EL PRELUDIO

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Acerca de 'El Libro':

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Acerca de 'El Libro':

Pedro García tardó más de cincuenta años en admitir la surrealista verdad de no haber vivido su vida, sino la historia de un libro diseñado, a partir de sorprendentes vivencias, para desvelar al mundo una revelación trascendental. Consciente de las consecuencias que podría acarrearle trasmitir este mensaje, vive el drama que supone el dilema de negarse a escribir ese libro, o hacerlo, aunque le cueste la muerte.

Impresionante historia basada en hechos reales convertida en novela por John Mateo.

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Capítulo 1

El pensamiento fue nítido y concluyente:

«Cuando publiques lo que tienes que escribir, el Papa renunciará.»

—¿A qué viene esto? —se preguntó en un susurro.

Pedro García, con su apostólico nombre, su común apellido, su cabello cano y un rostro marcado por más de medio siglo de una vida tormentosa, dejaba reposar su cuerpo como una piedra pesada sobre el banco de un parque. En los últimos meses había adquirido el hábito de visitar ese sitio, desolado a esa hora de la noche, para entregarse a solas al farragoso escrutinio de sus meditaciones.

El tibio ambiente del recién estrenado invierno barcelonés, en la primera semana de enero de 2011, permitía a Pedro García vestir chaqueta de pana sobre un ligero jersey de punto y pantalón vaquero de una mezclilla con pocas capas. Miró el reloj digital de su teléfono celular y comprobó que mostraba las 23:32 horas. «Capicúa perfecta», pensó. Revolvió las sentaderas sobre el banco y enderezó el cuerpo; sacó una cajetilla de tabaco de un bolsillo interior de la chaqueta, extrajo de ella un cigarrillo y lo encendió. Necesitaba analizar con atención aquella ocurrencia de su discernimiento.

En lo más oculto de su ser, tenía que admitir que esa voz silenciosa de sus pensamientos nunca le había mentido; esta vez, no tenía por qué ser diferente. Debía creerla aunque el alcance de su mensaje pareciera absurdo, impensable. Pero le costaba hacerlo.

«¿Acaso no escribo lo que tengo que escribir?», cuestionó en su mente.

Ya no era el joven inquieto, idealista y elocuente que, casi veinte años atrás, llegó a España procedente de Cuba. Los trompicones de la vida le habían enseñado la importancia de analizarlo todo. Era ya un señor maduro que atesoraba una historia que contar. Y nadie mejor que él sería consciente de que el contenido de esa historia no era una bicoca. Pero, también lo sabía, de una u otra forma tenía que contarla.

Llevaba tres años embarcado en el empeño de escribir una novela inspirada en su historia. Había renunciado a casi todo para dedicarse a ella, abandonado a padecer las más caras privaciones sin esperanzas de ser correspondido, como un amante desdichado; sin embargo, se resistía a confesar que esa historia se inspiraba en su verdad. Se trataba de un libro que, más de treinta y cinco años atrás, en un misterioso e incomprensible encuentro le había pedido escribir... ¿una muerta? «¿Cómo admitir algo así?», repetía en sus pensamientos. Deducía que de hacerlo le acusarían de estar loco; de ser un farsante que pretendía ganar notoriedad con un relato inaudito. Era lo último que se podía permitir.

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