Capítulo Único

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No podía creer lo que estaba sucediendo, su mundo no podía estar acabando de esa manera tan cruel, no cuando todo parecía ir bien..., hasta que la bomba estalló. Miles de civiles habían dejado sus trabajos para defender la nación, incluyéndolo a él. Al principio habían llamado obligatoriamente a mayores de 35 años, en ese momento Subin logró retenerlo a duras penas, pero ahora, habiendo bajado el llamado a 25, ya no podía hacer mucho más. Trató de persuadirlo diciendo que no estaba preparado para ir -puesto a que se había lesionado y terminó haciendo trabajos de oficina-, pero nada funcionó y ahí estaba, parada en un rincón de su sala, donde habían compartido un montón de tardes felices, viéndolo acomodar sus cosas esperando a que llegaran por él.

-Quita esa cara Bin, no voy a irme para siempre -dijo él al ver su expresión.

-¿Tú qué sabes? -respondió mordaz- Te vas a la guerra, Yukwon, no al mercado.

-Cariño, voy a volver -habló acercándose a ella-, confía en mí.

-Confío en ti, pero no confío en ellos, van a asegurarse de que no vuelvas a mí. No hace ni cinco años que nos casamos, esperamos mucho tiempo por esto... -sus ojos se cristalizaron- no puedo perderte ahora.

El pelinegro la abrazó y depositó un beso en su frente, a él también le dolía, pero era su deber.

-Voy a volver, me aseguraré de eso, sin importar cómo salga estaré de vuelta a ti.

-No me dejes -habló pegada a su pecho-, por favor.

-No voy a dejarte, mi corazón siempre va a estar contigo, hasta que vuelva. Eres todo lo que tengo Binnie no te dejaré. -De reojo vio cómo el auto del ejercito llegaba-. Te amo, nunca lo olvides. Promételo.

-Te lo prometo, te amo también.

-Quiero que lo recuerdes todos los días y cuando no quieras seguir piensa en mí, si necesitas una razón para algo piensa en mí porque yo pensaré en ti todo el tiempo, sin importar qué.

-Nunca te olvidaría, aunque quisiera.

Tomó su rostro con ambas manos y la besó, se tomó la molestia de jugar con sus labios y saborear a fondo aquello que era su perdición. Sintió sus pequeñas manos aferrarse a su cintura y la apegó más a él. La mantuvo cerca hasta que tocaron a su puerta, era hora de partir. Tomó su mano para dejar un beso en su anillo antes de murmurar otro te amo para después salir. Se quedó un momento en la puerta con el grito de ella diciendo su nombre resonando en su mente y marchó prometiendo volver.

[...]

Subin se levantó a prepararse un café, colocó todo en la cafetera y buscó una taza en su mueble. Miró el reloj, ocho treinta de la mañana de sábado, suspiró. Si tiempo atrás le hubieran dicho que se levantaría temprano hasta en los fines de semana se habría reído hasta llorar. Ahora era parte de su rutina, levantarse temprano a desayunar y esperar a que su madre llegara, era la única compañía que tenía desde que Yukwon se había ido hacía ya poco más de un año.

No había tenido noticias de él desde ese día, ni de él ni de nadie, los soldados no tenían comunicación con civiles o algo así habían dicho los dirigentes de la armada un par de meses después de que marcharan. Nadie decía nada tampoco, si habían heridos o no, si iban ganando o perdiendo, si algún día iba a terminar o duraría mucho más tiempo, es como si fuera un mundo externo. Y así estaba ella, con el alma en vilo esperando algo de su esposo, sin perder las esperanzas.

El sonido de la puerta la hizo salir de su ensoñación y casi quemarse con la bebida caliente. Volvió a ver el reloj, ocho cuarenta y cinco, su madre no solía llegar antes de las diez, después de desayunar y hacer su rutina, pero no había nadie más con llaves de la casa para entrar.

