Capítulo 1

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La música sonaba armónica y yo me concentraba para que así continuara. Mostraba toda mi atención en las cuerdas de mi violoncelo, las que debía presionar, las que debía soltar... No podía distraerme con nada, no de nuevo, aunque me supiera la pieza entera de memoria, de principio a fin. Frente a mí podía observar de refilón como las parejas se movían al compás de la melodía que yo y el resto de la orquesta creábamos, esa sensación, la de ver como la gente disfrutaba de mi música y se mezclaba con ella, era sin duda una de las sensaciones que me producían mayor satisfacción.

A mi derecha, a unos cuantos metros, escuché como la enorme y pesada doble puerta de madera blanca y dorada se abría para darle paso a una dama, pero no a una cualquiera, a ella. Alcé el rostro para contemplarla en todo su esplendor, sus rizos rubios estaban recogidos en un delicado moño adornado con perlas, mientras que el resto de su cabello le caía largo por su esbelta espalda.

Su vestido blanco resaltaba su figura, marcaba su delicada cintura y los pequeños diamantes que llevaba incrustados en él la hacían resplandecer bajo las luces de las lámparas de araña. Siempre que la miraba dejaba su rostro para el final, era como contemplar un ángel, su tez pálida resaltaba sus prominentes pómulos marcados con un poco de colorete, su boca, de labios rosados y carnosos se curvaban en una sonrisa amable e inocente, y sus ojos, sus ojos azules sobrevolaban el salón de baile como un ave majestuosa, y deseé que esos ojos se posaran sobre los míos, que brillaran al contemplarme y que la dueña de esos labios se acercara a mí con la mera intención de besarme.

Pero nada de eso ocurrió, como era obvio, en lugar de eso se deslizó de forma delicada hacia un lado de la sala, yo la seguía con la mirada, y debido a eso me salté las siguientes dos notas, pero nadie pareció percatarse, intenté volver a concentrarme en la melodía, pero no podía apartar mi mirada de ella. Llegué incluso a barajar la posibilidad de dejar de tocar, soltar el violoncelo, ponerme en pie y caminar con paso decidido hasta su posición, y frente a la mirada atenta de todos agarrar su mano enguantada, besarla y pedirle un modesto baile para después, cuando la tuviese entre mis brazos, poder besarla y susurrarle al oído cuánto la amaba y memorizaba el aroma de su perfume.

Pero antes incluso de que pudiera siquiera pestañear, otro ocupaba mi lugar, agarraba su mano mientras se inclinaba ante ella, el rubor acudía a las mejillas de la muchacha mientras las otras damas sofocaban risitas tras sus abanicos.

Pensé que llegaría a romper una de las cuerdas de mi instrumento mientras observaba como mi amada y su acompañante se dirigían hacia el centro de la sala, y justo cuando se detenían, nuestra pieza había acabado, la siguiente era una de mis piezas favoritas, y me repugnaba tener que tocarla mientras veía como ella se movía entre los brazos de ese caballero.

Porque él era uno de tantos, alto, de buen porte, apuesto, rico, y miembro de una de las mejores familias de Inglaterra que lo único que buscaba era una hermosa muchacha con la que pasar una divertida noche.

Observé cómo se preparaban para el inicio de la pieza, ella descansaba su delicada mano derecha sobre la de él mientras la otra dormía sobre el hombro del caballero, al tiempo que él la aferraba por su cintura.

Estaba harto de soportar siempre lo mismo, de ver como siempre era otro el que se llevaba sus sonrisas, el ver que era otro el que la miraba a los ojos y le decía cosas que no eran más que meras mentiras, el que era otro el que la podía estrechar entre sus brazos y que al fin y al cabo, solo quería hacerlo durante menos de veinticuatro horas.

Intenté apartar todos los pensamientos de mi mente y las imágenes de ella llorando después de algunos actos tras unas escaleras o una esquina sin que apenas yo pudiera hablar con ella. Pero no pude hacerlo, y entonces la visión de mi amor moviéndose en círculos al son de mi más preciada melodía se vio manchada por una lágrima que sobresalía con la intención de derramarse por mi mejilla.

AdagioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora