Oblivion [RenLe]

被遗忘 forgotten

Con una fuerza inmarcesible y digna de admirar, el azabache posó su mano sobre el puño de su valiosa espada y la desenvainó en actitud desafiante, percibiendo las ligeras exclamaciones que dejaban soltar sin pudor la chismosa multitud de campesinos. La paradisíaca belleza del futuro heredero del trono no parecía ser partícipe de una burla de mal gusto incluso cuando se encontraba en un significativo entrenamiento divino e ilustre para su familia, cumpliendo con el deber de la Realeza siempre que se lo ordenaban.

Zhong ChenLe era una joya. La joya más gloriosa y venerable del Reino. No obstante, en su corazón se evidenciaba sin pudor un pequeño detalle que resultaba superfluo para su familia e importante para otros: el muchacho demostraba algo que no todos podían ver.

—Bien, tú puedes... —murmuró flexionando sus rodillas, preparándose para pelear. A pesar de ser uno de los entrenamientos diarios, siempre tendía a dar todo de sí mismo.

Un joven leal y repleto de bonhomía en su sonrisa, su comportamiento era memorable y celestial para todo aquel que se encontrara sumido en el Reino de Silla, bajo el mandado de la Reina Seondeok. Por ende, la mayoría estaban seguros de la vida de ensueño que llevaría a cabo el heredero sería una razón suficiente para provocarle paz y felicidad en su interior.

Estaban totalmente equivocados.

ChenLe podía percibir el frío en su corazón y el vacío que se presenciaba cuando recorría vagamente los pasillos del Reino, sin poder explicar la sensación de desconcierto cuando no hallaba lo que buscaba.

Sus ojos se desplazaban por el lugar sin buscar a alguien o algo en particular. Sólo buscaba sin recibir nada a cambio. Sólo buscaba esperando una razón más para encontrar su felicidad.

Sólo buscaba sin saber que la respuesta estaba mucho más cerca de lo que él pensaba.

Suspiró concentrado y observó a su contrincante, quien no hacía más que mirarlo con venganza y sed de maldad. Y presionó la mano sobre el puño de su espada cuando sintió el arma blanca del pelinegro alzarse con brutalidad, haciendo que el azabache desplazara su espada con una velocidad fugaz frente a su rostro y tomando del puño con ambas manos, obligando a su rival a parpadear atónito y lleno de curiosidad mientras chocaba su espada con la del único hijo de la Familia Real. ¿Cómo se había percatado de su súbito ataque...?

La desplazó nuevamente con rapidez hasta impactar la punta del arma con el cuello de su rival, generando que el pelinegro se tambaleara producto del terror. Incluso en menos de una fracción de segundo, el azabache ya había sido capaz de tomarlo como su presa.

—El secreto del combate reside en el arte de dirigirlo.

Los rumores eran ciertos. Zhong ChenLe era brillante.

El azabache retrocedió con el arma en su mano derecha y tragó saliva aburrido, sintiendo como su colorido hanbok llegaba casi a la altura de sus talones. ¡Realmente necesitaba darse un largo descanso! Dejó salir una pequeña carcajada similar al chasquido de un delfín, mientras percibía la incrédula mirada de su antiguo competidor.

—¡Hasta luego! ¡Nos vemos más tarde!

Guardó su espada en la reluciente vaina y salió del salón a paso lento, siendo capaz de ver como los campesinos se inclinaban en una ligera reverencia al darse cuenta de su inesperada aparición. Y sonrió alegre. Le encantaba observar aquellas sonrisas tan humildes. ¡Era su parte favorita del día!

A sus quince años, había encontrado una de sus más grandes pasiones: la literatura. Una de las sensaciones más gloriosas para él era fundirse en un mundo totalmente nuevo e imaginar una realidad completamente distinta. Por lo tanto, todos los días visitaba el bosque que rodeaba al Reino, buscando su máxima tranquilidad y un motivo más para no irse lejos.