El sábado me desperté a duras penas, mi cama comenzaba a ser bastante incómoda, quizá debería empezar a plantearme en buscar un segundo trabajo, ya que por tocar en un baile pagaban relativamente poco.
Me levanté de la cama y me senté frente al escritorio frente a mis mayores enemigos: el papel y la pluma. Mi profesión frustrada era la de escritor, mi padre siempre había criticado mis ambiciones hacia la música y la literatura, pero cuando él y mi madre murieron, poco importaba.
Hacía varios días en los que me veía incapaz de escribir nada, ni siquiera dos versos de mi poema o unas cuantas líneas de mi historia, no era más que un cuento, creo que ni siquiera podría llegarse a clasificar como para adultos.
La historia trataba sobre un joven cochero que queda enamorado de una muchacha de la alta sociedad, para él ella era obviamente inalcanzable, pero aún así, una noche, en un arrebato de amor se armó de valor y se hizo pasar por un caballero recién llegado de un país extranjero.
Aquella era una historia de niños, los únicos que son capaces de creer en ese tipo de cosas, era un cuento de hadas, algo imposible, algo tan imposible como que llegaran a publicar la historia, o que llegara si quiera a acabarla.
El caso es que agarré la pluma y me dispuse a seguir donde lo dejé, cuando el protagonista espera a las puertas de la casa de la dama para convencerla de que le conceda una noche junto a ella, una velada tan solo para ellos.
Escribí dos o tres párrafos y me bloqueé, de nuevo, aquella situación me frustraba, me frustraba el no ser capaz de controlar mi simple mente. Volví a coger la pluma, decidido a que las palabras fluyeran a través de mi brazo hasta llegar al papel. Pero era imposible, mi mente se negaba a colaborar, así que me di por vencido.
El resto de mi mañana la dediqué a ensayar las piezas que tocaría esa noche con la orquesta en el baile, uno de los bailes más importantes que se celebraban en la ciudad por esas fechas, en cierto modo yo no conseguía entender como los de la alta sociedad no se cansaban de tanto baile, pero si me pagaban por estar ahí a mí me iba bien.
Seguía practicando cuando llamaron a la puerta, me levanté de mi pequeña silla y apoyé el violoncelo contra la pared. Caminé hasta la entrada y abrí la puerta.
-Buenos días.-Trevor estaba en el umbral, con una pequeña caja entre las manos.
-Buenos días, ¿qué es eso?-Pregunté señalando con el dedo índice la caja que mi amigo sostenía mientras éste pasaba sin remordimientos al interior de la casa.
-Oh, vamos, no creerás que de verdad iba a olvidarme de tu cumpleaños, ¿verdad?-Apuntó Trevor sentándose en una de las sillas de mi humilde cocina. La verdad es que no esperaba que nadie se acordase.-Tranquilo, es solo un pequeño pastel, no te morderá.
Me reí sin poder evitarlo, Trevor siempre curaba mis amarguras con un par de frases ingeniosas. Me senté a su lado y ambos empezamos a devorar el pastel con una cuchara cada uno, en esos momentos me alegraba de no ser un caballero que tenía que comportarse por obligación.
-¿Preparado para esta noche?-Trevor se daba palmadas en su barriga hinchada cuando no quedaban más que migas en la caja.
-¡Claro! Ya hemos estado en más bailes importantes, éste no será diferente.
-A mí no me engañas Chris.-Trevor puso los codos sobre la mesa y me miró con ojos picarones.-Tanto tú como yo sabemos que ella estará allí esta noche y que a ti te tiemblan los dedos en el acorde que no toca cuando la ves. Y no me digas que no has pensado en ella hoy.
Yo miraba la cuchara con la que había estado comiendo mientras reflexionaba, pues claro que había pensado en ella, nunca dejaba de hacerlo, y más después de que me diera esa nota la noche anterior, pero mientras miraba mi reflejo invertido y distorsionado en la cuchara no podía evitar plantearme que todas mis esperanzas eran infundadas, aquello que yo anhelaba no podría producirse, tendría que conformarme con amargarme al verla bailar entre los brazos de otros. Aquel no iba a ser mi mejor cumpleaños.
