Verte como nadie lo ha hecho

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                                                                                                "Uno debe ser siempre un poco improbable" --

                                                                                                                                                                Oscar Wilde

Hilda llegó a su departamento con el alma en un hilo. No venía sola. Junto a ella iba Saúl, su compañero de oficina.

Ambos llevaban meses intercambiando miraditas y sonrisas provocativas. Sus compañeras le preguntaban constantemente ¿Qué le veía a Saúl? Era bajito, moreno, con la nariz ganchuda, una barriga destacable y con eternas manchas de grasa en su corbata. Ellas lo habían sorprendido varias veces mirando fijamente a Hilda con la boca abierta y con una expresión muy perturbadora. Ella solo reía sin responderles, pues no lo entenderían.

Saúl no podía creer su suerte; él, siendo un simple capturista de datos estaba acompañando a semejante mujer a su departamento. Ella le había fascinado desde que la miró por primera vez. Su piel era clarísima y tenía cabellos dorados hasta los hombros. Sus ojos eran azules, muy alertas siempre. Se maquillaba poco, solo en los labios y uñas iba un toque de color carmín. Tampoco enseñaba mucha piel.

Siempre llevaba puestos conjuntos con sacos que le daban un toque de profesionalismo y elegancia. Esa noche ambos habían salido tarde y Saúl hizo acopio de valor para invitarla a cenar. Jamás pensó que ella aceptaría. Mucho menos que luego de la torpe conversación que tuvieron en la cena donde Hilda parecía aborrecer la comida y mencionara algo de esas raras dietas de genotipo, ella lo invitara a su departamento. Saúl sintió que estaba de suerte, no había necesidad de utilizar el cloroformo con ella.

Tomaron un taxi hacia el departamento de Hilda, quién le contó lo mucho que México le gustaba. Había llegado al país hacía unos meses, contratada desde Europa para el departamento de Marketing. No tenía familia así que no dejaba nada atrás en aquél continente.

Veinte minutos después, llegaron al edificio de apartamentos, el recepcionista estaba quedándose dormido y no les prestó mayor atención. Hilda vivía en el tercer piso, por lo que usaron el ascensor que era muy antiguo y traqueteaba a cada metro que subía. Saúl reía y ella le callaba al avanzar por el pasillo pues su vecina tenía un hijito que era muy nervioso y los ruidos podrían despertarle.

Hilda abrió la puerta y se quitó el saco apenas entró e inmediatamente le ofreció algo de beber. Pero él apresuradamente la besó a modo de respuesta. Ella mostró sorpresa al principio, pero tras un momento cedió. Así continuaron durante un rato y en ocasiones se aventuraba alguna caricia a las caderas de Hilda, cortesía de las rápidas manos de Saúl.

Cuando él quiso avanzar en el recorrido de su piel, Hilda empezó a dudar. Había pasado poco más de un año desde un encuentro así. Siempre desconocidos, siempre en lugares anónimos y clandestinos donde nadie podría saber que sus bajos instintos eran saciados con aquél hombre o mujer que le provocara. Siempre era algo de una noche que no se repetiría, que no tendría consecuencias para ella. Sopesó las repercusiones que podría tener si continuaba con lo que le dictaba su instinto.

A diferencia de otras ocasiones, esto la perseguiría hasta su lugar de trabajo, tanto como si continuaba con sus deseos o si no. Era imposible de evitar. Casi podía ver cómo sus compañeras le preguntarían sobre Saúl y tratarían de interrogarla en los almuerzos con esa fascinación que tenían ante el chismorreo, sin entender el concepto de privacidad. Serían unas semanas infernales y eternas hasta que hubiera otra novedad en la oficina que les llamara la atención.

Verte cómo nadie lo ha hechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora