Capítulo 1: Cerca del cielo.
Me levante como últimamente. Mis ganas de vivir cada vez eran menos. No tenía a nadie que me ayude, mi mejor amigo no estaba. Mi mamá trabaja todo el día. Mi padre ni siquiera saber que existo y mi hermano…mi hermano es mi hermano.
Me dí un baño rápido antes de ir a la escuela. Bajé la escalera y me encontré con Isaac, mi hermano, recostado en la mesada con una botella de cerveza.
Lo zarandeé un poquito, pero lo único que hizo fue soltar la cerveza. Ésta rodo por la mesada hasta llegar a la pared y se quedó recostada allí. Le toqué suavemente el cabello a Isaac y salí por la puerta.
Cuando llegué a la escuela todos me miraban. Desde que había muerto él mi vida era así. Las personas me tenían lastima. Era una pobre chica con una pobre vida que lo único que necesita es a alguien que la ayude a superar esta desgracia. Todos lo veían pero nadie se postulaba a ayudarme. Ni siquiera a saludarme. Sólo me miraban. Y eso que ya han pasado cinco meses.
La campana sonó y entré en mi salón. Me senté en el último banco, en la fila de medio. Sola. No me parecía raro. Abrí mi cuaderno y me puse a escribirle una de las tantas cartas a mi mejor amigo.
“Querido Scott:
Lamento mucho lo que te ha pasado…Ojala me hubiera despedido de ti.”
Taché lo que había escrito y volví a redactarla:
“Querido Scott:
Pero las palabras no salían. No sabía que poner. No sabía cómo expresar todo lo que sentía en ese momento, en esos últimos cinco meses. Deje eso por un lado y me puse a copiar los deberes de matemática.
Los deberes. Eso era algo que me ayudaba.
Concentrarme en otra cosa, dejar de pensar en que todo fue mi culpa.
Un papel pegó en mi cabeza y cayó al suelo. Lo agarré y lo abrí. Era una nota, una de las tantas.
“Me dijeron que por tu culpa se murió. A veces me das lastima pero me pongo a pensar que no sos una necesitada. Me das asco”
La palabra asco estaba subrayada muchas veces, queriendo remarcar lo dicho. Lo hice un bollo y lo puse debajo de la mesa. Ya estaba harta pero no iba a dejar que piensen que me dolía las estupideces que me escribían.
El timbre volvió a sonar. Me levanté y guardé todo en mi mochila. Agarré el cuaderno en mis manos y cuando me paré uno de los chicos me lo tiró al piso.
–Discúlpame. No te vi. ¿Dónde está tu amigo ese para ayudarte? – Sus amigos rompieron en risas. Yo sólo me agache para volver a agarrar mi cuaderno. Ellos se fueron y yo me volví a sentar en la silla. No pude soportar no llorar. Me tapé la cara con las manos y me desahogue.
–Scott…yo – Comencé, pero era demasiado doloroso para seguir. Me sequé los ojos. Volví a agarrar por tercera vez mi libro y cuando me iba a levantar noto a un chico en la puerta del salón observándome con mezcla de dulzura y pena. No lo había visto en mi curso, si era nuevo tampoco lo hubiera sabido. El que me informaba de eso era Scott y ahora no está para hacerlo.
Recuerdo el primer día que lo vi…
–Mamá, por favor –. Le rogaba desde la puerta de mi casa con pelota en mano.
–Anabella , ya hablamos de esto. No. Todavía no conozco muy bien el barrio, no te quiero dejar sola por ahí.
–Voy a estar aquí. En la puerta. Déjame salir, por fis –. Ella suspiro y asintió.
–Por favor no vallas lejos –. Me gritó desde adentro.
Yo ya había salido y estaba observando el barrio mientras rebotaba mi pelota contra el suelo. Enfrente había una casa bellísima. Era color miel y tenia una ventana redonda cerca del techo. La miraba fascinada cuando la puerta de entrada de la casa se abrió y salió un chico. Tenía cabello rubio y llovido. Lo usaba para el costado. De lejos pude observar que tenía unos ojos avellana precioso.
Él chico me miró y sonrió. Yo, intentado no ponerme nerviosa, volví a rebotar la pelota. A los segundos me encontré con el chico al lado mío preguntándome mi nombre:
–Soy Scott –. Me volvió a sonreír y esta vez pude notar lo hermosa que era su sonrisa. Le faltaba un diente, pero era perfecta de todos modos.
–Anabella –. Observó hacia abajo y luego cuando levantó la mirada noté que estaba nervioso.
–¿Cuántos años tienes, Ana? – En lo único que pude pensar en ese momento era que me había llamado por mi apodo. <<¡Me dijo Ana!>> Por dentro gritaba de la emoción. – Si no me quieres decir…está bien.
–Nueve, tengo nueve años.
–¡Yo también!
–¿Quieres jugar con mi pelota?
–Es justo lo que te iba a pedir, pero antes…necesito que me prometas algo – Lo miré extrañado. ¿Qué quería que prometiera?
–Claro, sólo dime.
–Seremos mejores amigos. Tú y yo, para siempre. – Sonreí y el también.
–Lo prometo – Luego me sacó la pelota de las manos y comenzó a rebotarla contra el piso, yo sólo comencé a perseguirlo…
No noté cuanto había llorado al recordar ese momento. Las lágrimas cayeron a montones y a los segundos sentí al chico de la puerta parado frente a mí, tocándome el hombro.
–¿Estás bien? – Lo único que pude pronunciar fue un simple sollozo y volví a romper en lágrimas.
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