《 Prólogo 》

27 11 4
                                    

No recordaba cuál había sido la última vez que había logrado sonreír por voluntad propia; sin alguien esperando que lo hiciera, sin sentir odio o desprecio por la persona que recibía ese gesto, o sin que mi cara se desfigurase con una mueca fingida.

Cuando te acostumbras a convivir en un mundo plástico, donde nadie expresa lo que de verdad siente ni se comporta como verdaderamente es; al final terminas volviéndote uno más del montón, un títere, al igual que ellos.

Basta con mirar a tu alrededor para descubrir que el 98% de las personas que te rodean pertenecen a ese patético cosmos.

Mirada perdida, aire desinteresado, diálogo prefabricado. Para alguien como yo, todas esas señales eran fáciles de identificar, me las sabía de memoria. ¿Por qué? Sencillo. Eran pautas, instrucciones que formaban parte de un manual sagrado que debía seguir tan diligente y obedientemente como un robot. Eran mi rutina diaria.

Por esa razón, ya no me sorprendía toparme con uno que otro robot; las alborotadas calles de Seúl estaban repletas de ellos.

Lo que sí era extraordinario, era encontrarse con alguien de la especie contraria, alguien que no se viera como si estuviese andando en piloto automático.

Tal vez fue porque llevaba tiempo sin disfrutar de la presencia de uno, que me detuve a observarlo con detenimiento; como si no tuviera que rendir un examen redactado por el mismísimo diablo en veinte minutos.

En la tienda de conveniencia, al frente mío, un joven de piel pálida y cabello negro se reía a carcajada limpia. Le había arrebatado el último peluche de Kumamon a un crío de aproximadamente cinco años.

Ignorando los gritos histéricos de la mujer que acompañaba al menor -que aparentemente era su mamá-, sacó un par de billetes de su bolsillo y los arrojó a la cajera que miraba la escena, atónita.

Sin importarle un comino el lío que se había armado en el local, el chico de ojos felinos desapareció por la puerta con una sonrisa de satisfacción, dejando a relucir unas perfectas encías rosadas.

Sé que hace poco venía meditando sobre mi incapacidad de identificar el día en el que sonreí con gusto por última vez.

Bueno, ya no tenía que esforzarme más, porque hoy era ese día. Es decir, hombre, ¿quién no se contagiaría con una sonrisa así?

You Never Walk Alone ~ BTSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora