El monstruo del armario

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Una noche más Pedro iba de camino a su cuarto... Cuando llegó al pasillo le pareció que era muy largo, al final del todo, estaba su habitación. Se despidió como de costumbre de su papá y mamá, dándoles un beso en la mejilla. Ya desde ese momento no podía dejar de pensar que tenía que irse a la cama y no es porque tuviera mucho sueño. A Pedro le daba miedo la oscuridad.

Caminó poco a poco, muy lento, y cuando llegó a la puerta encendió rápidamente la luz. Como siempre no había nadie en el cuarto. Se desvistió y cogió su pijama, dónde unos minutos antes su mamá se lo había dejado con cariño, perfectamente doblado sobre la silla que tenía en el dormitorio. Ya tenía 7 años y medio, era lo suficiente mayor para ponérselo él solo, así que lo hizo y después encendió una lámpara muy pequeña, que estaba sobre la mesita de noche. Apagó la luz principal y se metió en la cama.

Todas las noches le pasaba lo mismo. Aunque la lámpara daba un poco de luz, todo estaba bastante oscuro, no podía dejar de pensar que en el armario que tenía en frente se escondía algún tipo de monstruo, ¿o a lo mejor se encontraba debajo de la cama? Con los ojos abiertos de par en par miraba asustado al armario, esperando que en cualquier momento las puertas se abriesen, pero sin embargo, ninguna noche lo hacía.

Aun así allí estaba, tapado con las sábanas hasta la barbilla, asomando solo sus ojos. El creía que tenía que hacerlo siempre, porque si alguna vez no lo hacía, el monstruo aprovecharía su descuido e iría a por él.

Todas las noches no perdía de vista el armario y procuraba no asomar ningún pie fuera de la cama, por si estaba debajo de ella, hasta que al final el cansancio podía con él y acababa durmiéndose...

Ya habían pasado algunos minutos y sus ojos se iban cerrando poco a poco, pero alguien llamó en la puerta del armario. Se despertó de golpe. Por un momento pensó que se lo había imaginado, sus papás le habían dicho muchas veces que los monstruos no existen. Entonces volvieron a llamar.

Pedro estaba seguro que esta vez no era su imaginación, así que se armó de valor y preguntó en voz alta:

—¿Quién hay ahí?

Se oyó un pequeño grito y un par de golpes, como si alguien se hubiera caído de una silla. Pedro se tapó hasta arriba con las sábanas. Tras pasar un buen rato, se asomó despacio y miró a su alrededor. Allí en las paredes sus posters de dinosaurios estaban como antes, la silla estaba en su sitio y... ¡claro! ¿cómo no se le había ocurrido antes? Allí en una esquina estaba su espada y su escudo de madera, que papá le había comprado en una feria. Se levantó de la cama y cogió la espada con una mano, en la otra puso su escudo. Para completar su armadura de caballero andante se puso su casco de la bici, que estaba detrás de la puerta. Ahora era un valiente guerrero, ningún monstruo podría con él.

Fue con paso decidido dispuesto a abrir la puerta del armario, era ya muy mayor para tener miedo, ¡ya tenía 7 años y medio! Cuando llegó levantó su espada y abrió la puerta muy rápido, dispuesto a acabar con cualquier ogro que saliese por ella.

—¡No! ¡No me hagas daño! —gritó alguien desde dentro.

Pedro, ahora ya sin ningún miedo, quedó extrañado y bajó despacio la espada... Allí había un pequeño monstruo, con mucho pelo de color naranja y unos ojos amarillos muy grandes.

—¡Lo sabía! ¡Sabía que los niños existían! ¡Mis papás estaban equivocados! —dijo el monstruo.

—¡Pues claro que existo! ¿Cómo no voy a hacerlo? —comentó Pedro algo enfadado.

—Es que... Mi papá dice que los niños no existen, que me vaya a dormir tranquilo que fuera del armario no hay ningún niño que me quiera hacer nada. ¡Pero estaba equivocado! ¡Te he oído y ahora estás aquí!

—¿Quieres decir que vives dentro del armario? —preguntó Pedro sin creérselo del todo.

—¡Pues claro! ¿Dónde si no iba a vivir? Ufff, que cosas tienes niño...

—Me llamo Pedro, ¿y tú?

—Yo me llamo Pelusilla —dijo alegre el monstruo.

—Hijo... ¿Con quién estás hablando?

—¡Shhhh! Es mi padre... —susurró Pedro para que nadie lo oyese.

—¿Pelusilla? ¿Has dicho algo?

—¡Y ese el mío! —susurró también el pequeño monstruo.

Cerraron corriendo la puerta del armario y cada uno se metió en la cama. Cuando sus padres llegaron a verles, los dos se hicieron los dormidos. Papá monstruo dio un beso en la mejilla de su hijo creyendo que estaba soñando y Papá humano hizo lo mismo al otro lado, apagando la luz de la mesita de noche. A Pedro no le importó, ya había aprendido que no era para tanto... Cuando volvieron a estar solos, Pelusilla abrió un poco la puerta del armario.

—Pedro... —dijo en voz baja.

—Dime Pelusilla...

—¿Quieres ser mi amigo?

—¡Claro que sí!

—¡Qué guay! ¡Tengo un amigo niño! Mañana mis amigos del cole no se lo van a creer... ¿Quieres que antes de dormirnos mañana juguemos un poco? Hoy tengo ya mucho sueño...

—¡Vale! Buenas noches y hasta mañana Pelusilla...

—Buenas noches y hasta mañana Pedro...

Y así fue como nuestro amigo Pedro, dejó de tener miedo a la oscuridad, al armario y a debajo de la cama.

Acababa de hacer un nuevo amigo, el mejor que nunca tuvo.

Pero no fue por mucho tiempo, aunque sin duda así hubiera sido, de no ser por el error que cometió. No todos los monstruos son buenos... y Pedro olvidó mirar debajo de su cama. Bajo las láminas del somier varios tentáculos se movían nerviosos. La saliva de aquel ser se escapaba por sus afilados dientes. Sus ocho pares de ojos se movían frenéticos por si el niño bajaba de la cama. Ahora el cuarto estaba completamente oscuro y aquella noche tenía hambre.

Muchísima hambre.

El monstruo del armarioWhere stories live. Discover now