Hielo

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  Un ave de color azul surcaba los cielos. Hay quien dice que pasaba desapercibido en el cielo por su color. Cuán equivicados estaban.
  El primero, el número uno, era de hielo. El Pokémon Legendario Articuno.
  Su azul, el azul del hielo, se fusionaba con el aire, formando una brisa helada. También se unía con los cielos. Todo era un mismo ser.
  Iba en busca de alguien que realmente mereciese su poder. El poder del frío, el poder de las ventiscas y de las nieves. Un poder capaz de helar hasta el mismísimo fuego.
  ¿Habría alguien así? ¿Alguien capaz de hacer frente a adversidades junto a él? ¿Alguien que realmente mereciese la pena?
  Había buscado durante años a alguien adecuado, y la búsqueda se le había hecho eterna. A la vez que infructuosa.
  Nunca encontraría a alguien audaz, valiente, y ante todo con templanza; con ideales claros, y con seguridad; inteligente y perspicaz. Y si lo había hecho, no era la persona adecuada.

  Una ráfaga de viento hizo que se ladease un poco.
  El viento era más fuerte cada vez, pues estaba cerca de unas montañas cubiertas de nieve muy unidas entre sí.
  Esto sólo hacía que la velocidad del viento que pasaba por los valles de las mismas aumentase, y que perdiese el control de su vuelo.
  No obstante, ya estaba acostumbrado. Si esto ocurriese algunos años atrás, no le habría quedado más remedio que pararse en alguno de los picos de las montañas a descansar, pero había pulido su fuerza con el tiempo.
  Se mantenía implacable, volando contra el fuerte vendabal. En la lejanía, una nube gris parecía devorar el color azul del cielo, avecinando una fuerte ventisca de nieve. No sería un problema para Articuno.
  Bajó la vista, y divisó un sendero. Un sendero por el que una joven caminaba tranquilamente. ¿A dónde iría?
  Caminaba hacia la tormenta, con aire decidido. No parecía temerle a nada. Tampoco mostraba ningún atisbo de arrogancia. Era pura, pura como la nieve, y de su blanco era el color de su piel.
  Un pelo castaño liso y largo, que al igual que la cola de Articuno ondeaba con el viento. Y unos ojos azules, azules como el viento. Azules como el cielo. Azules como el hielo. Azules como él. Una joven sin temor alguno.
  Iba sola, caminando por la nieve, sin nadie que la ayudase si se perdía u ocurría algún accidente. Era ella sola contra la tormenta. Una viajera errante.
  Articuno decidió descender. Primero en picado, y luego sobrevoló a la joven con más cuidado, hasta posarse en la nieve frente a ella. La joven se paró en seco, y pareció sorprenderse.
  Le brillaban los ojos de emoción. Jamás había visto semejante fuerza en la mirada de alguien. Y nunca antes tanta decisión y admiración. Y ante todo, respeto. Le caía bien.
  La chica sonrió levemente y extendió una mano al frente. Articuno se mantuvo impasible.
  La nube de tormenta se acercaba, y el viento gemía entre los recovecos de las montañas y del sendero.
  Estaban inmersos uno en el otro. Articuno cerró su ojos, y extendió el ala para luego acercársela a la joven. Lo supo en cuanto la vio.
  La chica y el ave de hielo unieron el extremo del ala y la palma de su mano. Articuno alzó el vuelo.
  Su pico comenzó a formar una esfera azul clara y mientras tanto, la joven flexionó un poco las rodillas, en una postura amenazadora, lista para atacar.
  Un combate. La joven no tenía ningún Pokémon con el que combatir, por lo que lucharía cuerpo a cuerpo. Eso despertaba admiración por parte de Articuno.
  Si de veras merecía el poder de una de las aves legendarias tendría que demostrarlo.
  De la esfera que se había formado enfrente del pico del Pokémon Legendario salió un rayo disparado hacia la joven, que esquivó sin problema. Rayo hielo.
  Una vez la adolescente pudo comprobar lo que había hecho Articuno, se percató de que al lanzar con fuerza el rayo hielo, había hecho que este cristalizase, formando una especie de puntas afiladas que se le habrían clavado en el cuerpo, atravesándola y probablemente matándola en el acto. O al menos en unos pocos segundos. Un combate a vida o muerte.
  Alrededor de estos carámbanos emergentes del suelo había una estela azul clara, muestra de que la nieve había dejado de estar tan compacta para pasar a ser también hielo.
  La joven apoyó sus manos sobre la fría nieve. El viento soplaba con más fuerza, y movía el plumaje de Articuno y el pelo de chica.
  Saltó sobre Articuno, que enseguida se zafó de su ataque echando a volar. Ella apenas tendría la oportunidad de luchar de alguna forma, pero no se amedrentaría.
  Voló un poco más alto, en círculos, sobre la chica, que le miraba desafiante.
  En un cierto momento, Articuno extendió las alas, y descendió con las garras de sus patas abiertas en dirección a ella.
  La joven dio un salto hacia un lado y se apartó de milagro, pero no sin que una de las garras de Articuno le rozase la cara haciéndole un arañazo del que empezó a emanar sangre.
  Se palpó la cara, y observó el rojo fluído en su mano. El rasguño no era muy profundo, y se había quedado en eso, un rasguño.
  Dejó de prestarle atención a la herida y se agazapó de nuevo sobre la nieve, dejando una mancha roja con la mano, que se extendió al unirse con la nieve, tiñiéndola de rojo más claro.
  Se preparó para saltar, hizo ademán de hacerlo, y Articuno se apartó a un lado, sin ser consciente de que le había hecho una finta.
  La joven se abalanzó sobre el ave de hielo, y ambos rodaron por la nieve, enzarzados en una lucha de garras, dientes y manos.
  Cuando dejaron de rodar, la joven se puso en pie, y Articuno se levantó a duras penas. La batalla aún no había acabado.
  Un trueno resonó en la distancia, y la nube gris, que ya se les había echado encima lo sumió todo en la oscuridad. Alzaron la mirada al cielo, mientras el viento ondeaba el plumaje de Articuno y los cabellos de la joven. Ya era como su acompañante.
  La ventisca no sería un problema, sólo una leve molestia.
  La batalla entre ambos proseguía, y al acabar esta, sólo quedaría su alianza contra la tormenta.
  Una alianza que se firmaría después del confinamiento. Una fuerte unión que los uniría hasta que uno de los dos muriese, si no lo hacía en su combate cuerpo a cuerpo.
  Se encontraban de pie, frente a frente, mirándose a los ojos. Los pequeños ojos ámbar de Articuno y los brillantes ojos azules como el hielo de la joven.
  La nieve se teñiría de rojo una vez más antes del gran final. Ya fuese de uno o de otro. Otra, en este caso.
  Con garras y dientes, cargaron a la vez, y colisionaron echándose ambos un metro hacia atrás.
  Por alguna otra extraña razón, la nieve también se había echado hacia atrás cristalizandose en largos carámbanos emergentes del suelo hechos de hielo, tal y como antes había ocurrido.
  La fuerza del viento aumentaba, haciendo más difícil cada vez el enfrentamiento. Las condiciones acabarían volviéndose pésimas, y el cielo se envolvería en un halo de caos y destrucción helados.
  Articuno se lanzó sobre la joven a una velocidad vertiginosa, apuntando a su cabeza con las garras abiertas. Sólo pudo responder anteponiendo los brazos en forma de x enfrente de su rostro para que siguiese con sus dos ojos intactos. No obstante, esto también ocasionó cortes en sus brazos, que mancharon la nieve de sangre.
  Aprovechó que con una corriente de aire ascendente Articuno se elevó un poco más en el cielo para agarrarlo de sus garras.
  El ave legendaria intentó desprenderse de su amarre, pero no pudo. Intentó volar más alto, pero los pies fuertemente anclados a la nieve de la chica no se lo permitían.
  Con una fuerza sobrehumana, logró tirarlo al suelo con fuerza.
  El frío impacto contra la nieve, el duro e insoportable crujir de sus huesos al chocar contra la misma y el viento agravaron su situación.
  Pero seguía manteniendo su admiración por la chica. Esa era la fuerza que buscaba, la fuerza del hielo. Una fuerza capaz de tumbar al hielo mismo. Frío contra frío. Nieve contra nieve. Viento contra viento. Hielo contra hielo.
