Reencuentro

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Silencio...

Era el único compañero de sus sollozos en ese instante.

La noche había tomado el cielo de la ciudad desde hacía unas horas. Un pequeño rayo de luz de luna se abría paso entre las cortinas y atravesaba la oscura habitación para iluminar la cintura de aquella figura envuelta en sábanas sobre la cama.

¿Durante cuánto tiempo había estado ahí? 

Tenía la sensación de que habían pasado meses, años; cada segundo se convertía en siglos, y aún así, estaba consciente de que sólo había pasado una semana. 

Una semana de no escuchar su voz, de no oler su esencia, de no tocar su piel, de no sentir su presencia.

Había perdido interés en prácticamente todo. Era como si se hubiera llevado con él todos sus anhelos, sus aspiraciones, sus ilusiones; su amor. Lo único que le dejaba atrás eran memorias. 

Cada recuerdo la llevaba de nuevo a su lado; podía verlo sonreír, podía verlo llorar, podía verlo emocionarse. Desde la primera vez que lo conoció en el Reino de los Duelistas, pasando por sus encuentros en Ciudad Batallas, hasta ese torneo meses atrás con duelos en parejas, en donde él le declaró su amor y le pidió que fuera su novia luego de obtener la victoria, a la vista de todos los presentes. En ese entonces no pudo negarse. ¿Y cómo hacerlo? Era imposible. La atracción que sentían era mutua. 

Siempre se habían acompañado en buenos y malos momentos. Se daban ánimos cuando el otro estaba a punto de rendirse. Se hacían sonreír cuando más lo necesitaban. Creyeron en el otro cuando nadie más lo hacía. Se protegían cuando estuvieron en peligro. Y siempre se incluían en la medida de lo posible en cualquier actividad que realizaran.

Hacían todo juntos, y eso comprendía la búsqueda de su pasado.

Vaya ironía, ¿quién diría que ayudarle a encontrar sus propias memorias lo separarían de ella? Jamás se imagino que el lograrlo tendría tan insoportable consecuencia. Emprender un viaje para hallar sus recuerdos y descubrir su procedencia la hizo pensar que podrían fortalecer su vínculo; terminó siendo un arma de doble filo que culminó en su aislamiento con nada más que evocaciones dolorosas.

De todos, el último recuerdo era el que más la atormentaba: la imagen de su silueta desapareciendo entre la luz de esas enormes puertas con el ojo de Horus, mientras extendía su brazo con un pulgar arriba. Todas sus súplicas a cualquier ser superior durante el duelo, pidiendo por su estadía, habían sido en vano. 

Ahora, lo único que podía hacer era formularse teorías de cómo estaría él. ¿Se encontraba bien? ¿Acaso sufría por tristeza de la misma manera que ella? Si era así, ¿encontraría consuelo y volvería a sonreír con la misma intensidad de antes?

Al final, todo se reducía a memorias. Memorias de él. Memorias de ella. Memorias de ambos.

Memorias de cuando aún disfrutaban su cercanía. Memorias de cuando se demostraban su amor. Memorias de cuando estaban juntos. Memorias en las que él estaba presente. Memorias que le recordaban que se había ido para siempre. Memorias que incrementaban el sufrimiento.

Había gastado ya toda su energía y sus párpados empezaron a cubrir sus hinchados, ojerosos y cansados ojos. Poco a poco la sumieron en un profundo sueño. 


Se encontró entonces de pie, rodeada de un jardín. Cada rincón estaba adornado con palmeras, lotos y árboles frutales de todo tipo. Caminó hacia un pequeño estanque al centro y observó su reflejo en el agua. Le pareció extraño, no había señal alguna que delatara todas esas lágrimas que había derramado durante cada uno de esos siete días, sus ojos ni siquiera tenían el más mínimo tono rojo.

Memorias (Atem y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora