Castigo Eterno

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Misteriosamente, poco a poco el tiempo se fue deteniendo. Los relojes de la casa fueron frenándose poco a poco. El viento se fue calmando hasta detenerse. El sol no avanzó mas quedándose estático sobre un amanecer infinito.

         El hombre, aun con sus ojos cerrados bostezo, se desperezó estirando su cuerpo entumecido por el sueño. Con pereza consultó su reloj, "6:30 am"

         - hmm creí que era más tarde - Se dijo somnoliento.

         Todavía enfundado en su pijama se encaminó a la cocina buscando su primer taza de café de la mañana. El contacto de sus pies desnudos sobre el piso le parecieron irrealmente livianos. Al mirar por la ventana de la cocina observo un panorama extraño en su calle.

         - ¿Que hace Jorge sentado en su auto en medio de la calle?

         Lo observó con detenimiento pero ni el auto ni su vecino se movían. El perro del vecino de enfrente estaba tieso con la boca abierta como emitiendo un ladrido. Un gorrión estaba sostenido en el aire por encima de su verja. Pero lo más terrible era el silencio, un silencio denso casi líquido que se filtraba por sus oídos. Creyéndose súbitamente sordo exclamó.

         - ¡Hola! - al escucharse suspiró parcialmente aliviado y sin pensarlo se dirigió a la calle.

         Un sudor frio le recorrió la espalda. Su barrio se había convertido en una fotografía estática tridimensional. Su vecina sonreía congelada sosteniendo una regadora sobre las flores de su jardín. Nada se movía, parecían estatuas de carne y hueso. Caminó hacia el auto de Jorge y en el trayecto se quedo observando al gorrión frente a sus ojos.

         - ¿Si esta muerto porque flota en el aire? - se pregunto aterrorizado. Al tocarlo no sintió ningún contacto, ninguna sensación, ni frio ni calor. De hecho no pudo ni moverlo, estaba literalmente clavado en el calmo aire de la madrugada.

         Miró a Jorge en su auto, parecía concentrado en el camino a su trabajo... eternamente.

         El hombre gritó.

         - ¡Que les pasa a todos! - nadie respondió.

         Caminando descalzo se dirigió rumbo a la ciudad. El sol no calentaba, de hecho ni se movía, el aire no refrescaba, nada emitía ni el más mínimo sonido.

         Su mente deliraba, todo tipo de ocurrencias que iban desde rayos paralizadores hasta enfermedades elaboradas por guerras bacteriológicas pasaban por su cabeza.

         De pronto percibió un sonido.

         Un hombre mayor, se encontraba sentado en una hamaca de jardín tarareando una canción de cuna. Sin dudarlo se dirigió a él.

         - Oiga, ¿me escucha?, ¿Qué ocurre?.

         El anciano, detuvo su canto y lentamente levantó la vista. Había lágrimas en sus ojos.

         El hombre insistió.

         - ¿Qué le pasa a todo el mundo, porque están así?.

         El anciano, bajó la mirada y en silencio se encamino al interior de la casa. El hombre lo siguió. En un pasillo abrió una puerta, en el dormitorio una mujer mayor yacía en la cama como dormida. El viejo la acarició, derramó mas lagrimas y en silencio salió de la habitación y se dirigió a otro cuarto, en el, una niña de unos doce años dormía eternamente con una sonrisa en su cama.

         El hombre estalló:

         - ¡Por Dios!, ¿Que les ocurre?, ¿Están muertas?

         El anciano, lo miró con infinita tristeza y le dijo.

         - No, los muertos somos nosotros - Y luego de una pausa y un suspiro le preguntó al hombre - ¿Usted cree en el Infierno?.

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