí? Yo también.- me lanzó una naranja. –sobre los horarios, no puedes hacer lo que te de la realísima gana, hay cosas que hacer y no puedes saltártelas.- Pelé la naranja y me la comí.

-Gracias por la naranja, estaba muy... ácida.

-La cogí así especialmente para ti. –me sonrió tan ácidamente como la naranja. -¿De qué querías hablarme?

-Ah, sí. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

-Tres años.- me dijo.

-¿¡Tres años!? ¿No se supone que solo es un campamento y llevas aquí tres años?

-En realidad debería llevar el mismo que tú, sin embargo te llevo esperando tres años.

-¿Esperándome? ¿A mí?

A

Segunda PielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora