Cargada con sangre

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Ruyard Kipling, autor de <<El libro de la selva>>: "Las palabras constituyen la droga más potente que haya inventado la humanidad."

   Llegaba tarde a la lectura de Latín en la Universidad de Madrid. Iba bien arreglado, con su traje recién planchado y un nudo de corbata impecable, pero llegaba tarde y todos esos arreglos iban a desvanecerse entre las calles de la Capital de las Españas. Pero hoy tenía un motivo. Había estado escribiendo toda la noche.
Sin pausa.
Sin arte.
Sin voluntad.

   Tenía que deshacerse de ella cuanto antes. Era una mala influencia.

-"¡¿Por qué he llegado hasta esto?!" -pensó.-"¡¿Cómo me he dejado llevar.?!". Famélico pero elegante, proseguía su camino. Había sido encadenado por una belleza sin igual  y encandilado por sus adornos en rubíes. Tenía que dejarla. Ella le estaba consumiendo por completo. Ella iba a acabar con su vida.

10 días antes

-"Tenéis menos de 2 semanas para presentar vuestra tesis sobre la evolución del latín a lo largo de la historia"-. Sonaba como una sentencia de muerte, pero había tiempo para presentar el trabajo merecedor del doctorado. Sólo tenía que cuidar la presentación y volcar todo lo que había aprendido durante todos estos años en una serie de folios; bien presentados, para facilitar la comunicación de todo su esfuerzo y dedicación. Iba a necesitar una nueva estilográfica. La suya estaba desgastada de años de uso.

Nada más acabar las clases se dirigió hacia la papelería más prestigiosa de la ciudad. No importaba gastarse una fortuna para este proyecto. Se jugaba su futuro. Ser el primero de su promoción sería un apoyo fuerte para su porvenir.
-"Perdone, joven. ¿Qué desea?"
-"La mejor estilográfica que tenga. No repare en el precio"
-"Por supuesto. Un segundo, señor"
El veterano dueño se dirigió al almacén. Bajar la trampilla de hierro era más difícil con los años.
-"¿Necesita ayuda señor?"
-"Muchas gracias joven, pero creo que me apaño."
Un nuevo intento fallido confirmó su mentira
-"Anda, deje que le ayude."
Subieron ambos a un lugar que parecía sagrado por su pulcritud y perfecto orden. El anciano mantenía aquello en un orden marcial él solo. Se apenó de él. Pero súbitamente algo atrajo su atención. Estaba en una repisa aislada del resto de plumas y otros utensilios de escritura. Líneas perfectas de marfil negro como la noche rematada con una calavera en rubí en lo alto. Detalles geometricos en la capucha del mismo rubí. Era imposible no verla. Parecía que gobernara ese pequeño almacén desde esa posición privilegiada.
-"Quiero esa."
-"Oh... ¿Está usted seguro señor? Tengo por aquí cerca una nueva estilográfica recién llegada de la mejor casa del Imperio."
-"No, quiero esa. Es la belleza más pura atrapada en un instrumento de escritura. Es como si esa estilográfica me hubiera estado esperando"
Ciego a los consejos del anciano; que le repitió una y otra vez que no era una buena idea, había estilográficas mejores; la compró. Era el hombre más feliz aquella tarde. Se fue directo a su estudio a comenzar a pasar a limpio el trabajo que tanto tiempo, esfuerzo , horas de sueño, horas de biblioteca y consultas a los más eruditos del lugar le había costado. Horas plasmadas en una obra maestra. Su obra maestra.

   Horas después, en la cantina de la Universidad tomando unas cervezas, él y sus compañeros de estudios charlaban alegremente sobre el final de sus proyectos, con cautela suficiente para que su idea no fuese plagiada por ninguno de los allí presentes. Pasaron una buena velada por los bares de Madrid viendo amigos, viendo amigas de toda la vida y las que son amigas sólo esa noche. Todo parecía marchar según lo previsto.

   "Estrenar esta preciosidad va a ser muy especial"- dijo. No estaba equivocado en absoluto. El trazo era fino y uniforme, la tinta negra con un ligero matiz rojizo que añadía una personalidad especial a la pluma. La calavera en rubí relucía a la luz de las velas mientras él acababa de copiar la introducción y los primeros epígrafes de su tesis.

   Días después, el seguía trabajando en su tesis, pero no con la regularidad ni el empeño de antaño. Se podría decir que ha empleado el tiempo en otros quehaceres como escribir poesía, redactar un diario y crónicas periodísticas. Llevaba 2 noches sin dormir. Escribiendo. Supuestamente haciendo lo que él quería hacer. Pero las cosas habían cambiado. Todo había cambiado.

   Su caligrafía seguía siendo estilizada y firme, acorde con el trazo de la magnífica estilográfica negra. La falta de descanso hacia mella en su cara: ojeras de espanto y pelo lleno de greñas. "He de seguir escribiendo. No necesito más." Pilas de escritos campaban por su habitación. Sus amigos hacía días que no le veían. -"Se está obsesionando con eso de escribir. No va a acabar bien."- dijeron sus colegas.

   Sudor frío caía por su frente. -"¡¡NOO!!¡NO MANCHES MIS ESCRITOS!"-. Era la quinta noche en vela escribiendo sin cesar. No se había apenas levantado de su escritorio. No comía lo suficiente como para continuar con la tarea. Y la tinta seguía con ese matiz rojo. Rojo carmesí. Rojo de su esfuerzo por cumplir lo que una voz diabólica le susurraba en la cabeza.-"Escribir es manifestar tus conocimientos. Escribir es dar a conocer todo de lo que lo que eres capaz. Escribiendo demuestras que eres mejor que el resto"-.
-"Escribe"-.
-"Escribo"-.
-"Y no ceses"-.
-"No cesaré"-.
-"O morirás"-.

   Día de entrega de la tesis

-"¡Se acabó! Voy a arreglarme, ya he terminado con esto. Simplemente he de entregarlo hoy al rector y luego regresaré a seguir escribiendo. Es más, me llevaré la estilográfica, por si fuese necesaria"-.
   Realmente el hechizo era potente. Hasta que no se vio reflejado en su espejo no vio todo el mal causado en estos últimos días. Su faz era irreconocible, tenía todas las uñas partidas, olía a muerto... -"¿Cuanto tiempo llevo aquí? ¿Qué día es hoy?"- preguntó a sus sorprendidos compañeros de piso, los cuales llevaban días sin ver a su amigo. -" Hoy tienes que entregar tu tesis. Más te vale que con el hacinamiento de estos días hayas hecho un buen trabajo"-.Se arregló a toda prisa y salió corriendo por las calles de Madrid. La maldita estilográfica se quedó en su bolsillo. Tenía que deshacerse de ella  cuanto antes. Era una mala influencia.

   Pensó en tirarla en la primera alcantarilla que saliese a su paso. No tardó en encontrar una, pero no le sirvió de nada. La estilográfica le abrasó los dedos con tal de que no saliera de su bolsillo. Era como si quisiera seguir drenando a su víctima.-"Ya me desharé de ella en otro momento"-.

   La estilográfica le abrasaba el pecho, cual hierro incasdencente. Tenía que parar. Le iba a quemar la chaqueta. Lo único que parecía solucionar toda esta locura era seguir escribiendo. Seguir realizando esos trazos finos con un matiz rojo. Cogió un periódico y hizo el crucigrama de camino.
El ardor parecía que amainaba.

   Como si de una descarga eléctrica se tratase, se quedó en el sitio. Cayó al pavimento de la calle. Sus ojos estaban vacíos y lo único que hacía era seguir escribiendo una carta al director del periódico. Todo su cuerpo murió en ese instante, todo menos su mano. Los transeúntes se agolpaban a ver lo sucedido.

   Él seguía escribiendo con aquella infame estilográfica  adornada con rubíes de trazo fino con un matiz rojo.

Cargada con sangre.

Cargada con sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora