Seducción en el Café

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-¿Te animas a una partida?- me preguntaste señalando desde afuera las mesas de pool de aquel Café.

-¿Qué apostamos?- pregunté con una sonrisa pícara mientras abría la puerta para dejarte pasar cordialmente.

El lugar estaba prácticamente vacío a aquellas horas de la noche. No obstante elegimos la mesa del rincón, iluminada vergonzosamente por una lámpara amarillenta.

-¿Lisas o rayadas amor?- pregunté.

-Da igual, te ganaré...- retrucaste avivadamente mientras señalabas las lisas con cierta cautela, como si de eso dependiera el resultado.

Mientras acomodaba las bolas en su lugar para comenzar el juego, el dueño del lugar cierra el Café con llave y, antes de desaparecer quien sabe a dónde, nos indica que ni bien terminemos lo llamemos mediante un pequeño timbre que había sobre el mostrador, y él nos abría la puerta.

Ahora si: las apuestas. Nos acercamos lo más posible, justo al lado de la mesa de pool. Situás una de tus manos detrás de mi cuello y me susurras al oído: -Si ganás, soy toda tuya-. De solo pensarlo el corazón me latía mas fuerte y enérgico. -¿Y si vos ganás?- pregunté por lo bajo, pero vos ya habías comenzado el juego con una sonrisa lujuriosa.

De dos inexpertos no puede salir una jugada de pool magistral. Y con esa promesa latente, aun no se si gané o me dejaste ganar. Tampoco me dejaste pensar mucho al respecto, porque ni bien ingresó la bola negra al hoyo, te abalanzaste sobre mi cual fiera contra su presa. De tanta dulzura tus besos ardían. Eran tan irresistibles que no pude evitar abrazarte y recostarte sobre la mesa de la victoria. Pero el fuego que esa pasión desataba se iba haciendo parte de todas y cada una de nuestras partes del cuerpo. Seguí besándote. Bajé por tu cuello, acariciándote con mis labios húmedos y ardientes. Desprendí tu camisa y tus corpiños y me quité velozmente la mía, procurando seguir en contacto. Tomé tus pechos con mis manos y los comencé a besar. Mi lengua y tus pezones llevaban el compás de la mejor composición erótica y sensual. Al contemplar tu belleza, me percaté que Dios llamó a un escultor para crearte. Ninguna parte de tu torso escapó de mis labios candentes y mi lengua filosa.

Aquel Café era calma y acción. Tomamos un respiro para conectarnos visualmente. Tu mirada, húmeda de placer, no la cambiaría por nada en el mundo. Aproveché para sacarme rápidamente los jeans y terminé desvistiéndote a vos también, mientras yacías plácidamente recostada en aquella mesa. Te sentaste sobre el borde. Parece que ahora le tocaba bailar a tu lengua. De rodillas en el piso alfombrado, me bajaste desesperadamente el boxer. Tomaste con la mano derecha mi pene completamente erecto y proseguiste con esa ola de placer que tu boca brindaba. Si hasta el momento nuestra calentura era monumental, ese sexo oral majestuoso sobrepasó los límites. No pude evitar tomarte por las axilas para levantarte y hacer que te recuestes sobre la mesa nuevamente. Me coloqué erguido entre medio de tus piernas, y comencé a penetrarte ferozmente. Esa clásica postura nunca me había excitado tanto.

Esa noche llena de particularidades concluyó con el mejor orgasmo en sincronía de nuestras vidas. Cuando finalizamos no pudimos más que sonreírnos y abrazarnos tiernamente.

-Ojalá se vuelva a repetir...- Susurramos ambos al mismo tiempo.

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⏰ Última actualización: Apr 27, 2017 ⏰

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