-Mamá, llegas temprano, aún no termino de desayunar, ¿quieres un café?

-Claro, nunca le diría que no a tu café, Binnie -Subin salió rápido de la cocina para ver quien había entrado-, aunque no soy tu madre.

Subin quedó petrificada viendo al hombre frente a ella, no podía creer lo que sus ojos estaban viendo. Yukwon estaba de vuelta con su traje de soldado, su cabello había sido cortado, pero aun así se veía bien, con ojos cansados y una enorme sonrisa de sus labios que dejaba ver sus dientes torcidos, aquellos que hace tiempo quiso emparejar, pero a ella le gustaban así.

No podía reaccionar, tenía miedo de que todo fuera obra de su imaginación, que su mente cansada haya querido jugarle una mala pasada poniéndolo frente a ella y que despertaría en cualquier momento, sola en su cama como había sucedido en ocasiones anteriores.

Ella solo lo miró hasta que en un momento desapareció de su visión, pero hacía el pasillo de las habitaciones, entonces se percató de lo que había llamado su atención y se dirigió apresurada a donde él había ido y se detuvo en el marco de la puerta. Ahí estaba él con su imponente cuerpo sosteniendo a su pequeña niña de tan solo tres meses para que dejara de llorar, le escuchó cantarle en el oído hasta que terminó por dormirse en sus brazos, solo en ese momento separó la mirada de la niña para verla a ella, pudo ver sus ojos cristalizados amenazando con ponerse rojos, por su parte ella aguantaba sus sollozos para que no se despertara.

Yukwon la dejó con cuidado en la cuna y fue directo a abrazar a su esposa quien se aferró a él con todas sus fuerzas, al ver que de seguir así no llegarían a ningún lado la tomó de la cintura y la levantó para volver a la sala, al llegar se sentó en el sofá con ella en su regazo dejando sus piernas a cada lado sin querer separarse y sentir que era real, pasó sus manos por todo su torso y hundió sus dedos en su cabello, él se dejó hacer, también la extrañaba y necesitaba sentirla cerca, pero eso no era suficiente así que la separó un poco de él para tomar su rostro con ambas manos y besarla para fundirse en ella, apenas si se separaban para tomar un poco de aire y susurrar un «te amo» quedo antes de seguir hasta no poder más, solo entonces se quedaron mirándose fijamente con sus frentes unidas.

-¿Cuándo? -fue lo único que dijo.

-Después de que te fuiste -respondió sabiendo a qué se refería-, según mis cálculos fue el día antes.

-Yo... -dejó la frase inconclusa sin saber cómo seguir-, me hubiera gustado verte con tu pancita, cumplir todos tus antojos -colocó un mechón de cabello detrás de su oreja y acarició su mejilla-, sentir sus pataditas, arreglar su habitación, estar contigo en el parto... Dios... -suspiró pasando sus manos por su rostro y cabello hasta dejarlas en su nuca-. Me habría gustado hablar contigo, pero no había forma, nos habían aislado totalmente. Lo siento, lo siento mucho.

-No... no lo hagas, cumpliste tu promesa y eso es lo que me importa. -Tomó sus manos y entrelazó sus dedos-. Piensa en que aún no camina, falta para su primer año y que aún no tiene habitación.

-¿No?

-No quise hacerlo, aunque mamá insistía y se ofrecía a ayudarme me negué, quería tener a Yubin cerca de mí.

-¿«Yubin»? -preguntó con una sonrisa.

-«Sukwon» no me gustaba. Así que dime, papá, ¿vas a hacerle la habitación a nuestra niña?

-Su habitación, la nuestra, la casa entera. No importa, no me iré otra vez. -Volvió a abrazarla con fuerza y hundió su rostro en su cuello-. La cuarentena ya terminó, ¿verdad?

-¡Kim Yukwon! -lo regañó y él no hizo más que reír.

Don't goDonde viven las historias. Descúbrelo ahora