Respiré hondo, una, dos y tres veces, el banquete estaba a punto de acabar y los invitados a pocos minutos de pasar al gran salón, solo faltaban poco minutos para volver a verla, para averiguar si mis temores serías confirmados.
Finalmente llegó la hora, los invitados comenzaron a llegar y la banda empezó a tocar, una pieza tranquila y relajada para ir caldeando el ambiente, intentaba concentrarme en mis acordes, mi melodía, pero me requería mucho esfuerzo, y finalmente, como siempre, apareció ella, reluciente y maravillosa, también como siempre, nada más entrar sobrevoló el lugar con la mirada y miró en mi dirección, concretamente a mí, posó sus ojos sobre los míos y eso me disparó el corazón.
Un dedo se me movió y se oyó un feo acorde, pero nadie pareció percatarse, salvo Trevor, quien me miraba con unos ojos socarrones, en cuanto volví a mirar en la dirección de Alessandra ella ya no estaba allí.
Acabé las piezas siguientes como pude, intentando no alzar la vista de mi violoncelo y concentrándome el máximo posible hasta que por fin llega el descanso, en cuanto dejamos de tocar mi atención se desvió a la puerta de la sala, a través de la cual observé como mi dama abandonó la habitación.
Sin pensarlo un minuto y en un arrebato de valor me levanté sin ni siquiera preocuparme de que mi violoncelo se estrellase contra el suelo y la seguí frente a la mirada de sorpresa de todos. Salí el pasillo, estaba totalmente vacío, miré a un lado y luego al otro, y cuando lo hice la vi, apoyada contra la esquina del final del camino, sonriendo, invitándome a seguirla para después desaparecer tras la pared.
Sonreí y caminé tras ella, sin llegar a creerme del todo que fuera yo el que estuviera haciendo eso, el que estaba teniendo aquel arrebato de valor, puede que así se sintiese el protagonista de mi historia cuando se disfrazó de caballero para conocer a su amada.
Finalmente llegué al final del pasillo y giré a la derecha, y aun par de pasos estaba ella, con el vestido color crema y el pelo suelto y liso, con las manos a la espalda de forma tímida y sonriendo picarona, dando pequeños pasos marcha atrás, al verla sonreí y avancé, también poco a poco, hacia ella.
Alessandra se giró sin previo aviso y corrió un par de metros mientras reía como una pequeña doncella, yo no pude ser menos y corrí tras ella hasta alcanzarla, la agarré por el codo y ella se giró, quedando ambos cara a cara, sin saber exactamente qué hacíamos comenzamos a girar en círculos, con nuestros cuerpos muy cerca, hasta que ella se apoyó en la pared y yo apoyé mi frente sobre la ella, transcurrieron varios segundos hasta que me decidí a hacerlo, sin pensarlo junté mis labios con los suyos y ambos nos fundimos en un beso, uno que nunca pude imaginar, que me hizo sentir más emociones de las que nunca pude sentir.
-Lady Adornetto...-Dije, separándome unos milímetros de sus labios.
-Alessandra-me corrigió, para a continuación ponerme un dedo sobre los labios-no diga nada mi dulce caballero, pues ambos debemos disfrutar de este fugaz beso hasta que el cruel destino me arranque de sus brazos.
Esas palabras fueron suficientes para que volviera a abalanzarme sobre sus labios, para sentirlos sobre los míos, para que dejaran sus huellas en mi rostro y me marcaran para siempre.
Aquel día me había equivocado dos veces, ese no había sido un baile como otro cualquiera, y ese había sido el mejor cumpleaños de mi vida.
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Adagio
Teen FictionSol, Do, La, no, no era La, era Re, ya estamos otra vez, es la tercera vez que me equivoco en esta pieza, y yo nunca me equivoco. Mis desavaríos empezaron hace solo unas semanas, cuando la conocí a ella, a Alessandra, bueno, en realidad no la conozc...