Destruirme ©

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Sigo obnubilado por el hermoso dibujo que se proyecta en el aire. Ese intenso color gris que se mueve en forma de ondas hasta desvanecerse al llegar al techo. Como se expande hacia los lados de la sala para luego disolverse en una enorme nube sobre nuestras cabezas.

Veo como mi padre le da otra calada al cigarro, que ya está a punto de terminarse. Lo deja en el cenicero y cierro los ojos al escuchar el sonido de las cenizas rozando con el frío cristal. Papá toma otro del paquete sobre la mesa y lo coloca entre sus dedos, se lo lleva a la boca y acerca el encendedor a la punta. 

Ese momento exacto en que se eleva la llama y hace contacto con el cigarrillo, ese es el momento que más me gusta. Ese chasquido, el olor del primer tramo del tábaco quemándose. Y nuevamente mi padre aspira el humo, pero esta vez lo deja ser libre a través de sus fosas nasales. 

Se forman dos remolinos que lentamente van ascendiendo, paralelos el uno del otro. Sus dibujos son similares, pero nunca iguales. Siempre son únicos. Levantan vuelo y chocan, haciendo que las ondas se alejen y pronto ya está disuelto. Se han desvanecido tan pronto como han llegado.

—Hijo —dice mi padre cuando va por su cuarto cigarro de la noche—. ¿Seguro que no quieres?

—Sí, papá... Deberías dejarlo.

—Lo sé, pero dime ¿En qué ayudaría?

Asiento con la cabeza y él vuelca su vista de vuelta a la televisón. Hoy lo han diagnosticado con cáncer de pulmón. Esperábamos que fuera algo así, si fumas desde los quince años, las consecuencias nunca serán buenas. Cuando vimos sus pulmones, más que órganos parecían bolsas de carbón. El daño es demasiado  y, aunque podría hacerse un tratamiento, los resultados no cambiarían mucho.

Jamás en toda mi vida probé un cigarrillo, ni siquiera ponerlo entre mis dientes sin encenderlo. Siento que si lo hago, ver el arte del humo que desprende perdería la magia. 

Sería algo así como los trucos de los magos. Cuando cortan por la mitad a su asistente, te quedas anonadado y no lo puedes creer, pero cuando ves el secreto por televisión, inmediatamente carece de sentido.

Me acostumbré a ver cómo otros se destruyen, pero yo no quiero destruirme.

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