  Tanto la joven como Articuno se pararon en seco. El ave intentó levantarse, y a duras penas lo consiguió.
  Estando ya ambos en pie, y frente a frente, otro trueno resonó por todo el cielo, haciendo temblar los valles de las montañas.
  El viento soplaba a tal velocidad que podría haberse llevado ya a ambos por delante. Pero seguían ahí, enzarzados en su combate que recién acababa de finalizar.
  Se miraron a los ojos fijamente de nuevo. Articuno extendió las alas, y la joven, confiada montó a lomos del pájaro legendario.
  Seguían en tierra, pero por poco tiempo. Dentro de nada Articuno alzaría el vuelo con la joven encima, surcando los cielos los dos juntos.
  Un pequeño copo de nieve cayó del cielo, meciéndose a causa de los vientos que lo azotaban, y que ejercían fuerza sobre este colisionando una corriente aérea con otra.
  Era un movimiento grácil pero grotesco a la vez, igual que su batalla. El rojo de la nieve se desvanecería con los nuevos copos, cerrando así el trato silencioso de sangre y lealtad que habían pactado.
  Cuando el copo se posó sobre la capa fría de nieve, a unos pocos centímetros del imponente cuerpo de Articuno, desplegó las alas totalmente, demostrando su grandeza.
  No mostrando arrogancia, sino que mostrando fuerza y valor.
  Un rayo atravesó el cielo, para caer a pocos metros de la joven y de Articuno, chocando con los carámbanos de hielo formados anteriormente. Estos quedaron reducidos a diminutos fragmentos que flotaban en el aire, brillando. Algunos se adherían al plumaje de Articuno y el cuerpo de la joven.
  Dotaban la escena de un aire dantesco e imponente a la vez que glorioso.
  Articuno alzó el vuelo. Dejaban atrás los áridos picos de las montañas para entablar la verdadera batalla.
  Su verdadera lucha comenzaba entonces. Batió las alas, con fuerza y sin ni un sólo atisbo de cansancio a pesar del combate.
  Ambos miraron al frente. Lo que les esperaba no sería fácil, pero tampoco lo temían.
  Estaban listos para combatir, y para soportar una de las mayores fuerzas de la naturaleza. Una ventisca en todo su explendor.
  La atravesarían haciendo frente a los vientos más veloces, a los cielos más oscuros y a la ira más fuerte de los truenos.
  La nube estaba frente a ellos. Iban a ser tragados por la tempestad. Otro trueno.
  Los copos de nieve comenzaron a caer, cada vez con más velocidad que la anterior.
  Entraron en la nube de tormenta. La carga eléctrica de la nube hacía que a la joven se le erizase el cabello.
  Articuno planeaba en el interior de la nube, esquivando y aprovechando las ráfagas de viento más fuertes.
  Sólo acababa de empezar.
  Un relámpago rompió con la penumbra que la nube de tempestad arrojaba sobre las montañas, y con la oscuridad que dentro de esta absorbía a los dos. La furia se había desatado. La gloria de una tormenta. Una ventisca, una ventisca de rayos.
  Ya se habían adentrado, y casi habían llegado hasta el centro de la tormenta. El lugar donde caos y belleza se unían, el campo de batalla aéreo.
  Articuno aumentó la velocidad, y la joven entrecerró los ojos y se echó hacia delante, adoptando una pose más aerodinámica.
  Era el momento.
  Fuertes vientos zarandeaban a ambos, con alto riesgo de que cayesen al oscuro y gris vacío que la nube proporcionada, lo que supondría una muerte segura.
  Los copos de nieve chocaban a gran velocidad contra ambos, helando sus entrañas hasta llegar a los huesos, y desequilibrado el vuelo.
  El poco calor corporal que pudiesen tener, acababa de desaparecer si no lo había hecho ya.
  Los truenos y los rayos resquebrajan en cielo, dejando ver algo parecido a lo que sería el Apocalipsis, el fin del mundo; o que visto desde otra perspectiva se asemejaba a las tormentas de un mundo primitivo que se estaba acabando de formar.
  Fuera como fuese, el caos y la belleza habían acabado de unirse, dejando ver toda la fuerza de la tormenta. Una de las tormentas más únicas vistas jamás.
  Una ventisca de rayos.

Glory: La ventisca de rayosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora